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En vista de que en el campo llovían chuzos de punta (en todos los sentidos) decidí refugiarme en esa jaula de los sentimientos que es el corazón. En el descanso me acerqué al palco de autoridades, descendí unos metros y, bajo la lluvia, vi un ángel con bufanda oscura cantando hacia el cielo mojado de Madrid. Juro que empecé a escuchar el himno con una batalla interna de pasiones encontradas, pero en el arreón final de Plácido Domingo me vine arriba, sentí que la piel erizaba su perfil y vi a 70.000 madridistas cantar a pleno pulmón bajo la lluvia, como Gene Kelly.

Hasta Florentino, frío como el hielo de Siberia, se arrancó. Era la luz del Centenario del Club más grande de la historia. Los oportunistas se aferraban al 0-3. Ilusos. Los libros de historia reflejaron, reflejan y reflejarán la verdad más bella jamás contada. Es el Real Madrid. Sin más. Mejor dicho, sí quiero añadir algo. La afición del Madrid es soberana y dictó sentencia. Coreó el nombre de Raúl mientras que Ronaldo recogía su Balón de Oro. Fue para enviar un mensaje definitivo: defender este escudo y esta camiseta es algo más que una pose publicitaria.