¿Es broma o es burla?
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No me hacen gracia los chistes de Van Gaal, ni su ironía. Desprecio su prepotencia, su falta de arraigo a unos históricos colores, su oportunismo, su forzada manera de intentar adaptarse a un pueblo culto y peculiar. Los únicos que han dado la cara en la última semana, entendiendo el código ético de un vestuario, han sido los argentinos Bonano y Riquelme, hablando de que sienten vergüenza por la posición del equipo. Mientras, el capataz de la obra, frivoliza con lo de tocar fondo, se hace fotitos con un jarrón chino, alardeando de alzar su primera copa de la temporada, y mira de forma desafiante a los que le reciben a gorrazos en el aeropuerto de El Prat. Mala cosa.
Si yo fuera Gaspart, me bajaría del burro. Su defensa al holandés no tiene sentido. Es tan incoherente como haberle contratado de nuevo. No merece la pena. Seguro que su sufrimiento no es equiparable al suyo, ni al de la afición. Siento cierta debilidad por el presidente acorralado. Su vehemencia, su forofismo, no nos deben hacer olvidar que lo pasa peor que nadie, que los titulares que ve publicados los firmaría él mismo. Todo lo contrario que su técnico de confianza, orgulloso de enfangarse en la batalla diaria con la Prensa, desafiante cuando muestra un currículum sin ningún lustre.
