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El carro de Raúl ya vuela

Jugamos como siempre (tirando a mal), pero ganamos como nunca. Con un marcador concluyente que acabó con esa maldición que durante medio siglo nos ha tenido narcotizados en los arranques mundialistas. Llamé a mi padre, mi particular termómetro futbolístico, nada más acabar la fiesta del Gwangju, y su reflexión me tranquilizó para lo que resta de campeonato: "Tomás, esta vez no se me ha indigestado el cocido. Es la primera vez en muchos años que veo que la suerte va a estar de nuestra parte. Además, tenemos a Raúl...". Ahí está la clave. Entiendo su optimismo alimentado por la mitomanía. Cierto que España no dio síntomas excesivos de mejora en su borroso mensaje futbolístico, pero es un lujo defender tu suerte teniendo por delante a ese pulverizador de registros y coleccionista de títulos apellidado González Blanco. Raúl, como Valerón y De Pedro, fue letal ante estos eslovenos que fueron más simples que un cubo sin asas.

Raúl cotizó al alza, como siempre, confirmando que es el valor más seguro y fiable del acorazado del emotivo Camacho. Cuando las sombras más siniestras rescataban nuestros demonios familiares, irrumpió el 7 tras una jugada de furia de Luis Enrique para hacer un amago prodigioso y desenfundar su revólver, ese con el que siempre tumba al enemigo sin desgastar una sola bala. Su gol, con el que ha cazado al Buitre, nos devolvió la ilusión y ratificó el acierto de Camacho en ordenarle que sea él el que tire de ese carro que casi siempre perdía una rueda por el camino. Este carro ya vuela.