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¡A por los bárbaros!

En la particular caja negra de mi acelerada vida han quedado grabadas para siempre las imágenes de aquellos duelos con esos malditos diablos del Bayern. Altivos, arrogantes, engreídos... Empezando por Pfaff, ese portero rubito con rizos que debía ser el tutor de Kahn cuando Oliver era un broncas que cateaba en el cole todas las asignaturas fuertes... pero que siempre sacaba sobresaliente en Educación Física. Pfaff lo paraba todo, pero en 1988 llegó la sangre guerrera y azteca de Hugo Sánchez para acabar con la farsa teutona.

Hugo ridiculizó al belga de la permanente con un gol de pillo en Múnich, con una falta sin ángulo que Jean-Marie se tragó igual que un bebé sus primeras papillas. Sobre la hierba nevada del Olímpico, también el vuelo sutil del Buitre permitió al Madrid maquillar un 3-0 en un 3-2 que puso el Bernabéu a 10.000 revoluciones para la vuelta en la que el rey de Europa iba a poner en su sitio a los bávaros... ¡Perdón, quería decir a los bárbaros!

Hugo Sánchez desquició a Pfaff y le dejó marcados los tacos en un costado (¡fue sin querer!), Augenthaler, el de los cuernos, se descomponía con ese mexicano que le decía cosas al oído que no se hubiese atrevido a traducir ni un intérprete y Heynckes, el Chapulín colorao, se quedó helado en el banquillo mientras que Jankovic y Míchel firmaban la remontada y la eliminación de estos alemanes recrecidos y pesadillescos. Raúl, haz de Hugo y cómete al sobrino macarrilla de Pfaff (Kahn). Llegó la hora. Venganza. ¡A por los bárbaros!