De paseo en Chamartín

De paseo en Chamartín

Se sabía de antemano que el Zaragoza perdería en el Bernabéu, pero, en las circunstancias actuales, nadie podía suponer que el equipo saliera a pasearse por Chamartín, a no correr al menos detrás del Madrid, a no disputar cada balón como si fuera el último. La agresividad, la entrega, el amor propio y la actitud son cualidades que se le suponen a cualquier profesional. Luego, es la calidad la que establece la frontera entre los grandes futbolistas y los que rellenan las plantillas. Por desgracia, el Zaragoza ignoró ayer esta línea divisoria. Y perdió con todo el deshonor del mundo. Sin Acuña, la esperanza estaba en Milosevic. El yugoslavo, cada día menos gigante, volvía al Bernabéu después de su exhibición en el histórico 1-5, pero apenas se le vio. Hierro no le dio un metro y eso fue suficiente.

El Zaragoza es de una landura extrema y eso en el Bernabéu no se perdona. Aún así en un ramalazo de orgullo, Vellisca le puso un balón largo a Milosevic, por cierto, en fuera de juego, y el yugoslavo definió ante César con una precisión excepcional. Fue su único detalle de grandeza. Pero no hubo tiempo para pensar en el empate. El Madrid terminó por enfadarse. Y las consecuencias no se hicieron esperar. Hierro, en tarde goleadora, puso a Chamartín en pie con un tiro soberbio. Era el tercer gol de un futbolista magnífico. Él solo se bastó y se sobró para liquidar a un Zaragoza sin espíritu.