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Bendito puente aéreo

Figo abandonó Lisboa hace seis años. El Barça llamó a su puerta tras darle el Madrid la pista sobre su fichaje (Ramón Mendoza no se atrevió a traérselo a Valdano por 100 miserables kilos) y el AVE portugués irrumpió en el Camp Nou convencido de que ganaría todos los títulos imaginables. Su buena fe y la mala información que le dieron sobre el verdadero potencial del Barça le llevaron a caer en el engaño. Su sueño era la Champions y por allí esa palabra está maldita. Ni olerla.

En el verano del año 2000 apareció el genio de la lámpara, Florentino, y se lo trajo a esa casa que le habían contado que estaba llena de ogros y monstruos deformes. Pero Luis llegó al Bernabéu, se topó con Alfredo Di Stéfano y empezó a ver Copas de Europa en las vitrinas. Pronto comprendió que había perdido cinco años de su vida. La bella Helen se hizo amiga de Mamen Sanz, mujer de Raúl, y descubrió que, aunque no tenga playa, Madrid es la ciudad perfecta. Figo ha encontrado aquí el fruto que para él estaba prohibido. Defendiendo el escudo centenario del Madrid ha ganado un Balón de Oro y un FIFA World. En el Barça hubiese seguido esperando. En balde, of course.