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Blanco, rojo y gualdo

Cuando Butragueño debutó en Sevilla ante País de Gales, esperó hasta el minuto 90 para desmarcarse como una gacela, fintar en seco y golpear con sutileza la pelota para marcar su primer gol con la selección nacional. Southall vio como el esférico se le colaba entre las piernas. Era el primer vuelo del Buitre hacia el gol con la camiseta de España. Pero no ha sido el único. Históricamente, el Real Madrid se ha convertido en un vivero para esa selección de la que se echa de menos un himno con una versión más emotiva, como le sucede a los franceses con su espectacular Marsellesa. A falta de una cultura de selección que genera dudas y falta de gestos heroicos en un equipo del que muchos parecen querer desmarcarse, el Madrid siempre ha tenido clara su vocación de reserva espiritual para esa España que casi siempre nos deja resignados y sin argumentos.

Raúl ha conseguido, al menos, perpetuar esa tradición de delanteros blancos que se convierten en una referencia ineludible con el gol. Desde Luis Regueiro a Pirri, pasando por el rey Di Stéfano, sin olvidar a Butragueño y Míchel (los héroes de La Quinta) y terminando por los contemporáneos Raúl y Fernando Hierro, la vocación madridista de la selección nacional es incuestionable. Cuando ha tocado pedir un favor, ahí ha estado el Real Madrid para ceder a cinco, seis y hasta 10 jugadores de su primera plantilla. Existe una sensación aceptada de que entre el Real Madrid y España existe una simbiosis que a los más perversos les ha permitido utilizarla como arma política arrojadiza.

Pero se equivocan. El Madrid es de todos y nunca ha exclusivizado su discurso. Por eso no es casual que 7 de los 10 mejores goleadores de la selección hayan defendido la camiseta blanca. En el fondo, ambos se necesitan. Cuando Butragueño marcó cuatro goles a Dinamarca en Querétaro en 1986 este país se lanzó a la calle, madridistas, atléticos y culés, para pedir que el nene tomase el poder en La Moncloa. Es la España en blanco, rojo y gualdo.