Cumpleaños feliz

Tiene la mirada del águila imperial. Siempre atento, concentrado en el juego como si fuese el último partido de su vida. En el campo no negocia con nadie. Sólo piensa en un desmarque, arrastrar a los centrales del rival para dejar vía libre a sus compañeros de viaje y tiene una fijación obsesiva con el gol, con el que mantiene un idilio apasionado desde que apareció por nuestras vidas hace justo siete años.

Todavía recuerdo como en aquel puente de Todos los Santos viajaba con mis amigos rumbo a Andorra para pasar tres días de vino (sin excesos) y rosas (para las voluntarias que irrumpiesen en la ruta). Pero los periódicos escupieron una novedad que nos excitó a todos. "Debuta Raúl, un crío de 17 años que Valdano ha descubierto en la cantera. Es hijo de un mecánico y vive en una casita humilde de la Colonia Marconi...".

Hicimos una locura de juventud. Sin alojamiento asegurado, decidimos buscar en la reventa seis entradas para aquel Zaragoza-Real Madrid cuya fecha siempre recuerdo: 29-10-94. Minuto 2. Raúl se desmarca, recibe solo ante Cedrún, le dribla, se queda a puerta vacía y, algo escorado, lanza por encima del larguero.

Era su pierna derecha, la mala, pero todos nos miramos diciendo: "Aquí tenemos delantero para muchos años". No se arrugó, jugó un partidazo y nos entusiasmó. Una semana después le marcó al Atlético, en el Bernabéu, su primer gol. Por la escuadra. Con la izquierda. Era Raúl González Blanco. Segundo apellido premonitorio.

Han pasado siete años. Se dice rápido. Le miro y parece un veterano de guerra, con el brazalete de capitán en su brazo izquierdo, casado, con un hijo, dos Champions y con casi todos los deberes hechos. Pero sólo tiene 24 años, justo cuando yo empecé a sentir que la vida se abría para un chaval de barrio (Carabanchel). He tardado en entender su aparente mal genio. Su dureza en el gesto. Ya le conozco. Quiere ganar o ganar. Ser el mejor. Triunfar. Hará grande al Madrid. Cumpleaños feliz.