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Era un día terrible. La pesadilla de las Twin Towers de Nueva York nos provocó una depresión insoportable. El repulsivo olor de la tragedia y el estado de frustración inconsolable te metía en un callejón emocional de difícil salida. Ponerse delante del Roma-Real en ese contexto te planteaba hasta problemas de conciencia. Pero ahí irrumpió el Madrid imperial, el de siempre, el que nunca te abandona, el que sabe responder en situaciones en las que el desasosiego se apodera del mundo entero. Los jugadores apretaron los puños y nos regalaron dos horas mágicas.

Figo fue el que mejor interpretó ese mensaje terapéutico en una día que quedará enterrado en los libros de Historia lleno de magulladuras. El portugués, con Zidane en el Santo Mauro, se puso los galones, se subió al cielo del Olímpico y puso el fútbol al servicio de la causa madridista. Del Bosque recuperó la sonrisa, Figo marcó un gol del estilo del que Zizou le metió a Cañizares en la Eurocopa y esa camiseta blanca sin publicidad reivindicó el reinado del más grande, del gigante de Europa. Gracias, ¡Fi-gol!