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JUEGOS PARALÍMPICOS TOKIO 2020

Raquel, una árbitra española en la final paralímpica de goalball

Raquel Aguado llegó hace más de veinte años al arbitraje, por entonces fue la curiosidad la que le descubrió el goalball. Los pasados Juegos ya dirigió el bronce femenino y en Tokio, la final.

Tokio
Raquel arbitrando un partido de los Juegos.
Warrick Jackes

Cuando pensamos en unos Juegos siempre lo hacemos en los deportistas. Craso error. También están ellos. Raquel Aguado (Madrid, 1976) arbitró el viernes la final femenina de goalball, en la que Turquía se impuso a Estados Unidos. Un cóctel de emociones, donde la ilusión y los nervios se convirtieron en los principales ingredientes. "Sentí mucha responsabilidad. Los árbitros somos anónimos, los protagonistas son los deportistas. Además, siempre decimos que si pasa el partido y nadie se acuerda de ti es buena señal", bromea, después de vivir 24 horas repletas de emociones. "Nos dieron la designación con un día de antelación. Llegar a una final es casi una recompensa porque somos muy críticos con nosotros mismos y nunca terminamos de hacerlo lo suficientemente bien", añade, ya digiriendo todo lo sucedido.

Cuando le dieron la noticia de que estaría en al final, Raquel no daba crédito: "Lo tuve que volver a mirar para asegurarme". Tal cual. Ella era la elegida. "Cualquier partido tiene importancia, pero una final tiene más repercusión y es a lo que aspiras", confiesa la arbitra, más nerviosa antes que durante: "La media hora previa, con los preparativos y la puesta en escena, tienes mariposas en el estómago. Ya cuando empieza estás concentrada y no sabes si es la final o cualquier otro".

Ella se dedica a la docencia. Es profesora de la Universidad Autónoma de Madrid en el Departamento de Educación Física, Deporte y Motricidad Humana y su llegada al goalball fue cosa del destino. Bueno, y también de su compañero Jorge Botella, que necesitaba voluntarios para ser jueces de mesa. Raquel dio un paso al frente: "Nunca me había planteado ser árbitra de un deporte, lo que me gustaba era practicarlo. Llegué de casualidad y también por curiosidad". ¿Qué es el goalball? Es el único deporte creado específicamente para ciegos y en él participan dos equipos formados por tres personas. El juego se basa en adivinar la trayectoria de un balón con cascabeles y la orientación es clave. "Jorge me explicó de qué iba porque nunca había escuchado el nombre. Me impresionó. Jamás había estado tan en contacto con personas con una discapacidad visual y es increíble cómo se mueven. La dinámica del juego te engancha", afirma.

Ampliar

No lo puede negar. Lleva más de veinte años en el arbitraje y dirige competiciones internacionales desde 2007. La formación, impulsada por Paco Monreal, ha sido crucial. Raquel ya estuvo en los Juegos Paralímpicos de Río 2016 y arbitró el bronce femenino, una experiencia que aún recuerda. Sin embargo, la designación en la final de Tokio le pilló más por sorpresa. "Para la final masculina designaron a dos árbitros y para la femenina, a dos árbitras. No creo que haya sido casualidad. Podemos arbitrar a uno u otro indistintamente, así que lo ideal era que nos hubieran mezclado. Ojalá llegue un día en que lo habitual sea ver a mujeres pitando en Primera División de otros deportes", reivindica la docente, que recalca la importancia de dar visibilidad a casos como el suyo para generar referentes: "Sabrán que es posible porque habrá otras que ya lo hicieron".

La profesora regresa a Madrid en la noche del sábado y el lunes se irá directa a clase. De Tokio a las aulas. Dos mundos que le aportan cosas diferentes, pero igual de enriquecedoras. "El goalball me llamó la atención por el desconocimiento y los estereotipos que tenemos sobre la discapacidad, pensando que una persona ciega no puede hacer determinadas cosas. Aquí se mueven, se orientan, saben dónde ponerse y dónde están sus compañeros. Me pareció mágico. Otros deportes se adaptan para ellos, pero este no se parece a nada", dice con una enorme sonrisa.

Tampoco los Juegos de la pandemia tienen nada que ver con aquellos de Río. "Allí estábamos en dos edificios de la Villa y había un ambiente de convivencia. Entonces nos dijeron que nos sacarían fuera para los próximos. Si a eso le sumamos el coronavirus... Da pena. Este año hemos estado en un hotel y sólo salíamos al pabellón cuando había competición, por un trayecto marcado de unos 300 metros. El resto, en la habitación. Es más, como no podíamos salir nos recomendaron Uber Eats para pedir comida. La sensación de aislamiento es brutal y eso que cada día nos hacían PCR...", apunta Raquel. A ella se unirá Juanma Uruñuela, otro español que dirigirá la final masculina de baloncesto en silla. Ellos también se merecen medalla...