Dos eternas sonrisas
Jordi Xammar y Nico Rodríguez, medalla de bronce en 470 masculino en los Juegos de Tokio, se caracterizan por ser el optimismo personalizado.
Jordi Xammar (Barcelona, 27 años) y Nico Rodríguez (Vigo, 30 años) son la eterna sonrisa, el optimismo personificado, la alegría que se contagia. Pero son también dos polos opuestos que se compenetran a la perfección cuando salen a la mar. Jordi el más atrevido y enérgico; Nico, la calma y el sentido común. Y en ambos casos, talento a destajo y trabajo a raudales. Esas son las claves de su metálico éxito, brillante medalla de bronce en estos Juegos de Tokio.
En la familia de la vela olímpica española la felicidad es completa porque han ganado medalla dos tipos que se lo merecían hasta el infinito.
Xammar debutó en Río y las cosas no le salieron como esperaba. Era solo el estreno y prometió volver más fuerte. Lo ha hecho. Su mensaje en el adiós a los Juegos de Brasil era el anticipo de lo que vendría en Tokio, cinco años y una pandemia después.
De familia de deportistas -hijo del motociclista Pedro Xammar-, su pasión por la vela ha forjado un currículo difícil de igualar a su muy corta edad. A sus 28 años ha sido campeón de casi todo. "Pero mi sueño olímpico de toda la vida era ganar en los Juegos, obviamente algo muy grande y muy difícil. Que no sea por no soñarlo", enunciaba antes de aterrizar en Enoshima.
Número uno del escalafón mundial, su destreza estaba fuera de toda duda. Pero le hacía falta mostrarla en el mejor escaparate de todos. "He aprendido cuál es la clave para llegar a estar arriba. Que es realmente el trabajo, no hay otro secreto", confesaba en las jornadas previas a su día uno de regatas.
Jordi ha sabido resistir y remontar ante las adversidades, que no fueron pocas. Una vez se quedó incluso fuera del podio en un campeonato nacional -en Cádiz- y todo se volvieron malos presagios a su alrededor. No en su cabeza, donde siempre hubo solo pensamientos positivos. Años después, se hizo noticia por su mejor logro de todos: haber salvado la vida de un joven que estaba desaparecido. Ayer, en la distancia, éste también celebró su medalla. Que en realidad festejaron todos, porque la merecía como el que más.
El polo opuesto y el contrapunto al desparpajo permanente de Xammar es la templanza de Nico. Más analítico y calmado, han forjado una relación que va más allá de lo estrictamente profesional. No en vano, conviven juntos 250 días al año.
Empezó el gallego como casi todos los regatistas del equipo español, en el club náutico más próximo cuando era aún un menudo niño con sus sueños y aspiraciones. Su fortaleza mental y física son producto de multiplicar el trabajo de Javier Patiño con el de Pedro Quiroga, el de éste con Hilda, Jaime y así todos cuandos técnicos han tenido la suerte de modelarlo.
Antes de venir ya prometió que se tatuaría los aros olímpicos, ahora con más motivo. Debutar en los Juegos ha sido una de las grandes conquistas de su deslumbrante carrera como regatista; más valor todavía porque lo ha hecho con medalla. Para los federativos españoles no ha sido ninguna sorpresa. Son tan buenos que eran favoritos desde el primer minuto. Y les ha consagrado Enoshima, la misma isla mágica donde fueron plata en 2019.