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VALENCIA

Nuevo Mestalla: 15 años en los huesos

Los matorrales inundan el hormigón de un estadio que nació como un proyecto de ciudad, que se convirtió en símbolo de la burbuja inmobiliaria y que cumple 15 años con la obra paralizada.

Actualizado a
Los matorrales se han hecho los 'dueños' de la parcela del Nuevo Mestalla, cuya obra está paralizada desde 2009.
DAVID GONZALEZ ARENASDIARIO AS

La obra del Nuevo Mestalla cumple 15 años paralizada. Su esqueleto de hormigón se ha convertido en un paraje más de la ciudad, como las Torres de Serrano o el Miguelete. Pero, así como esas centenarias construcciones son símbolos de tiempos de grandeza de la ciudad, el ‘coliseo’ de la Avenida de las Cortes Valencianas lo es de la “burbuja inmobiliaria”, la cual le explotó al Valencia en la cara. El 25 de febrero de 2009 el presidente Vicente Soriano claudicó e hizo oficial lo que se intuía que pasaría: “La obra se paraliza”. La economía del club no podía soportar el descabellado plan financiero ideado por Juan Soler. Y de aquellos barros, estos lodos.

En su mentalidad, la de Soler, prototipo de constructor de la época, su plan era perfecto, basado en la teoría de esos tiempos: la del pelotazo. Su proyecto financiero era simple. En la parcela del actual Mestalla se construirían unas torres que se la quitarían de las manos por un potosí de millones y con ellos pagaría la nueva casa. Y no una casa cualquiera. El Valencia tendría “el mejor estadio del mundo”. Así que empezó a construir en la Avenida de las Cortes sin pedir préstamos. Es decir, de las arcas del club salían cada mes decenas de millones para pagar a las constructoras, dando por hecho que se vendería Mestalla. Pero la burbuja hizo ‘boom’.

Proyecto original del Nuevo Mestalla.
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Proyecto original del Nuevo Mestalla.

El Valencia y los políticos llevan 15 años dándole vueltas a lo mismo, a cómo y cuándo se reanudará una obra de cuyo proyecto inicial solo queda el bol de hormigón. El hastío que genera el tema del Nuevo Estadio le ha dado más brío y romanticismo al vetusto Mestalla, generándose una corriente de opinión que defiende su reforma y permanencia. Pero esa opción no la contemplan las altas esferas y así Mestalla es como un condenado en el corredor de la muerte, un estadio con vida propia que resiste en el tiempo, pero que está abandonado a su suerte, sin apenas mantenimiento ni inversión en sus instalaciones.

Imágenes del actual estado de Mestalla.
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Imágenes del actual estado de Mestalla.

El arquitecto Mark Fenwick es de los pocos que quedan de la hollywoodiana presentación de la primogénita maqueta, que tuvo lugar el 10 de noviembre de 2006 en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Hasta Pelé y Maradona recibieron invitación para asistir al acto. 18 años después, esa maqueta, la cual llegó a Valencia en un furgón blindado, es un mero elemento de decoración ubicado en un pasillo de la planta noble de las oficinas del club.

Desde aquella presentación, la vara de mando del Ayuntamiento la han tenido Rita Barberá, Joan Ribó y María José Catalá; en el despacho principal del Palau de la Generalitat han estado Francisco Camps, Alberto Fabra, Ximo Puig y Carlos Mazón; el palco VIP de Mestalla ha sido un ir y venir de presidentes: desde Juan Soler hasta Layhoon Chan, pasando por Agustín Morera, Vicente Soriano, Manuel Llorente, Amadeo Salvo y Anil Murthy. Y de los inquilinos del banquillo mejor damos la cifra para no alargar de más el párrafo: 19.

La construcción del estadio se inició con la pretensión de que Valencia albergara la final de la Champions de 2011, inclusive también un Mundial de Atletismo, y, sin embargo, nadie puede asegurar hoy que esté acabado para el Mundial 2030 de fútbol. De ahí que Valencia se tambaleé como sede, algo que cuesta entender tratándose de la tercera ciudad de España, con todo lo que ello implica en cuanto a disponibilidad en infraestructuras de transporte, alojamiento y servicios se refiere. Pero la ciudad carece aún de lo más importante para ser sede de un Mundial: un estadio válido.

La desconfianza que se generan entre los políticos y Peter Lim

El problema de fondo es de concepto: la desconfianza. Las autoridades recelan de Peter Lim. Los políticos temen que, una vez se consuma en la obra el dinero de CVC (unos 80 millones) y el que se pueda recaudar por la venta del terciario de la parcela, el Valencia pueda volver a paralizar la obra por falta de liquidez. De ahí que le exijan garantías financieras por la totalidad de lo que queda por construir, que según el último proyecto presentado asciende a unos 128 millones (antes de impuestos). Pero se duda hasta de esa cifra, de ahí que se vaya a pedir una auditoria externa para calcular “el coste real”.

A su vez, el máximo accionista del Valencia no se fía de las intenciones y posturas de las diferentes administraciones públicas implicadas. Por ello no moverá ficha hasta que tenga una seguridad jurídica en forma de convenio, un contrato que le garantice que las fichas urbanísticas quedan reflejadas en blanco sobre negro y con firma de las partes. De ahí que se haya negado a rubricar el documento que pide la FIFA para que Valencia se presente como candidata a ser sede del Mundial 2030, porque entiende que hacerlo es un compromiso que el club no debe adquirir sin tener previamente atado el convenio.

El Nuevo Mestalla nació como un proyecto de ciudad, en el que la vinculación entre el Ayuntamiento (Rita Barberá) y el Valencia (Juan Soler) era máxima. Esa sintonía nada tiene que ver con lo que sucede en la actualidad. La clase política huye de cualquier gesto que pueda ser interpretado como que dan facilidades a Peter Lim (aunque el promotor siempre haya sido el Valencia CF), unos políticos que temen más las manifestaciones contra la gestión de Lim que el propio Peter.

De la misma manera, el Valencia, desde 2014, tiene un máximo accionista sin arraigo en la ciudad, sin más intereses empresariales en la provincia que el club de fútbol, que vive a 12.000 kilómetros y que hace más de 1.500 días que ni tan siquiera ve a su equipo jugar en directo. Dicho de otra manera, en los planes de vida de Lim no parece que esté ‘avalar’ una obra para que Valencia sea sede de un Mundial ni tampoco que se mueve el singapurense por el ego o la pretensión de dejar un legado en la ciudad en forma de estadio para los próximos cien años.

Imagen del último proyecto presentado por el Valencia.
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Imagen del último proyecto presentado por el Valencia.

De ahí que, con el paso del tiempo, el Nuevo Mestalla haya pasado de ser el “mejor estadio del mundo”, cuando era un ‘proyecto de ciudad’, a ser un recinto adaptado a lo que considera el club, su máximo accionista, que son sus posibilidades económicas. Por ello, entre otros reajustes, la icónica fachada del proyecto inicial, que se fundía con la cubierta en una única piel metálica y curvada, en la que se representaban “los barrios de la ciudad”, se haya transformado en una fachada “permeable y abierta”, “más mediterránea”, según la define el pliego del último proyecto, que habla de ella como un “tholos” griego, y con una cubierta con forma de radios de rueda de bicicleta en horizontal. O que el aforo haya aumentado o disminuido según apretaran los políticos de turno (de 75.000 a 66.000, pasando por una intentona de 49.000).

Todos esos proyectos, que van por cinco diferentes desde que se presentó el primero, no dejan de ser documentos de powerpoint, porque las grúas siguen sin entrar entre los matorrales de la parcela de la Avenida de Cortes Valencianas. El Nuevo Mestalla está como se quedó hace 15 años: en los huesos. Lo único positivo, como apostilla Mark Fenwick en sus informes, es que ese esqueleto se “conserva en buen estado al tratarse básicamente de casi toda la estructura de hormigón y gran parte de las gradas, preparadas ambas para un ambiente exterior”. Pero 15 años lleva a la intemperie. La de estadios que se han construido en el mundo desde entonces.

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