Fin a la burbuja china
El gigante asiático fue, durante la década pasada, sinónimo de fichajes millonarios y sueldos astronómicos. Hoy, no queda nada de esa época de bonanza.


No son pocos los futbolistas que, en algún momento de su carrera, ven con buenos ojos aceptar un reto quizá no tan competitivo, pero sí muy bien remunerado. Ya sea en el ocaso de su trayectoria profesional, o no, hay jugadores que recalan en una liga no tan exigente en cuanto a nivel, pero sí verdaderamente atractiva en lo relativo a los salarios. Es inevitable no pensar en Arabia Saudí a la hora de hallar un destino que case bien con estos parámetros, pero no siempre fue así. Antes de la predilección generalizada por el fútbol árabe, China era el país que copaba este nicho de mercado.
Durante la pasada década, el gigante asiático se postuló como el lugar al que acudir para aquellos que buscaban una jubilación dorada. Paulinho, Tévez, Hulk, Bakambu, Fellaini, Witsel, Carrasco… China reunió a una verdadera constelación de estrellas a golpe de talonario. Se convirtió en una verdadera amenaza para occidente brindando condiciones que la élite europea no podía ofrecer. Pero fue esta ambición desmedida la causante de una decadencia que llega hasta nuestros días. El fútbol chino, al igual que Ícaro, acabó cayendo con estrépito cuando intentaba volar más alto que el sol. Pero no adelantemos acontecimientos.
Retrocedamos en el tiempo hasta el 2013, el año en el que Xi Jinping alcanzó la presidencia de la República Popular China. Llegó al poder con un plan: el de convertir el fútbol en un proyecto estratégico nacional. Una idea cuanto menos llamativa para un país en el que el tenis de mesa es el deporte más popular y el balompié está en un segundo plano. Pero poco le importó a Jinping a la hora de fijarse tres objetivos: clasificarse a un Mundial, organizarlo y ganarlo. Todo, antes del año 2050.

La ambiciosa hoja de ruta de Jinping para convertir al gigante asiático en la mayor potencia futbolística del planeta se materializó en un paquete de 50 medidas para hacer crecer el nivel y el arraigo social de este deporte a un ritmo vertiginoso. Entre ellas destacaban la construcción de cientos de campos de fútbol (se estableció como ratio ideal un campo por cada 10.000 habitantes) y la imposición del fútbol como asignatura obligatoria en las escuelas. Además, el gobierno animó a las grandes empresas y fortunas del país (destacando constructoras como Evergrande o el conglomerado Wanda Group) a invertir su capital en los equipos chinos. Un plan maestro que, como verán a continuación, no dio los frutos esperados.
Crónica de una caída
Lejos de convertir a su selección en una potencia y a su liga en una referencia, China fracasó estrepitosamente en su intento de hacer del fútbol su deporte nacional. La burbuja estalló, las estrellas se marcharon y el grifo del dinero se cerró. Tanto, que varios clubes (como el Jiangsu, que llegó incluso a llegó a estar cerca de fichar a Gareth Bale) acabaron desapareciendo. La caída del fútbol chino fue casi tan pronunciada como su meteórico ascenso. Y lo cierto es que atiende a varios factores.
La primera de estas causas fue el crecimiento artificial de los clubes. Estos se endeudaron acometiendo traspasos millonarios y brindando sueldos inasumibles para su economía real. Los gastos superaban por muchísimo a los ingresos y, con la crisis del ladrillo (recordemos que los conglomerados vinculados al sector inmobiliario eran los que aportaban la mayor parte del capital), el castillo de naipes se vino abajo. También hay que tener en consideración un cambio de postura que adoptó el gobierno chino en 2017. Comenzó a endurecer las condiciones para fichar y fijó unos límites salariales más estrictos. Era un intento tardío por evitar una muerte anunciada (y también para abordar el problema de la corrupción de parte de los dirigentes de los clubes) que, sin embargo, terminó acelerando la caída.
La Superliga de China vio cómo las fuentes de ingresos de los clubes se agotaban y, para colmo, en 2020 recibió el golpe de gracia: la pandemia. La COVID-19 detuvo las competiciones durante un año entero y vació sus gradas durante todavía más tiempo. Los ingresos por entradas se perdieron y, también, desapareció el hábito de acudir a los estadios una vez terminada la pandemia. Y es que China pudo comprar jugadores, pero jamás consiguió generar el interés de su población por el fútbol. El sueño de Xi Jinping se hizo añicos y, en China, continúa siendo el tenis de mesa y no el balompié el deporte que acapara interés y forma parte de la vida cotidiana de sus ciudadanos.

Y ahora, ¿qué?
Con el brillo de la década pasada perdido y ya sin sus estrellas (Oscar, el último reducto de los fichajes mediáticos, regresó a Brasil en enero de 2025), la Superliga de China arranca prácticamente de cero. De hecho, según Transfermarkt (y como pueden consultar en el gráfico que aparece encima), la inversión en traspasos para la temporada 2024/25 fue inferior a la de la campaña 2006/07, mucho antes de la llegada de Xi Jinping al poder.
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El dinero se acabó y el fútbol chino trata de resurgir de sus cenizas apostando por jugadores locales, quizás con un sentimiento de resignación por una ilusión que murió de éxito. En la reconstrucción hay, además, cierta representación española. Alberto Quiles, Óscar Melendo, Juan Antonio Ros, Lluís López, Cristian Salvador y Edu García militan, en la temporada 2025/26, en la primera división del gigante asiático. Una categoría en la que también llevó un equipo bajo su mando, hasta el pasado mes de octubre, Quique Setién. El cántabro finalizó su aventura en el Beijing Guoan alegando motivos personales.
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