Rose Woolrich, la dama del té ‘citizen’ desde hace 50 años a la que no le gusta el fútbol
Con más de 90 años y cumpliendo medio centenar de temporadas colaborando con el City, Rose Woolrich es una institución.


Todas las salas del Etihad Stadium, que en la Champions se renombra como City of Manchester Stadium por razones comerciales (los únicos patrocinadores que existen en la competición son los de la UEFA), cuentan con su cartelería habitual de la Copa de Europa para clarificar las cosas a los equipos extranjeros y a la prensa que viaja con ellos. Pero hay una sala que no cuadra: “La habitación de Rose”, reza el cartel de UEFA, encima del cual otro rótulo dice “Habitación de los fotógrafos de Rose”. Es la sala en la que trabajan, antes y después de los partidos (porque durante están en el césped, a la intemperie en la fría y lluviosa Mánchester), los reporteros gráficos. Y en esa sala saben que cuentan con una cara amiga: Rose Woolrich.

Rose es toda una institución en el Manchester City, lo fue en el antiguo estadio, Maine Road, y lo es en el actual. A sus más de 90 años, está presente en la sala de fotógrafos antes y durante cada partido del City para ofrecer a los compañeros tés, pastas y sándwiches. “¿Puedo ofrecerte una taza de té? ¿Fuerte o suave? ¿Con leche? ¿Con azúcar o edulcorante?”. Son los lemas de Rose. Algunos, dice, dudan al verla, no tiene claro cuál es su papel: “Me acerco y les digo: ‘Hola, soy Rose y voy a cuidar de ti. También tenemos ‘scoones’ (un panecillo dulce típico de las islas británicas) si quieres”. Empezó su labor cerca de la Navidad de 1974 y este curso está cumpliendo su temporada 50 colaborando con el City: se dirige al estadio unas tres horas antes de que empiece el duelo con toda la comida que ha preparado en su casa, la prepara y hace también una tetera grande té de menta. “Cuando quedan 15 minutos para que acabe el partido me marcho, ¡si no, no hay manera de conseguir un taxi!”, comenta en una entrevista con FIFA.
Stan Gibson, legendario jardinero jefe del City, le pidió que echase una mano por primera vez hace ahora 50 años: “No tenían a nadie que sirviese té, así que empecé con eso”. El cambio de estadio, en 2003, casi acaba con la tradición: Maine Road le pillaba a poco más de una milla de distancia, mientras que la nueva casa triplicaba la distancia. “Pero el maravilloso Kevin Keegan (leyenda inglesa con dos Balones de Oro y entonces entrenador del equipo), un caballero, me convenció, junto con el presidente de aquella época”, cuenta.

Aquel cambio de estadio tuvo para ella también un coste personal: el día del estreno, un 23 de agosto de 2003, recibía la llamada de su hijo para comunicarle que su marido había fallecido por un ataque al corazón. La entrega a su labor ha sido total y cualquier podría pensar que lo hace por devoción a los colores del City, al equipo. Pero nada más lejos de la realidad. Sin duda, ya ha desarrollado una conexión con el club, pero el fútbol, en este caso, es lo de menos: “No he visto un partido en toda mi vida”.
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