El Metropolitano volvió a apretar
Cuando más lo necesitaba el equipo, la afición respondió como siempre lo ha hecho. Más de 26.000 gargantas fueron el jugador número “12” en los momentos más duros.
El Atlético de Madrid dominaba el encuentro en todas las facetas. Muchas ocasiones, mucho balón y muy buen juego. El público disfrutaba. La gente estaba metida en el partido y se celebraba cada córner, cada balón dividido y cada acción individual. Los jugadores sentían ese aliento constante que los animaba a seguir presionando y generando ocasiones.
En el primer disparo del Villarreal, minuto 52, llegó el gol de Trigueros. Los jugadores rojiblancos no se lo podían creer. Miraban resignados a la portería. Pero en las gradas empezó a sonar al unísono un "Atleti, Atleti" que salía del corazón de cada aficionado. Habían sido muchos meses viendo el fútbol desde la televisión, muchos partidos donde el equipo necesitó un impulso y nadie pudo dárselo. Los presentes sabían que era su momento. Tocaba dejarse la garganta. Muchos meses después, el Atlético de Madrid, su Atleti, les podía volver a escuchar.
Tan solo hicieron falta 4 minutos para que Luis Suárez mandara el balón al fondo de la portería de Rulli. El gol fue del uruguayo, pero cada atlético, desde su butaca, sabía que ese tanto también le correspondía a la grada. La locura invadió el Metropolitano. La afición volvía a ser parte del equipo y las cosas empezaban a salir bien después de 56 minutos intentándolo.
Minuto 74. Segundo disparo a puerta del Villarreal. Segundo gol del submarino amarillo. Los jugadores rojiblancos no daban crédito. Tocaba volver a remar, pero sabían que contaban con un jugador más. La afición estaba más encima que nunca. Se comían al árbitro en cada acción en contra. Protestaban las pérdidas de tiempo y animaban a los suyos a no dejar de atacar.
El partido estaba en sus últimos compases. Muchos empezaron a desfilar escaleras arriba, era tarde y estaba todo el pescado vendido. Pero, ya saben, "nunca dejes de creer". La justicia poética hizo acto de presencia en el Metropolitano. Un gol en propia de lo más rocambolesco puso el empate en el marcador a falta de escasos segundos para el pitido final. Fue el gol de la constancia, del no dejar de intentarlo en todo el partido. Y, sobre todo, el gol de una grada que se dejó el alma para que ningún jugador bajase los brazos.
Volvieron las grandes noches al Metropolitano. Las noches de sufrir, de luchar y no rendirse. Las noches de la comunión perfecta entre jugadores y afición, todos en la misma dirección. Solo estaba presente un 40% del estadio, pero, por momentos, parecía que habíamos vuelto a las grandes noches de Champions League, donde no entraba ni un alfiler. Señoras y señores, ha vuelto el fútbol, el de verdad.