Shevchenko reabre una vieja herida: "Me desperté gritando"
El ahora seleccionador de Ucrania ha publicado un libro, "Forza gentile", el cual ha desgranado en una entrevista para '7', la revista del 'Corriere della Sera'.
Andrei Shevchenko (29 de septiembre de 1976) fue uno de los futbolistas más destacados del cambio de siglo. Entre 1994 y 1999 maravilló con el Dinamo de Kiev y ello le valió firmar por un Milan que, por entonces, vivía una época dorada. En San Siro se ganó un hueco en la historia del balompié, consiguiendo incluso en Balón de Oro en 2004, amén de un sinfín de títulos entre los que destaca la Champions League de 2003, ganada a la Juventus en Old Trafford. Allí marcó el tanto decisivo de la final, el último de la tanda que desniveló el 0-'0 que no se movió en 120 minutos.
Nesta, Maldini, Gatusso, Pirlo... el plantel rossonero era excelso, pero dos años después, acompañados por Kaká, vivieron una noche negra al ver cómo el Liverpool de Rafa Benítez remontaba el 3-0 con el que lideraba el Milan al descanso. Ese día, Sheva fue el villano, pues volvió a tomar la responsabilidad en la tanda, pero entregó el título a los ingleses con su fallo final. Un paso frustrado por el Chelsea y unos coletazos finales en Kiev completarían una carrera fantástica. Así, el ahora seleccionador de Ucrania la repasa en 'Forza gentile', el libro que acaba de publicar, escrito por Alessandro Alciato, y que desgrana en '7', la revista del diario italiano Corriere della Sera.
Penalti decisivo de la final de 2003 ante la Juventus: "Siempre dudo, pero nunca tengo miedo. Desde el círculo del centro del campo hasta el punto de penalti, todo me viene a la mente. Mi infancia, Chernóbil (la familia de Shevchenko vivía a escasos kilómetros del lugar del desgraciado accidente y con 9 años tuvo que mudarse), amigos fallecidos, todo. Pero sobre todo, me dije que no debía tener dudas. Una vez que decides dónde disparar, no importa lo que haga Buffon, simplemente no cambies de opinión. Me pasé la lengua por el labio y la tenía completamente seca. Miré al árbitro porque no escuchaba nada con el ruido de la afición (...). Cuando el balón aún iba en el aire, vi a Buffon ir al lado contrario. Supe antes que el reto que estaba hecho. Ese momento quedará para siempre".
La obsesión de Inzaghi con el fútbol: "En la mañana de la final en Mánchester (2003) me levanté temprano y subí las persianas. Estábamos en un hotel con vistas a un campo de golf. Miré afuera y vi a una persona corriendo sola, imitando movimientos de ataque. De repende, se vuelve para si un árbitro invisible pitó fuera de juego, se anima y celebra el gol imaginario. Era Pippo".
El pique con Materazzi: "(En un derbi ante el Inter) En el túnel de San Siro estaba jugando con una placas que tenía en el pómulo que me había fracturado dos meses antes y Materazzi comenzó a decirme cosas no demasiado bonitas de lo que iba a pasar. Me reí en su cara. No para ser un fanfarrón, sino porque sabía que en su vida personal no era así, no lo es, es solo parte del espectáculo. Fue uno de esos chicos malos. Además, la gente que trataba de asustarme, a menudo olvidaba de dónde vengo".
El "trauma de Estambul ante el Liverpool: "Los tres primeros meses después de la ácida derrota me despertaba gritando por la noche y empezaba a pensar en ello. Todavía lo pienso hoy, después de 16 años. Muchos de mis compañeros nunca han querido volver a ver ese partido. Me lo sé de memoria. ¿El Liverpool? Tenían una oportunidad entre 100 y se aferraron a ella con todas sus fuerzas".
Su infancia y Chernobil: "Espero no sorprender a nadie si digo que todo me pareció normal. Tenía 10 años, me divertía como un loco jugando al fútbol en todas partes, me llevaron a la Academia del Dinamo de Kiev, pero de repente el reactor 4 explotó y nos llevaron a todos. Todavía siento angustia... Llegaron autobuses de la URSS [Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas] que se llevaron a todos los niños de entre 6 y 15 años. Me vi a 1.500 kilómetros de casa y recuerdo haber vivido como si estuviera en una película. Empecé a tener cada vez menos. Todos murieron, no por la radiación, sino por el alcohol, las drogas, los problemas con las armas... Las brechas en los muros de la URSS eran cada vez más grandes. El mundo que conocíamos se estaba desmoronando y mis amigos, como todos los demás, no creían en nada y acabaron perdiéndose. El amor de mis padres y el fútbol me salvaron".