Los protagonistas de aquella histórica UEFA desempolvan sus recuerdos y anécdotas para reconstruir el camino a cuartos. Una aventura que terminaba tal día como hoy y repasamos de la mano del técnico Juande, los jugadores Cota, Míchel, Bolo, Pablo Sanz y Luis Cembranos y el utillero Isi. Sin olvidar cómo lo vivieron la afición y la Prensa. Así fue una cita irrepetible...
Y entonces, despertó. Tal día como hoy, un 15 de marzo de 2001, terminaba el sueño europeo del Rayo. Una aventura que duró 217 días —doce partidos, con ocho victorias, dos empates y dos derrotas, 30 goles a favor y 9 en contra— y veinte años después se sigue recordando con nostalgia. Aquella fue su primera vez en la Copa de la UEFA. Y la última, por ahora. De ahí que cada aniversario se acreciente la leyenda de ese equipo único, que situó Vallecas en Europa y demostró que la ilusión lo puede todo. O casi.
Sin embargo, la UEFA no fue más que la punta del iceberg, puesto que desde la llegada de Juande Ramos al banquillo, el conjunto franjirrojo fue construyendo piedra sobre piedra una de las épocas doradas del club. El técnico cogió las riendas en la 98-99 y logró el ascenso. Ya en su primera temporada en la élite (99-00) consiguió ganar en el Calderón (0-2) y en el Camp Nou (0-2) y empatar en el Bernabéu (0-0), algo que refrendó con el liderato de la máxima categoría durante cuatro jornadas (4, 8, 10 y 11) y un meritorio noveno puesto final.
Así es como la Franja llamó a las puertas del cielo y el fair play se convirtió en la llave para abrirlas. La UEFA sorteó unas plazas entre todas las federaciones europeas y cada una de ellas seleccionó a un equipo, conforme a unos criterios de puntuación basados en el menor número de tarjetas, mayor respeto al árbitro y los adversarios, comportamiento de los espectadores… De tal manera que IFK Norrköping (Suecia), Lierse (Bélgica) y Rayo (España) consiguieron su sitio.
Ese verano, la entidad vallecana se reforzó con hombres clave como Ballesteros, De Quintana y Bolic. Y la plantilla tuvo que acortar sus vacaciones para preparar la fase previa contra el Constel·lació, a quien endosó dos sonrojantes goleadas, cerrando la eliminatoria con un global de 16-0. Un récord aún en su poder. Posteriormente, ronda a ronda, fue dejando por el camino al Molde noruego, al Viborg danés, al Lokomotiv ruso y al Girondins francés. Los dos últimos, dos clásicos continentales. Hasta que el destino quiso que, en cuartos, se produjera un duelo fratricida. El Alavés despertó al Rayo de un sueño mágico e irrepetible, que dos décadas después rememoran algunos de sus protagonistas...
Para Juande un buen entrenador es aquel que saca el mayor rendimiento a sus jugadores. Pues bien, él lo consiguió, ayudado por su cuerpo técnico, entonces formado por Joaquín Mas Davó, su segundo, y Carmelo del Pozo, su preparador físico. Todavía recuerda cómo recibió la llegada —así, por sorpresa— de la UEFA: “Tuvimos que reducir las vacaciones para adelantar la pretemporada. Nos lo tomamos más como un premio que como otra cosa. No hubo que cambiar planificación deportiva, ni reforzar el equipo, porque teníamos una plantilla equilibrada. Combinar varias competiciones dio pie a que todos participaran, no sólo once. Se sintieron involucrados y eso hizo que el rendimiento subiera”.
Combinar varias competiciones hizo que todos participaran, se involucraran y eso elevó el rendimiento
Las ganas eran el denominador común. “Lo viví de la misma manera que los futbolistas. Estaba comenzando mi carrera como entrenador y era mi primera experiencia europea”, arranca Juande, que no olvida aquel viaje a Moscú: “Fue el más atípico. Nunca habíamos estado en una situación parecida. No sabíamos qué nos íbamos a encontrar con ese frío —se rozaron los 20 grados bajo cero—, con un campo totalmente helado y sin hierba. En el vestuario hicimos hogueras, prendiendo algodones con alcohol. Y en las horas libres no podíamos perder la oportunidad de conocer la ciudad”. Hasta allí se desplazaron los aficionados para arroparles: “No hay palabras para agradecérselo. El esfuerzo que hicieron es digno de elogio, sobre todo por el coste económico”.
No hubo ni un solo rincón de Vallecas que no vibrara con su Rayo. “El barrio se volcó y eso se reflejaba en el estado de ánimo de los jugadores y su entrega. Jugar en casa era una auténtica gozada”, prosigue el míster, que desvela el secreto del éxito: “Ilusión y humildad. Éramos el tercer equipo de la ciudad, todos nos trataban como el patito feo, el hermano pequeño que no tiene derecho a nada. Y nos rebelamos ante eso. Había ansia de hacer algo importante”. Muchos de sus pupilos ocupan hoy los banquillos y le tienen como inspiración: “Disfruto de sus triunfos porque guardo un gran recuerdo de todos”. Eso sí, su mejor momento con la Franja no es la UEFA sino “el liderato, tuvo un mérito enorme”.
También fueron meses felices para el capitán Cota. "Un sueño hecho realidad". Y eso a pesar de que una fractura de tibia, en la vuelta ante el Constel·lació, le impidió estar sobre el césped, pero no acompañar a su Rayo en esas citas tan señaladas. “No cambiaría esa UEFA por nada. Me llamó Sofía Martín, de Marca, para contarme que la jugábamos. Estaba en mi apartamento de Benidorm y pegué un grito enorme. De primeras pensaba que me estaba vacilando y no. El fútbol me dio lo que tanto ansiaba, pero luego me lo quitó la lesión. Me quedé clavado, sabía que me había roto. Cuando llegué a casa se me caía el alma a los pies. Lo di todo y fui con tanto ímpetu que, con ese resultado, no debí haber metido la pierna. Soy así. Ya está. Fue el destino porque nunca había sufrido una lesión tan fuerte. Empecé a disfrutar el sueño desde otra perspectiva. Me llenaba ver mi camiseta, con ‘Ánimo, Cota’, en los estadios y compartir la experiencia con los aficionados por las calles, en los bares…”, relata con emoción.
Nunca había visto esas caras de ilusión. Todo el mundo se hizo del Rayo. Hasta viajó gente del Madrid y el Atleti con nosotros
A Cota se le agolpan las anécdotas cuando habla aquella aventura. “Nunca había visto esas caras de ilusión. No sólo de la gente de Vallecas. Todo el mundo se hizo del Rayo. Viajaron con nosotros personas del Madrid y el Atleti. Jamás imaginamos vivir algo así. Cuando nos tocó el Girondins pensamos, hasta aquí hemos llegado. Entonces nos lo creímos y soñamos con el cántico: 'El año que viene, Rayo-Liverpool'. Por poco…”, explica el defensa, que destapa otro aspecto: “Cambiamos las primas, redujimos la de objetivos e incrementamos la de partidos”.
Y el desplazamiento estrella fue, sin duda, el de Moscú. “Sufrí con las muletas. Pensé que las escaleras mecánicas eran rápidas en España, pero allí eran el doble. Mi ex era rusa y hacía de intérprete. Montamos en el metro y nos decía: ‘Por favor, cuando se abran las puertas pasamos’. Me empujaron y acabé en un rincón. Creo que me volvieron a romper la pierna”, ríe Cota, que trató de combatir el frío como pudo: “Me compré un gorro de cuero con orejeras. Había mujeres que se pusieron tres o cuatro pantalones, las decía que eran ‘las mujeres cebollas’. Lo que disfrutamos, en la Plaza Roja nevada y Teresa Rivero, con nosotros, haciéndose fotos. Aquello era precioso, pero caro. Quise comprarme unas botas y valían tres veces más que aquí”. A Cota sólo se le quedó una espinita clavada, el no ser titular en Andorra: “Cuando Juande dio la alineación todos me miraban. Míchel vino a dedicarme su gol”.
Ambos, Míchel y Cota, son del barrio, rayistas de cuna y terminaron erigiéndose en leyendas de la Franja. De hecho, Míchel I —alias 'el niño'— se consagró en esa UEFA y destapó el tarro de las esencias cuando más falta le hacía al equipo. “Fue un momento histórico para el club, llevamos el nombre del Rayo y Vallecas por Europa. Además, nos fue muy bien e hicimos una competición preciosa”, analiza el mediocentro, que pone en valor el papel de los veteranos en aquel vestuario, donde él era de los más jóvenes —25 años—: “Nos ponían las pilas porque sabían que esto igual no lo volvíamos a vivir”. No se equivocaron.
Tengo camisetas, un gorro ruso y un gnomo de Noruega, de esos que dan suerte, aunque si lo ves por la noche lo que da es miedo
A través de sus palabras es fácil recorrer todos y cada uno de los destinos: “Frente al Constel·lació conseguimos la mayor goleada, pero la experiencia de Noruega me encantó. El estadio del Molde era súper moderno y precioso. El desplazamiento a Dinamarca fue una odisea, larguísimo. Todo salió mal. Incluso el resultado hasta que, en una falta, le pegué un pelotazo a un jugador de ellos y entró por la escuadra. El viaje más chulo fue el de Moscú. Nos dio tiempo a conocer la Plaza Roja, ver el metro, el hotel era de cinco estrellas… Y pensábamos que el Girondins iba a ser el último rival, pero resultó la noche más especial de Vallecas. En la vuelta, recuerdo un túnel de vestuarios muy largo. Se me hizo interminable y pensé que el choque también se nos haría interminable allí. El penalti de Cembranos nos tranquilizó. Después, jugaba el Inter contra el Alavés. Ambos habían empatado en Vitoria y nos veíamos ya en San Siro. No fue así. Nos llevamos el gran chasco. Nos eliminó nuestra bestia negra y llegó a la final ante el Liverpool, nuestro partido soñado”.
Esos no fueron los únicos recuerdos que Míchel se trajo en la maleta. “Tengo varias camisetas, un gorro ruso y un gnomo de Noruega, de esos que dan suerte, aunque si lo ves por la noche lo que da es miedo”, bromea. Otros de los tesoros que coleccionó son los vídeos de aquellos históricos duelos: “Alguna vez se los he puesto a mis hijos y ellos, que también tienen corazón rayista, han alucinado. Ojalá haya una próxima vez no muy lejana”. Mientras eso sucede, los pioneros siguen en contacto: “Éramos un equipazo y una familia”.
Las amistades forjadas en aquel vestuario perduran. Y así lo atestigua algún grupo de WhatsApp del que Bolo es integrante. El delantero se ganó a la afición con entrega y goles, convirtiéndose también en uno de los compañeros más queridos. “Esa época fue preciosa. Lo mejor que me ha dado el fútbol son los amigos. Con Míchel, Lopetegui, Pablo Sanz y Cembranos tengo más relación. Ellos han visto nacer a mis hijos y yo a los suyos. Hemos compartido veranos juntos…”, confiesa el dueño de una curiosa anécdota: “Cuando terminó la temporada (99-00) tenía programada mi boda y un viaje de novios muy chulo, por Estados Unidos, que nos había diseñado un amigo de una agencia. No pudimos ir por la previa de la UEFA, nos lo perdimos. Lo hicimos a la antigua usanza, una semanita en Ibiza y otra vez a entrenar porque Juande no me dejó incorporarme más tarde. La pretemporada se adelantó quince o veinte días. Teníamos que prepararnos bien porque era un hito histórico, aunque luego viendo la eliminatoria tampoco hubiéramos necesitado mucho para pasarla (risas)”.
Nos perdimos el viaje de novios, por Estados Unidos, por la previa de la UEFA. La pretemporada se adelantó quince o veinte días
Con aquel destino pendiente —sigue teniendo California en mente—, Bolo sí pudo disfrutar de los fríos parajes que les iba deparando cada ronda. “Los desplazamientos fueron un espectáculo. Pasamos un poco de frío, pero los sitios eran muy chulos”, expone el vasco, que tiene claro con cuál se quedaría: “¡Noruega! Haber ido a los Fiordos, vivirlo con nuestras familias… Encima tuve la suerte de marcar al Molde. Eso fue muy importante. Entre la novedad, que era nuestro primer viaje a Europa a representar al Rayo, y la ilusión parecíamos todos catetos (risas)”.
El paso del tiempo ha hecho que aquella gesta, única, adquiera mayor trascendencia. “Ahora le das mucho más valor. Mi hijo mayor tiene 19 años y el mediano 15 y han crecido viendo los reportajes de los aniversarios. Una vez al año, mínimo, ponemos un DVD de mis goles con la Franja y siempre me preguntan lo mismo”, se sincera, antes de hacer inventario de recuerdos dignos de un museo: “Guardo camisetas, vídeos… Y por el trastero, en alguna caja, el famoso gorro ruso que nos compramos todos. Mi hijo mediano me propone sacar las cosas y colgarlas, pero me da pereza porque lo tengo que da miedo, con trofeos, cuadros, recortes de periódico…”.
De aquella hornada del EuroRayo han salido grandes entrenadores. Actualmente, Pablo Sanz es el segundo de Lopetegui en el Sevilla —compañeros de habitación durante años, sus caminos se cruzaron en el Oporto y ya compartieron staff en la Selección y el Real Madrid—, pero no son los únicos ejemplos. Bolo, Míchel, Cembranos, De Quintana, Helder… engrosan la larga lista. “Nos gustaba”, confirma, deshaciéndose en elogios hacia su míster de entonces: “A Juande lo tuve en el Barça B y luego, tres años en Vallecas. Preparaba muy bien el balón parado. Cuando eres un equipo humilde basas mucho tu supervivencia en esas acciones. Eso sigue pasando. Y a nosotros nos dio sus frutos”.
En Moscú, en el descanso, hicimos una hoguera para calentarnos las manos
Los años no han desdibujado dos instantáneas de la retina de Pablo Sanz. “Tengo grabado cuando, estando de vacaciones, nos llamó el delegado para decirnos que teníamos que volver antes porque entrábamos en la UEFA. Y el partido contra el Lokomotiv, que no podías ni hablar porque tenías la cara congelada —les recomendaron echarse vaselina—, no podías beber porque las botellas de agua eran bloques de hielo, en el descanso hicimos una hoguera para calentarnos las manos… ¡Yo también tengo el gorro ruso! Es como el del pueblo que sale a la ciudad, ese era el Rayo por Europa (risas). Algo parecido. Éramos una piña”, precisa.
Ese buen ambiente reinante favoreció la consecución del hito. “Ver a un equipo de barrio llegar a cuartos fue increíble, como lo fue el esfuerzo de todos. No sólo de los jugadores sino de toda la estructura del club. Yo me perdí algún encuentro por lesión, pero marqué dos tantos en la previa contra el Constel·lació. El nivel no era como el de Primera de aquí. De ahí mis goles (risas)”, afirma el pivote, que desgrana la receta de aquella hazaña: “Había un buen técnico y los futbolistas no éramos malos. Teníamos claro cómo jugar y era un bloque equilibrado, con físico y también mucha calidad en las botas de Cembranos o Míchel. Dominábamos el juego aéreo, Bolo era espectacular de cabeza… En ese momento de confianza conseguimos cosas que nadie se esperaba”.
El Rayo saboreó una de las etapas más dulces de su vida, cocinada no sólo a base de buenos resultados, también de juego. Uno de los magos del grupo era Luis Cembranos, que llegó a debutar con la Selección española el 26 de enero de 2000. “Fue un premio individual, pero refrendó lo colectivo. El bloque estaba demostrando continuidad, que todo eso que estaba consiguiendo no era flor de un día. Me siento orgulloso de haber sido internacional como jugador franjirrojo”, esgrime el mediapunta, preseleccionado en dos convocatorias más de las que se terminó cayendo “por unas molestias musculares”. Vallecas marcó su carrera: “Llegué en un momento óptimo de experiencia y energía, eso se unió al gran grupo, proyecto…”.
Y es que Cembranos era la excepción a la regla. Él sí había vivido grandes citas continentales. Además, por partida doble: “Jugué la Copa de Europa con el Barcelona. Cuando subí al primer equipo disputé tres partidos, dos de ellos como titular. Y en el Espanyol participé en una eliminatoria de la UEFA porque caímos en primera ronda”. Aunque nada tuvieron que ver unas y otras: “La estructura de los clubes era muy diferente, pero el Rayo era el más cercano. Pasábamos mucho tiempo juntos. No sólo en lo profesional, también fuera. Había muy buen ambiente y formábamos una familia”.
Haciendo memoria, Luis brujuleó algo que le caló: “¡La vorágine de tantos encuentros! Jugábamos domingo y miércoles. La falta de costumbre y ese poco tiempo hace que vivas las cosas a un ritmo que ahora recuerdas con más poso. Ahí se trataba de disfrutar e intentar llegar lo más lejos posible”. Y para especial, el pase contra el Girondins: “Era un enemigo fuerte. El resultado tan abultado e inesperado en casa nos dio confianza para la vuelta”. También le guarda cariño al Constel·lació: “Nos tomamos las cosas en serio desde el principio. Ese duelo sonaba un poco más a pretemporada, pero era importante para nosotros”.
Aquellos Quijotes tuvieron sus Sanchos. Esos fieles escuderos, imprescindibles para dar batalla a los gigantes europeos. Algunos como el doctor Carlos Beceiro, el fisio Marcos Marín, los utilleros José Vargas y Kiko Jiménez, el jefe de prensa Fernando López… continúan trabajando en el Rayo actual. Mientras que el mítico Isi, ya jubilado, recuerda sus andanzas: “En Dinamarca no pudimos hacer nada, ni pasear, porque salió un día malísimo, lloviendo. En Noruega sí y el estadio del Molde era precioso. A Burdeos vino bastante afición en autocar porque era el lugar más cercano”.
Nos tiramos bolas de nieve en la Plaza Roja y, por señas, cambié mi gorro de lana por uno de conejo a un vendedor
Quien fuera utillero durante más de 30 años dedica un capítulo aparte a Moscú y encadena una anécdota tras otra: “Creo que no había nevado hasta que fuimos nosotros. Nos acercamos a la Plaza Roja y nos tiramos bolas de nieve, nos hicimos fotos… Yo intercambié mi gorro de lana con el escudo por uno de esos típicos suyos, como de conejo. Me dijo el vendedor que se lo regalase y, por señas, porque claro, ruso no sé, le contesté que de eso nada, que se lo cambiaba. Aceptó. También fuimos al famoso metro y estuvimos en un hotelazo”. Isi y un jovencísimo Kiko se las vieron y desearon para tener a punto todo el material para combatir las gélidas temperaturas: “Tuvimos que llevar de todo: mallas, camisetas térmicas… La ropa era Joma y en menos de una semana lo teníamos listo. Y para viajar, venga sacas, venga sacas…”.
Ya simplemente en el trayecto a Rusia se respiraba un ambiente especial. “A la ida estuvimos jugando a las cartas y se me hizo un poco más larga, pero la vuelta fue muy corta. Nos liamos con el vodka y con el caviar, que cuando llegué al aeropuerto no sabía si coger las sacas o irme directo a casa (risas). Lo compró Mami Quevedo. Con el tapón me bebía los chupitos y, entre medias, una cucharita de caviar de beluga”, ríe Isi, quien guarda “un pin” de todos los rivales. Otro ritual antes de los partidos lo protagonizaba la presidenta Teresa Rivero: “Allá donde viajáramos, preguntaba en el hotel y se iba a la iglesia más cercana en taxi o andando. A lo primero no tenía ni idea de fútbol, aunque luego fue aprendiendo y se tiraba su rollito, ya sabía qué era un fuera de juego”. ¿Y qué deparará el futuro? “No creo que vuelva a ver al Rayo en Europa, pero sí a Bolo en el Rayo”, vaticina.
Esa UEFA no sólo fue inolvidable para el club y el rayismo, también para los periodistas. Manu Martín —actualmente en ESPN— trabajaba entonces en la SER y la vivió en primera persona. “Me perdí la primera ronda porque me enviaron a narrar el estreno del Depor en Champions. Es curioso, viví el debut europeo de ambos. Cubrí el del Viborg y el del Lokomotiv ya que luego, en enero, me marché a Localia”, relata Manu, que demuestra su buena memoria: “Mami Quevedo le tenía respeto al avión. A la vuelta de Moscú, antes de despegar, estaba la máquina deshelando las alas y no podía mirar. Lo estaba pasando mal. Quien iba a su lado era yo. Los asientos nos los repartían y daba igual que fueras jugador, periodista, directivo…”.
A mi hija le compré un peluche, con el que sigue durmiendo, en Aarhus con Teresa Rivero al lado
Sus inseparables compañeros de aventuras fueron Sara Jiménez, de Telemadrid y Óscar Sanz, de El País. Durante el engorroso desplazamiento de Dinamarca subieron la apuesta y bromearon con que les tocara Rusia. Pues dicho y hecho. “El choque se jugó a -18 grados en el estadio olímpico de Moscú 80, que era descubierto, y no nos podíamos sentar. Los asientos tenían una enorme capa de nieve. Habíamos entrevistado a Teresa Rivero en la previa y nos dijo: ‘No nos importa el frío, si nosotros ya hemos jugado en Soria”. Y es que nada les frenaba: “Fue la primera vez que se tuvo la sensación de que el Rayo era un equipo muy grande, de que era capaz de todo”. Cada paso que daba lo sentían como propio. “Allí íbamos los que menos peso teníamos en la redacción. Su crecimiento era el nuestro profesional”, razona.
El tiempo no ha conseguido borrar ese cúmulo de experiencias: “Todos nos hicimos una foto, yo la tengo con Míchel, con las garitas de los soldados rusos, que no se podían mover”. Tampoco olvida cómo el grupo de periodistas vivió su primera noche moscovita: “Debajo del hotel había un karaoke, vacío, porque era martes y nevaba. El listado de canciones estaba en cirílico y Óscar descubrió la de ‘Eres tú’, de Mocedades. Allí nos pusimos a cantarla”. Aunque el instante más tierno lo protagonizó un peluche danés: “Mi hija acaba de cumplir 20 años y le compré el oso, con el que sigue durmiendo, en el aeropuerto de Aarhus con Teresa Rivero a mi lado. Iba a entrar por teléfono con De la Morena, esa noche el Rayo abría El Larguero”.
Pero quién más fuerte soñó fue la afición. Los enamorados de la Franja vivieron su idilio más hermoso y recorrieron Europa conscientes de lo fugaz de la felicidad. Ángel Domínguez, Gelo, y su peña —la entonces recién nacida ‘Planeta Rayista’— estuvieron presentes en Andorra, Burdeos y Vitoria. “No pudimos ir a los lugares más fríos. La logística era compleja. No había vuelos regulares y el coste era elevado. El desplazamiento a Burdeos me marcó. Se montaron caravanas de autobuses y fue el despertar de la hinchada para movilizarse, de nuevo, de forma masiva. Los más jóvenes no recordábamos algo así. Gracias a la ilusión ni se notaban los kilómetros”, comienza Gelo, añadiendo: “Preparábamos los viajes de forma conjunta. Yo llevo esto, tú lo otro… Imagina, allí, en una plaza sacando jamón, queso, lomo… ¡Y la bota de vino! La gente nos miraba como diciendo: '¿Y estos de dónde han salido?' (risas)”.
Preparábamos los viajes en común. Yo llevo esto, tú lo otro: jamón, queso, lomo... ¡Y la bota de vino!
Ese año 2000 irrumpía ‘Planeta Rayista’, pero el actual presidente de la Asociación de Accionistas ADRV enumera a otras peñas existentes: “Seguían ‘Los Petas’, cogía colorido y forma ‘Bukaneros’, estaban la ‘Peña Cota’ y la ‘Peña Siglo XXI’… ¡Y a Rusia fue Luis Alhambra!”. Aunque, sin duda, Andorra fue el destino que más seguidores congregó: “Era el primer viaje europeo, estaba más cerca y encima era verano, período de vacaciones. Nos cruzábamos con los jugadores y se contagiaban de nuestra alegría”. Precisamente, uno de ellos le regaló su tesoro más valioso: “Siempre he tenido un vínculo especial con Bolo y me prometió que si pasábamos me regalaba unas botas con su nombre. Cumplió. También conservo la bufanda conmemorativa del Girondins. Cuando la veo se me pone la piel de gallina”.
Gelo tampoco falló en las citas de Vallecas. “Pese a ser histórico, Telemadrid no lo retransmitió. A los pocos años, otros equipos consiguieron algo parecido y se volcaron con ellos. La directiva, como si hubiese sido la Copa, primó el tratar de recaudar en vez de llenar el estadio. Es una espina que se me quedó. Las entradas costaban 5.000 pesetas (30€) y no todo el mundo se lo podía permitir”, analiza, mientras pone otra curiosidad sobre la mesa: “¿Sabes que hubo un apagón tras un gol de Alcázar? Se fue la luz con todos celebrándolo y pudimos disfrutarlo más rato”. Aún hoy saborean todo lo vivido porque hay instantes que se vuelven eternos...
El álbum de una UEFA para el recuerdo