Las sombras del Espanyol
Sin la Copa, la ilusión se torna obligación. Y la gestión de grupo, más delicada. Le quedan al Espanyol 21 partidos para definir su destino. Y para recomponer la plantilla.
Tan cierto como que las opciones del Espanyol de conquistar la Copa hubieran seguido siendo mínimas aun en caso de acceder a octavos de final lo es que la victoria es un caramelo que a nadie se le indigesta. Y que la derrota acaba devastando incluso al barbecho más cuidadosamente preparado. La eliminación en manos de un Osasuna excesivamente cómodo cierra la página de un torneo ilusionante, más por la historia que por las expectativas reales, y centra ya todo el enfoque en el 'leit motiv' verdadero de la temporada, que representa el reverso de la moneda, la obligación. Subir. Ascender. Volver a Primera.
Clasificación | PTS | PG | PE | PP |
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Próximos partidos |
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En ese escenario, que parece ya pisado pero que es nuevo, transita un Espanyol sabedor ya de que le restan 21 partidos, ni uno más ni uno menos, para replegar la persiana de la campaña. Y que esos 21 partidos definirán su destino no ya del año próximo sino probablemente del club, por el abismo económico entre la categoría actual y la que nunca debió de haber abandonado. En pocas palabras, que se lo juegan todo desde Vicente Moreno y sus jugadores al consejero delegado, José María Durán, y el director general deportivo, Francisco Joaquín Pérez Rufete. Y, aun en caso de éxito, la misión no habrá hecho sino comenzar.
La derrota ante Osasuna, más el cómo que el qué, plantea algunas incertidumbres. A corto plazo, sobre la gestión de una plantilla que había aprendido a compartir minutos, no equitativamente porque resulta imposible, pero sí a sentirse importante. Sin embargo, sin el refresco de la Copa y sin apenas jornadas intersemanales como sí las hubo en abundancia en la primera vuelta, jugadores como Oier Olazabal, Matías Vargas, Pol Lozano, no digamos ya Víctor Campuzano o Álex López, corren el riesgo de desaparecer en lo sucesivo, y aún suerte de las cinco sustituciones por partido. Y ninguna pieza sobra cuando de lo que se trata para ascender es de mantener enchufado en el vestuario hasta al recogepelotas.
Además, y contra el sambenito de que los encuentros entre semana pueden molestar, despistar, perjudicar, y que por eso una eliminación copera podría hasta resultar beneficioso, si algo había demostrado el Espanyol esta temporada es que le sentaban de maravilla. Los ha ganado todos, ante Mirandés (2-0), Ponferradina (2-0), Zaragoza (2-0) y, por supuesto, los dos de la Copa del Rey frente a Llagostera (0-1) y Burgos (0-2).
Aunque para acabar de desmentir ese estigma sobre la conveniencia de centrarse en una sola competición está la experiencia de la temporada pasada. Sin ir más lejos. Cayó el Espanyol en la Copa frente a la Real Sociedad (2-0) sin oponer resistencia alguna y tiró descaradamente la Europa League en Wolverhampton, con un sonrojante 4-0, sin obtener en LaLiga un solo rédito positivo. Al revés, en ese tramo de temporada se acabó de cavar la tumba del descenso.
Hoy el entrenador es otro y la mentalidad, al menos la mostrada en Segunda, es mucho más ganadora. Pero ahí llega la otra gran incógnita, la del medio-largo plazo. En caso de ascenso –la alternativa directamente sería una catástrofe–, corre el riesgo el Espanyol de caer en la autocomplacencia, de creer que la misma plantilla (ya no hablemos de otra peor, si en verano llegara un ofertón pongamos que por Raúl de Tomás) será capaz de subsistir y de triunfar en Primera.
Si algo enseñó el compromiso del domingo contra Osasuna, repletos los rojillos de canteranos y de novedades, es que los errores que en Segunda se compensan con talento en la máxima categoría se convierten en derrotas casi seguras. Es decir, lo mismo que sucedió el año pasado. Y tropezar dos veces en la misma piedra es un lujo que el Espanyol no se puede permitir. Así que esta eliminación, mucho más sintomática que anecdótica y con muchos meses por delante para cumplir con el objetivo y para recomponer la plantilla próxima, puede (debe) convertirse en un faro para guiar al club hacia el futuro. De lo contrario, una vez más, no se habrá aprendido nada.