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ALCORCÓN-VALENCIA | ENTREVISTA

Arroyo: "Mi generación llevó al Valencia de Segunda a pelear por títulos"

Carlos Arroyo, al que apodaban el 'Príncipe de Alcorcón', es uno de los pocos vínculos que guardan el Alcorcón y el Valencia, que se enfrentan por primera vez en la Copa del Rey.

Carlos Arroyo, en la Ciudad Deportiva del Valencia, donde trabaja como delegado del Mestalla.
Jorge Ramírez / VCF

A veces los apodos en el fútbol se hacen eternos sin tan siquiera saber de dónde vienen. Es lo que le sucede a Carlos Arroyo (Madrid, 1966), a quien se le conoce como el ‘Príncipe de Alcorcón’ y ni él mismo sabe quién se lo puso. Arroyo, un adelantado al tiki-taka, centrocampista de clase, con técnica y visión, con llegada y también gol, es uno de los pocos vínculos en común que tienen el Alcorcón y el Valencia, dos clubes que se enfrentan por primera vez en su historia en esta ronda de la Copa del Rey.

Carlos Arroyo llegó al Valencia procedente del Alcorcón. Eran tiempos convulsos en el club de Mestalla. En su primer año pasó las de Caín para cobrar religiosamente su salario y en su segunda temporada sufrió desde un Hospital de Madrid el descenso a Segunda División. Pero ahí comenzó a escribirse su historia. Carlos Arroyo es parte de la generación de futbolistas que a finales de los años 80 y durante la década de los 90 llevaron al Valencia de los infiernos al cielo. De la Segunda División a ser subcampeones de Liga y Copa. Sólo les faltó tocar metal, aunque hicieron méritos para ello. Pero como dice el propio Arroyo: “Nuestro trabajo lo aprovechó la siguiente generación”.

Carlos Arroyo llegó con 17 años y se marchó a los 30, unos “30 que no son los de ahora”. En sus 12 temporadas en el primer equipo del Valencia (“Quién me lo iba a decir cuando llegué del Alcorcón”) jugó 373 partidos oficiales, una cifra que le coloca en el Top-10 de jugadores con más partidos en la historia del club. En ellos anotó 52 goles: el último contra el Espanyol, en su adiós a Mestalla y al Valencia, un gol que hizo soñar al valencianismo con ganar la Liga en 1996 hasta la última jornada. Desde hace años Arroyo trabaja en la Academia del Valencia, donde ha sido parte de la formación de chavales como Isco, Alcácer, Gayà, Ferran e incluso Racic. De todo ello habla Carlos Arroyo con AS. De sus orígenes, su pasado por el Valencia y también el “mucho” futuro que le ve a esta generación que tanto le recuerda a la suya.

¿De dónde le viene lo de “Príncipe de Alcorcón”?

La verdad, no lo sé. Quizás algún periodista. Mucha gente se piensa que es porque soy de allí, pero yo nací en Madrid. En el Gregorio Marañón y crecí en Cuatro Vientos.

¿Y cómo llegó al Alcorcón?

Te diría que por mi hermano, que es cuatro años mayor. Él se fue a jugar allí y yo fui detrás. Tenía 12 años. Antes había estado en equipos de barrio y en el Boadilla del Monte. Fuimos al Alcorcón porque teníamos familia allí, mis abuelos y mis tíos, y conocían a alguien del club y nos llamaron. Mi hermano, que ahora vive en Navalcarnero, dejó de jugar porque se lesionó y empezó a trabajar en El Corte Inglés.

Es que llegar a la élite es muy difícil…

Y te diría que entonces casi más. Había menos representantes, menos seguimiento en prensa… todo era más por el boca a boca. Un presidente que conocía a otro, un entrenador que era a su vez ojeador de otro club… Ahora todo está más profesionalizado. Eran campos de tierra. Las condiciones eran pésimas en comparación a las de hoy. Y luego los problemas para llegar. Cuando mi padre no podía llevarnos, nos íbamos en metro, que nos dejaba a tres kilómetros de las instalaciones. Pero yo tuve allí muy buenos entrenadores. En juveniles fuimos subcampeones de España

¿Cómo llegó al Valencia?

Pues por el boca a boca que le comentaba. Mestre o Buqué tenían un familiar en Alcorcón y les dijo que vinieran a verme. Yo debuté con 17 años en Tercera. Curiosamente en esa temporada jugué contra el Pegaso de Quique Sánchez Flores.

¿Tuvo más propuestas?

Cuando el club se enteró que el Valencia estaba detrás de mí, alguien le avisó al Real Madrid y me citaron una semana para entrenar en la Ciudad Deportiva. Allí estuve con los Míchel, Butragueño… La temporada había terminado y solo fueron entrenamientos. Me dijeron que volviera en pretemporada, que querían verme más, pero yo tomé la decisión de irme al Valencia.

Todo un cambio de vida.

Cuando me dijeron que me quería el Valencia yo no me lo creía. Pasaba de Tercera a un grande de España. En el Alcorcón me daban 10.000 pesetas al mes y porque ellos querían, porque no tenía ningún contrato. Y el Valencia pactó con mi padre un contrato de amateur compensado, que significaba que entrenaría con el primer equipo, pero jugaría con el filial. Así estuve media Liga, hasta que en enero empezaron a convocarme con asiduidad.

Pero su debut fue en septiembre de 1984 por la Huelga de Futbolistas.

Sí. Eso fue una cosa puntual. El club, entre comillas, nos obligó a jugar por la Huelga, aunque ya te digo yo que cuando tienes 17 años y te dicen que vas a jugar en Primera… te lanzas de cabeza. Ese partido fue en Mestalla y nos salió muy bien. Ganamos 5-1 al Espanyol. Fue un escaparate para los jóvenes. Pero la oportunidad de verdad me llegó en enero contra el Betis. Robert y Subirats estaban lesionados y el entrenador (Roberto Gil) me dijo que viajaría y jugaría. Marqué un gol y ganamos 1-3. Ya no bajé más al Mestalla.

Fueron tiempos difíciles en el club.

La situación económica era muy mala. Llamaba a mi padre preocupado porque había meses que no nos pagaban. El equipo se resintió y llegó el año del descenso. Esa fue una mala temporada para mí, porque me lesioné en el pubis y jugué con mucho dolor hasta que Di Stéfano me dijo: “Chico, así no puedes seguir”. Me operé en Madrid. Estuve mucho tiempo en el hospital. No era como ahora. Recuerdo que me ponían sacos de tierra en la pierna para la recuperación. Allí seguía las jornadas y veía que nos íbamos a Segunda. Fue agobiante.

Pero un año después ascendieron. Usted jugó 33 partidos.

El equipo se rehízo rápidamente. Había mucha gente joven en el vestuario y la afición respondió de locura. Nos venía a ver más gente en Segunda que en Primera. Valencia se volcó con nosotros y nosotros con el club. Es curioso, porque a fin de cuentas estábamos en Segunda, pero lo recuerdo como un año muy bonito. Y mira, esa generación fue creciendo con el tiempo y en paralelo al club. Cuando llegó Víctor Espárrago devolvimos al Valencia a la zona en la que tenía que estar.

De hecho, en el formato actual ustedes hubieran jugado varios años la Champions.

Eso lo comentó muchas veces con Fernando y con Roberto. En los años de Espárrago o de Hiddink hubiéramos jugado mínimo cuatro veces la Champions. Fuimos subcampeones de Copa, de Liga…

Esa generación se merecía un título.

Sinceramente, sí. Pero yo estoy muy orgulloso de esa etapa. Fuimos durante muchos años casi los mismos. Crecimos como equipo. Llevamos al Valencia de Segunda a pelear por títulos. Nos faltó solo eso, ganarlo, aunque creo que nuestro trabajo lo aprovechó la siguiente generación. Pero nos queda esa espina. Cuánto recuerdo aquella final de Copa contra el Deportivo…

Carlos Arroyo, en un partido con el Alcorcón.
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Carlos Arroyo, en un partido con el Alcorcón.Alcorcón

Para los millenians, ¿qué tipo de futbolista era Carlos Arroyo?

La gente me catalogaba como un jugador muy técnico. Nací con esa virtud, porque mi padre no había sido deportista. De niño me pasaba tres y cuatro horas cada tarde golpeando un balón a la pared en la calle donde vivía. Pero desde siempre interpreté bien los partidos, me anticipaba a las jugadas visualmente… Me considero un jugador técnico, ofensivo, creativo, daba asistencias…

Y con gol. 52 hizo con el Valencia.

Sí, también me gustaba intentar hacer goles.

¿Con cuál se queda?

Hubo uno que marqué en Barcelona nada más ascender que me hizo mucha ilusión. Ganamos 0-1 en el Camp Nou y aquel fue el primer partido que mi padre me veía en directo fuera de casa. Se vino con un amigo, les conseguí dos invitaciones y cuando marqué miraba a la grada a ver si les veía… pero claro, con 80.000 personas, a ver quién les encuentra (ríe). Recuerdo otro en el Bernabéu, que no sirvió para nada porque perdimos, pero siempre podré decir que he marcado un gol en el Bernabéu. ¿El más bello? Me quedo con uno que marqué en Sevilla, que además nos clasificó para la Copa de la UEFA. ¡Qué nivel había entonces en la UEFA de entonces! Ahí tenías a tres equipos italianos, alemanes, ingleses…

¿Era un fútbol más duro?

Y tanto. Los futbolistas como yo, muy técnicos, éramos vistos como flojeras. Entonces reinaban los fortachones… Había un lateral izquierdo del Valladolid, que no recuerdo el nombre, que me llevaba frito. Y me impresionó una vez que fuimos al Vicente Calderón y se me ocurrió hacerle un sombreito a Arteche. Cuando me giré tenía la planta en el pecho a lo Xabi Alonso en el Mundial. Pero allí no expulsaban a nadie: “Levantase y siga”, me dijo el árbitro. En esa época iban a cazarte y se veía bien, la gente hasta lo aplaudía… como me hubiera gustado nacer en esta generación o en la de Cruyff, a quien yo le gustaba.

¿Cuándo llegó del Alcorcón, imaginaba que pasaría 12 años en el Valencia y el resto de su vida en la ciudad?

¡Qué va! Para nada. Yo nunca pensé en llegar a ser profesional. Solo quería jugar junto a mi hermano. ¡Cómo iba a imaginar que jugaría 373 partidos con el Valencia (décimo jugador con más partidos de la historia)!

Nunca jugó menos de 20 partido.

Algunos años más de titular, otros menos. Muchos me recuerdan más como suplente, pero todos los entrenadores contaron conmigo. Solo el mi último año con Luis Aragonés me consideré el jugador número 12 y aún así marqué un gol contra el Espanyol que nos hizo soñar con la Liga hasta la última jornada.

Se fue cuando tenía solo 30 años.

Pero es que los 30 años de antes no son los de ahora. Entonces nos metían unas palizas que no había cuerpo que las aguantara mucho tiempo. El método de entrenamiento influye en la duración de la vida profesional de un futbolista. Ahora se cuida todo más. Nosotros teníamos un masajista y gracias. Los circuitos físicos de Espárrago eran una barbaridad, con sacos de 10 kilos. Era el sargento de hierro, aunque un grandísimo entrenador. Todo cambió con Hiddink, que cuando nos decía que íbamos a entrenar con balón no nos lo creíamos. En esa época, más de diez años en Primera estaba solo al alcance de superdotados como (Ricardo) Arias.

Del Valencia pasó al Villarreal, con el que también ascendió.

El Valencia solo quería renovarme por un año y allí me ofrecieron dos. Fue una etapa bonita también. Pero tuve que retirarme porque me lesioné y no podía más. Para que el césped de El Madrigal estuviera bien en los partidos, entrenábamos en diferentes campos de la provincia y eso me terminó de rematar.

Y prácticamente desde entonces, vinculado a la Academia del Valencia.

Llevo muchos años, sí. A Gayà lo tuve en cadetes, a Ferran, a Isco, a Alcácer… Para mí está bien que se apueste por los jóvenes. Es un proceso natural. A Racic también lo hemos tenido en el Mestalla y se le ve que se está haciendo un muy buen jugador. Todos los equipos, menos un par, tienen que vivir de la cantera.

En el fútbol actual, ¿puede crecer un proyecto como el de su generación en el Valencia? Antes me hablaba de ese equipo de gente joven que fue creciendo con los años hasta pelear por títulos.

Entiendo que en el fútbol es difícil tener paciencia, pero creo firmemente hay que tenerla. Nosotros fuimos un ejemplo. La situación en el club estaba jodida y había que tirar con los canteranos, que éramos nosotros: Fenoll, Sixto, Fernando, Quique, Giner … Se dieron las circunstancias y puede haber cierta similitud, ¿por qué no?.

La última, porque llevamos una hora de conversación y no le he preguntado cómo ve la eliminatoria entre el Alcorcón y el Valencia.

Hoy en día no me fio ni un pelo de nadie. El Alcorcón no tienen nada que perder y la responsabilidad la tiene el club de Primera es máxima. Pero el Valencia tiene que ser superior.