Las Palmas
Los altos vuelos de Jonathan Viera y Vitolo
Hoy se cumple una década de su debut como profesionales. Con Paco Jémez en el banquillo, la Unión Deportiva le ganó 3-2 al Nástic de Tarragona.
Dice el tango que 20 años no son nada. 10, mucho menos. Pareciera que no fue hace tanto tiempo cuando, víctima de una economía precaria, coletazos bien fuertes todavía los del convenio de acreedores, acaso cuando subsistir era el único objetivo, a la Unión Deportiva Las Palmas no le quedó más remedio que mirar a su cantera, otrora tan prolífica como olvidada en el presente, para salir a competir.
Corría el verano de 2010 y, unos meses antes, Paco Jémez, en su primera etapa en el club, aterrizó con la única misión de salvar a un equipo que iba a la deriva estando entrenado por Sergio Kresic. Ocurre que, un año antes, uno de los héroes contemporáneos de Las Palmas llegó de nuevo al club para ponerse al frente de un proyecto tan ambicioso como caro, meses después una trampa casi mortal. En cualquier caso, Jémez salvó al equipo en los últimos estertores del curso, y tocaba repensar el proyecto.
Por entonces, en los campos de las islas, tanto da que fuera como cadete o juvenil y por supuesto en Las Palmas Atlético, ya se hablaba de la leyenda de ‘Romario’, un menudo futbolista de La Feria, tez morena y talento superlativo, un pibe de barrio como tantos otros. Pero este era especial. Se cuenta incluso que, antes de dar el asalto definitivo al primer equipo. Jonathan Viera fue reclamado con pasión por Sergio Kresic, pero la dirigencia de la UD tenía apartado al futbolista por problemas con su renovación. Una vez resueltos los problemas contractuales, el resto es una historia que se escribe sola.
En julio de 2010, de una tacada dieron el salto al primer equipo de la Unión Deportiva Las Palmas el propio Viera, Vitolo, Vicente Gómez, hoy en el Deportivo; Juanpe, ahora en el Girona; o Aythami Álvarez, que acaba de ascender a Segunda B con la UD Tamaraceite, representante de un popular barrio de Las Palmas de Gran Canaria.
Ya se conocían sus hazañas dentro del campo, pero también protagonizaron alguna fuera como aquel mes de agosto en Lanzarote en el que la juerga se alargó más de la cuenta, con al amanecer robándole tiempo a la luna, llegando al hotel en malas condiciones junto a su amigo Tyronne. A la llegada a Gran Canaria, petición pública de perdón en aquel secarral que era antes Baranco Seco, y a seguir.
Primero por obligación, más tarde por devoción. El caso es que, rápidamente, se hicieron con un hueco entre los mayores, especialmente los dos primeros y Álvarez, titulares indiscutibles en los albores del curso 2010/2011, cuando su gran oportunidad pasó de sueño a realidad en apenas unas semanas. Para aquel debut liguero, ante el Nástic de Tarragona y en el EGC, Jémez alineó a David García, Barbosa, Josico, Samuel Sanjosé, Dani Carril, Aythami Álvarez, Viera, David González, Javi Guerrero, Álvaro Cejudo y Vitolo. El propio Aythami tuvo el debut perfecto, pues empató el partido tras el gol inicial de Rubén Navarro. El Nástic se volvió a adelantar por medio de Morán, pero Cejudo y Guerrero certificaron la remontada para ganar aquel primer partido: 3-2.
Todavía permanece en el imaginario colectivo de la afición de la UD cómo jugada aquel equipo, mezcla de explosividad, talento y ganas de la nueva hornada mezclada con la sapiencia de dos héroes amarillos durante la fusión de los siglos XX y XXI, Guayre y Josico, la revelación de Cejudo o la clase innata de David González, que también acaba de celebrar el ascenso a Segunda B con la UD Tamaraceite.
Ni que fuera una pastilla efervescente, pronto se difuminaría la luz que tanto desprendía aquella UD. El 27 de noviembre, en un partido en casa contra el Rayo Vallecano (2-1), la rodilla izquierda de Vitolo no pudo más y este se acabó rompiendo el ligamento cruzado anterior de su rodilla izquierda, operada poco después en Barcelona por el doctor Cugat. Adiós a la temporada y maduración de golpe.
La temporada se acabó convirtiendo en un cúmulo de despropósitos para Las Palmas, y tras un 5-2 en Granada el 26 de febrero de 2011, Paco Jémez fue destituido y llegó de nuevo al equipo, por tercera vez, el salvador Juan Manuel Rodríguez. El curso siguiente el equipo amarillo pasó por Segunda sin pena ni gloria, salvándose con calma pero sin posibilidad alguna de ascenso, y entonces se separaron los caminos de Viera y Vitolo, inseparables dentro y fuera del césped desde hacía muchos años.
Valencia y Sevilla.
En el verano de 2012, Jonathan Viera se marchó por 2,5 millones al Valencia, donde no terminó de explotar, acaso por falta de entendimiento con Pelegrino. En cualquier caso, su talento merecía un vuelo alto, como el que emprendió un año después Vitolo rumbo al Sevilla. Sin su amigo Viera al lado, el extremo del marinero barrio de San Cristóbal se echó el equipo a la espalda, 15 goles y un nivel infinitamente superior a la media de la categoría, y dejó al equipo en playoff.
Poco duró Viera en Valencia. Una temporada y media, marchándose cedido al Rayo Vallecano en el curso 2013/2014, donde volvió a coincidir con Paco Jémez por segunda vez. De ahí se marchó traspasado al Standard de Lieja, pero Bélgica le quedaba tan grande como lejos. Las Palmas consiguió repescarle en invierno de 2015 para que fuera uno de los pilares del último ascenso a Primera División.
En la categoría reina del fútbol español fue el jefe del equipo, descollando especialmente con Quique Setién al mando, yendo incluso a una convocatoria de la selección española absoluta. En febrero de 2018 se marchó al calor del dinero chino pero, como no hay dos sin tres, reforzó de nuevo a Las Palmas en la primera vuelta del curso pasado, acabando además la liga como máximo goleador del equipo, con diez tantos. Sus obligaciones contractuales con el Beijing Guoan le tienen ahora retenido en Pekín, pero ya se sabe qué pasará en el futuro. “Cuando acabe su contrato en China, a finales de 2021, volverá de nuevo a Las Palmas. Ya está cerrado”, insiste el presidente amarillo, Miguel Ángel Ramírez. Sería la cuarta etapa de Viera en el primer equipo amarillo. Acabar donde todo comenzó. Círculo completo.
Mientras, Vitolo, ni que fuera un cohete, despegó hasta el infinito futbolístico tras liderar a Las Palmas en aquella temporada 2012/2013. El Sevilla pagó tres millones por él cuando su cláusula era de seis, un auténtico chollo, acaso un mirlo blanco en el mercado de fichajes, por aquella época. Galopaba por el pasto de Nervión con el mismo garbo con el que meses antes lo hacía en Segunda División, y muy pronto se convirtió en imprescindible en la capital de la hermosa Andalucía.
Llegó y besó todos los santos posibles, pues en sus tres primeras temporadas en Nervión ganó tres Europa League, inolvidable su celebración ataviado con la bandera canaria. Ya por entonces era internacional, jugando 12 partidos y siendo un jugador más que importante en los planes del entonces seleccionador, Julen Lopetegui, quien curiosamente acaba de ganar una nueva Europa League con el Sevilla. En 2017, siendo un pilar sevillista y para el sevillismo, el Atlético de Madrid tiró de chequera. Era tanto el interés de Simeone en él que, pese a que la entidad rojiblanca no podía inscribir jugadores en ese mercado de fichajes, se pagaron 40 millones por él. Su fichaje levantó mucho polémica, y hasta hace poco continuaba el embrollo judicial. Las Palmas estaba al acecho, y hasta enero de 2018 consiguió que el Atlético le cediera a este niño prodigio, pero diferentes problemas físicos impidieron sacarle provecha a semejante incorporación. Apenas pudo coincidir con su amigo Viera
Vitolo no termina de despuntar en el Atlético pero, de momento, manifiesta su intención por seguir jugando como local en el Wanda.
Amigos inseparables desde que eran poco menos que unos pibes que soñaban con ser futbolistas, uno descolla en Pekín y el otro busca su hueco en Madrid. Son las paradas actuales de un camino que, como casi todo en su vida, emprendieron juntos. Hace diez años dieron sus primeros pasos en el fútbol profesional. Desde luego les quedan varios años en el oficio, pero al final siempre se acaban juntando. Volato alto y pegaditos, como siempre. Quién sabe.