REAL ZARAGOZA / HISTORIAS DE SEGUNDA (XXXIII)
El sexto ascenso del Real Zaragoza (II)
Gil Lecha sucedió a Zalba en la presidencia y Arsenio devolvió al equipo aragonés a Primera División en 1978 con un fútbol tan práctico como aburridísimo.
Si en la temporada 1971-72 el Real Zaragoza había sido el candidato principal al ascenso, en la 1977-78 pasó a tener la condición de indiscutible súper favorito en un único grupo de Segunda División con 20 clubes y en el que subían directamente los tres primeros. El equipo aragonés había licenciado a su vieja guardia (Violeta, Planas, Manolo González y Rico), pero conservaba en sus filas al gran Nino Arrúa, un futbolista diferencial, pese a sus maltrechas rodillas, contaba con el impulso de los canteranos Víctor e India y se había gastado nada menos que 50 millones de pesetas, más que nadie en la categoría, en los refuerzos de ‘Pichi’ Alonso, Oñaederra, Camus, Mendieta y el delantero argentino Enrique Oviedo, cuya cesión del Boca Juniors se logró a ultimísima hora para suplir la marcha de Jordao. Y luego había contratado para el banquillo a Arsenio Iglesias, un técnico práctico y experto, que ya había ascendido a Primera al Deportivo y al Hércules. El luego apodado como ‘el zorro o el brujo de Arteixo’, una decidida apuesta de su paisano Avelino Chaves, tuvo una ficha de 3.540.000 pesetas, superior, incluso, a la de Nino Arrúa, además de una prima especial de un millón por el ascenso.
Con Arrúa convaleciente de su operación de rodilla, García Castany todavía en rebeldía y ‘Pichi’ Alonso cumpliendo el campamento de su Servicio Militar, el Zaragoza inició el campeonato con un empate en Riazor, donde Arsenio estrenó ya un cerrojo sin contemplaciones, y en la segunda jornada, el 11 de septiembre de 1977, venció al Oviedo en el partido que se estrenaron las vallas en La Romareda y se izó por primera vez la bandera de Aragón en la cubierta de la General. Pero una derrota en Sabadell, un decepcionante empate en casa con el Getafe y otra igualada a la defensiva en Castellón caldearon el ambiente de tal manera que con ocasión de la visita del Osasuna todo estalló por los aires. Con 40.000 espectadores en La Romareda, la hasta entonces mejor entrada de su historia, y una taquilla de casi cuatro millones de pesetas, el equipo aragonés se adelantó a los cinco minutos con un gol del extremo izquierda Juanjo y se dedicó ya a conservar su ventaja, pasando por infinidad de apuros en la segunda parte. El público sacó varias veces los pañuelos y al final coreó el clásico ¡fuera!, ¡fuera! contra el palco y el banquillo. A Gil Lecha se le vio afectadísimo por la bronca, mientras Arsenio no esperaba un clima tan levantisco hacia su persona en la sexta jornada y después de haber ganado: “Siento que no hayamos podido satisfacer a nuestra afición. El ambiente nos fue muy hostil. Y no lo entiendo porque sólo hemos perdido un partido”.
Pero el divorcio siguió en aumento y dos semanas después, en el encuentro frente al Murcia, se repitió la bronca, esta vez ya con pancartas contra Arsenio y de apoyo a la cantera aragonesa, de la que sus únicos representantes en el once titular eran Royo y Víctor. Y todo eso cuando el Zaragoza se colocó ya tercero a un punto del líder, el Recreativo de Huelva.
Los jugadores se negaron a hacer declaraciones a la conclusión del partido y el jueves, al término del entrenamiento en La Romareda, enviaron un extenso escrito a los medios de comunicación explicando su silencio y culpando del enfrentamiento con la afición a las “críticas disgregadoras” de algunos informadores.
En respuesta, los periodistas deportivos de Zaragoza contestaron con otro comunicado eludiendo cualquier tipo de responsabilidad y recordando que “nuestra misión no es otra que la de reflejar la realidad existente”.
Y ante el peligro de una fractura de peligrosísimas consecuencias, el viernes 21 de octubre, dos días antes de viajar a Huelva para enfrentarse al líder, Pepe Gil Lecha puso fin al silencio de los jugadores a la vez que se reunió con los periodistas para pedirles apoyo y comprensión: “Si no se consigue el ascenso, la situación económica en la que entraría el club sería muy peligrosa. Intentaremos mejorar el espectáculo, aunque los puntos son lo trascendental”.
Pero el Zaragoza perdió en Huelva y después de ser goleado 4-1 en Valladolid, pese a la reaparición de García Castany, cayó hasta la undécima posición y Arsenio volvió a ser el centro de todas las críticas. “Estoy muy disgustado, pero no avergonzado. Ni he robado ni he hecho mal a nadie”, se defendió el técnico.
Surgieron ya los primeros rumores de destitución y el presidente tuvo que salir en defensa de su entrenador, desmintiendo públicamente la posibilidad de un relevo inmediato. “Esto no es un desastre. No vamos adoptar medidas especiales”, advirtió Pepe Gil.
Lo cierto es que Arsenio salvó la cabeza al golear el Real Zaragoza al Tarrasa (4-1), con los dos primeros goles de ‘Pichi’ Alonso, pero no porque la afición aflojara su cerco contra el técnico, que pretendió sustituir a García Castany por Simarro en la segunda parte y las protestas del público le obligaron a reconsiderar su postura. Así de difíciles estaban las cosas para el entrenador mientras las recaudaciones en taquilla eran cada vez más exiguas y La Romareda se iba vaciando un poco más cada domingo.
Pero con el regreso de Arrúa y los goles de ‘Pichi’ –firmó 22 y fue el segundo máximo artillero de Segunda División- todo resultó más fácil y el Zaragoza acabó la primera vuelta en la tercera plaza, empatado a puntos con el Celta de Vigo y a sólo dos del líder Recreativo.
Aunque sin gustarle a nadie, el Zaragoza mantuvo su línea de máxima fiabilidad en casa, donde sólo cedió dos empates en todo el campeonato, y fue picoteando puntos en sus salidas. La marejada dio paso a cierta calma hasta que una fuerte derrota en Murcia (4-2) volvió a encender a los aficionados, alterados, además, de que la delicadísima situación financiera del club hubiera forzado a la junta directiva a convocar una asamblea general extraordinaria en la que se aprobó un aumento de las cuotas de socios del 50% para la siguiente temporada, pasando el precio de la tribuna de 7.400 pesetas a 11.100 y el de las localidades de pie de 1.720 a 2.550. Y eso que la jornada le salió redonda al Zaragoza, que al ganar por 2-0 al Recreativo se colocó con cuatro puntos de ventaja sobre la frontera del ascenso.
Y ya nada detuvo al equipo aragonés, que encadenó siete jornadas sin perder a base de cerrojazos fuera de casa, se aupó al liderato y a cuatro fechas para el final, tras empatar a cero con seis defensas en el barrizal de Lasesarre, se colocó a un solo pasito de la Primera División.
En la mañana del 23 de abril de 1978, Día de San Jorge, patrón de Aragón, más de 200.000 aragoneses se manifestaron por primera vez a favor de la plena autonomía por el centro de Zaragoza. Horas después, las cuatribarradas inundaban las gradas de La Romareda para festejar por anticipado el regreso a Primera. En el palco estaba el presidente del Gobierno de Aragón, Juan Antonio Bolea Foradada, y los jugadores salieron al campo portando una enorme bandera de Aragón, mientras por los altavoces sonaba el ‘Himno de Aragón’, interpretado por ‘Raíces de Aragón’ y muy aplaudido por los 30.000 aficionados.
A los seis minutos, Arrúa, de córner directo, firmó el gol que decidió el sexto ascenso frente a un Alavés que contaba en sus filas con Morgado, Valdano y Badiola.
Las consignas políticas se mezclaron durante todo el partido con los abucheos a Arsenio por alinear a un solo aragonés, India, al que García Castany había cedido la capitanía para la ocasión. Los aficionados esperaban una jornada de apoteosis y de exaltación aragonesa y se encontraron un pésimo encuentro. El entrenador gallego acabó siendo el pagano final de esa repentina fiebre por lo aragonés en el fútbol, algo inusual hasta entonces en el público de La Romareda, más proclive a aplaudir al forastero y después negarle el pan y la sal al de casa. Pero la afición estaba harta del cerrojo de Arsenio, de esa obsesión por lo defensivo que chocaba con la mejor tradición del Zaragoza. El público aguantó todo un largo año y estalló cuando el regreso a Primera ya era un hecho matemático.
Entre todos aquellos que no quisieron perderse el retorno a Primera se encontraba Diarte, cuya marcha al Valencia había sido determinante para perder la categoría. Sentado en la grada estuvo también Alonso, el goleador que ayudó a pasearse en la segunda vuelta por Segunda División. ‘Pichi’ estaba lesionado y en su lugar jugó Mendieta, un paraguayo díscolo al que, curiosamente, Arsenio le perdonaba todo.
La bronca se inició en la segunda parte, cuando el público se puso a reclamar a los aragoneses Víctor y Camacho, y Arsenio retardó en exceso los cambios –Camacho estuvo casi media hora calentando en la banda y salió a cuatro minutos del final-. Cuando saltaron al campo ya era tarde. La mecha prendió en la General y ya nadie pudo detenerla. En un minuto el clásico ¡fuera, fuera! se llevó a Arsenio por delante. Y aquello le dejó marcado. Mientras en el vestuario se brindaba con champán, él estaba como ausente. Le costó incorporarse a la celebración y jamás se le olvidaron aquellos insultos. Esa misma noche, y pese a la oposición popular, el presidente Pepe Gil le ofreció la renovación, pero Arsenio decidió irse al Burgos, harto de tanta crítica. Es verdad que su Zaragoza no le hizo la más mínima concesión al espectáculo y que aburrió a La Romareda como nunca, pero tan verdad como que el equipo aragonés fue el máximo goleador de la categoría con 68 goles. Arsenio Iglesias vino para devolver al Zaragoza a Primera y lo consiguió a tres jornadas del final, a diferencia de los cinco ascensos anteriores, que fueron de infarto, y se proclamó campeón de Segunda por primera y única vez en su historia.
"Me voy –le dijo Arsenio a Gil Lecha- para que luego podáis darme un abrazo y no me maldigan en septiembre. Lo que no quiero es que nadie me maldiga".
Dos semanas después, tras golear al Tenerife y confirmar la primera posición final, fue el presidente Gil Lecha el que anunció su dimisión y la convocatoria de elecciones por sufragio universal: “Desde ahora, mi vida va a ser más vida. Soy un hombre humilde. No tengo grandes ambiciones. Me metí en esto porque quería ayudar al Zaragoza a recobrar el puesto que merece en Primera División. Y una vez conseguido, yo sobro. Además, estoy cansado. Ya estuve seis años en la directiva de Zalba… Dicen que el fútbol sirve como rampa de lanzamiento, pero yo no quiero que me lancen. Éste es el momento de marcharme”.
El sexto ascenso fue el mejor, porque el Zaragoza inició una etapa de 24 temporadas consecutivas en Primera División, hasta que con Soláns hijo como presidente volvió al pozo de Segunda División el 5 de mayo de 2002 en una tarde infausta en Villarreal.