ATLÉTICO DE MADRID 1 - LIVERPOOL 0
La fe del Atleti ganó al campeón
Un gol de Saúl en el 4' da ventaja ante el campeón para la vuelta. El Atlético hizo un partido muy serio, sobre todo, en defensa, y fue anulando al Liverpool.
La razón gritaba que era imposible. Ganarle al Liverpool, plantarle cara en estos octavos, a este Liverpool de Klopp, el campeón. Pero en el minuto 4 lo imposible alzaba el puño al grito afónico del Metropolitano, que no dejó de sonar a Calderón. Un puño con esa frase tatuada, "la fuerza no proviene de la capacidad corporal sino de la voluntad del alma", que marcaba el camino. Lo besaba Saúl, como en tantas otras grandes noches de Europa.
Lo imposible era cómo salió el Atlético al partido, ante el Liverpool. Como si Simeone hubiese abierto un bote lleno de avispas. Los rojiblancos picaban, los rojiblancos mordían. Cuartos, cuartos, parecían gritar todas sus botas. Sus futbolistas multiplicados. Panes y peces, cabezas y piernas. Estaban en todas partes. Arrollador. A los cuatro minutos, ese córner, tantas veces la pala con la que este Atleti cavó la tumba rival. Lo lanzó Koke, la pelota tocó en Fabinho y quedó muerta para que una bota la disparara a bocajarro hacia la portería de Alisson como una bala directa al corazón. La de ese jugador que alzaba el puño después. Saúl Ñíguez. 1-0. Lo imposible hecho realidad.
Pasado el golpe, la respuesta. Porque la hubo, inmediata. El Liverpool tomó el balón, abigarrando al Atlético en su área. Un Liverpool obligado a tocar y tocar, pero sin profundidad. La pelota no le llegaba a Firmino, Fabinho jugaba entre pasillos cegados, el Atlético sobrevivía cómodo, acorazado. Los centros de Robertson y Arnold siempre se topaban con pierna rival, Mané no se encontraba en el bosque de hombres del Cholo, Salah tampoco. Su ocasión más clara se topó con la cabeza de Felipe: en los últimos tiempos no hay un seguro mejor. Otro partido inconmensurable.
El Cholo había sorprendido desde la misma caseta. Vrsaljko titular, Lemar también. Pero no el Lemar de los últimos meses, ese sin confianza, al que le pesaba la camiseta, las piernas y el escudo y sólo le faltaba redactar su esquela en el Atleti. No, ese no. Era el otro Lemar, aquel de la lejana Supercopa en Tallin. Bien en el juego, mejor a las ayudas. Entre él y Lodi se comieron a Arnold.
Sin posesión, media contra les bastaba a los rojiblancos para seguir transformándose en avispas, caballos al galope hacia la portería de Alisson, que le desbarató a Morata la más clara. El descanso llegó con Mané golpeando a Vrsaljko en la cara por dos veces de pura impotencia, jugándose la roja, y Oblak con los guantes intactos. Era la primera vez que este Liverpool se iba a un reposo sin un remate a puerta. Klopp reaccionó enseguida: Origi por Mané nada más volver. Lemar también se iba, trabajo hecho, le tocaba a Llorente. Necesitaba el Atleti piernas, pulmones, físico. Otra vez santiguado y encerrado en su área, pero 45 minutos más desgastado. El Liverpool tenía más cuerpo, más ritmo, prisa. Cabeceó Salah una pelota que se fue a un palmo del poste derecho de Oblak. Percutía una y otra vez el Liverpool sobre la banda de Vrsaljko, una vez había comprobado que Lodi tenía la puerta de la suya candada y muy cerrada. Su partido fue descomunal. En su área y en la otra. En la defensa y el ataque.
El regreso de Costa
El Metropolitano comenzó a sentir el corazón en la garganta. Como si faltara pecho para meter adentro tantos nervios. Alzó la voz. Ale, ale, aleee. Su equipo era achicar e imprecisiones cuando todos los ojos se dirigieron a la banda a la vez, los de Klopp también: Costa sembraba el pánico sólo con salir a calentar. Entonces Morata, solo ante Alisson, se tropezó consigo mismo, y envió al cielo el enésimo centro de Lodi surcando el aire gritando goool. Tocaba seguir sufriendo mientras la piel de Koke, Saúl y Thomas caía derramada sobre la hierba en goterones de sudor. Aguantando antes al tridente, encabezando la presión, basculando y en coberturas ahora.
Simeone alzaba los brazos, pidiendo empuje de gargantas. Llorente se escabullía en una carrera maradoniana, el Liverpool ya no ahogaba. Hasta Klopp perdía la sonrisa. Retiraba a Salah y se le lesionaba Henderson mientras se volvía a escuchar el Ale, ale, aleee. Ahí estaba Costa, 100 días después. La Bestia para los últimos quince minutos. Del Atleti fueron, del Atleti y las carreras de Vitolo. Haciendo vieja de nuevo esa pregunta. "Papá, ¿por qué somos del Atleti?". Por partidos como éste, hijo. Por este entrenador que volvió a hacer el escudo más ancho, las rayas más rojas. Por sus jugadores, todos sus jugadores. Otra vez, otra más. Porque su equipo logró el imposible, ganarle al Liverpool los primeros 90' de esta eliminatoria en otra noche como aquellas, de emoción pura, de lucha, de entrega. Noche atlética. Y el equipo caminando por su senda favorita. La de la heroica. ¿Quién dijo imposible? Así mira ya a Anfield.