Colapso total del Madrid
Di María, con un doblete, castigó al equipo de Zidane, desorganizado, sin garra y sin remate. Bale fue lo único potable. Hazard anduvo desaparecido.
Fue una de esas derrotas que separan al Madrid de su gente. Un equipo fantasma, desganado, en desbandada, se vio levantado por las solapas por un PSG falto de estrellas y sobrado de fe. Di María le puso la firma al triunfo de un equipo con peores jugadores pero mejores intenciones. Hazard pinchó en su primera gran citay tampoco dejaron una impresión grata Mendy y Militao. Y Zidane, visto el comienzo, tardó en montar un alboroto. Sus dos primeros cambios llegaron a falta de 20 minutos, con el equipo en el patíbulo. Hubo amabilidad extrema con Keylor, al que no tiraron ni una vez.
Bale, Benzema y Hazard, bajo el acrónimo BBH, más la bala en la recámara de James, frente a un ataque en paños menores sin Mbappé, Cavani y Neymar. Así amaneció el Madrid en la Champions. Un mal enemigo y una situación insospechadamente favorable en una competición en la que siempre se siente a salvo, aunque el curso pasado fuese licenciado con deshonor por el Ajax. Y es que hay plantillas que no son capaces de sostener el mito. Y algo apunta a que esta puede volver a ser una de ellas.
Ha sido un verano de turismo interior en el Madrid, obligado a buscar en casa lo que no pudo comprar fuera: Bale y James, dos monedas de cambio que han acabado por ser monedas de uso. En el mismo once que Benzema y Hazard, dejaron un equipo de baja protección, pese a que Zidane agrupó a la tropa en un 4-2-3-1 para alinear a Kroos, desafortunadísimo, junto a Casemiro, paliar el déficit en el quite y suavizar la salida de la pelota ante la presión feroz del PSG. Así malvivió el Madrid hasta que se topó con uno de esos goles que dan para largos debates. Bernat enlazó con Icardi y su centro raso lo metió en el primer palo Di María. Un palo de obligada vigilancia de Courtois, que no estaba allí. Todo, a cien metros de Keylor. Todo, a ojos de una afición que nunca acabó de entender el relevo. Uno de esos malos inicios que se han cronificado en el Madrid.
Bale y nada más
Tuchel, amigo de jugadores y dibujos mutantes, metió a Marquinhos como medio de cierre y debió sentirse complacido de cómo su equipo hizo circular vertiginosamente la pelota para meter al Madrid en el puchero. También alargó a sus laterales, a sabiendas de que Bale y Hazard son malos perseguidores, y le ayudó el buen juego de espaldas de Icardi. Por ahí destruyó a un Madrid reducido a las ocurrencias de Bale, el único que se subió al escenario de verdad. Pero el equipo de Zidane no apretaba a los centrocampistas del PSG, que llegaban con margen de maniobra al borde de su área. Y desde ahí repitió Di María, de nuevo sin respuesta de Courtois. Poco después el VAR le quitó un gol a Bale por mano clara, pero el Madrid braceaba ya en su propia área para no tragarse el tercero. En aquel desastre colectivo no quedaba huella de Hazard, el hombre del renacimiento.
El Madrid no cambió ni el juego ni la actitud contemplativa en la segunda mitad. El partido le resultó indescifrable de principio a fin. Siguió cayendo en las emboscadas en la salida de la pelota y quedó escandalosamente a la intemperie frente a Gueye y Verratti. Di María y Sarabia, en ocasiones clarísimas, le perdonaron un castigo mayor. Era el duelo entre un equipo con un plan y otro sin brújula, entre un grupo hambriento y otro de brazos caídos.
Un gol anulado a Benzema por fuera de juego posicional de Lucas Vázquez evitó que el Madrid, ya con Jovic y Lucas Vázquez, en el campo, se metiera en el partido. Después, el francés dejó ir un cabezazo franco en el segundo palo. Vinicius, el único agitador que quedaba en el banquillo, entró a falta de once minutos, con el partido ya impracticable y no aminoró una derrota que, agrandada por Meunier, cuanto menos compromete seriamente el liderato del grupo. Europa, el habitual refugio del Madrid, lanzó el primer aviso. El pasado le ronda.