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ATHLETIC

José Díez: 104 años de vida y 80 como socio del Athletic

José Díez Herrero vino al mundo el 23 de noviembre de 1914. Cuando nació, el Athletic tenía sólo 16 años de historia y cuatro Copas.

JOSE DIEZ HERRERO.
JUAN FLORDiario AS

José Diez Herrero vino al mundo en noviembre de 1914, 15 años antes de que echara a andar la liga de fútbol de Primera División. Cuando nació, el Athletic ya era un adolescente, con 16 años de historia y 4 Copas del Rey. Al joven Pepe, como le conocen en la actualidad sus allegados (de joven era Chechu), el fútbol le conmovía, así que desde niño no se perdía los partidos de San Mamés, un estadio elevado sólo un año antes de que naciera y por entonces poco menos que una campa con capacidad para 3.500 espectadores. “Me ponía donde los Capuchinos, detrás de la portería, según miras para el hospital”, relata. El 1 de agosto de 1928, con 14 años, su padre le sacó ya un carnet de socio, en la vieja sede de la Alcazaba, aunque durante la Guerra Civil le dio de baja, de aquí que perdiera parte de una antigüedad que le marcaría como socio número uno (en junio de 2017 era el 32º). Volvió a reingresar en el club de su vida en 1941.

José fue sin quererlo uno de los protagonistas en el último partido del Athletic en casa, ante el Eibar. Le citaron por sus casi 80 años de socio, una eternidad para muchos pero simplemente un tiempo precioso e intenso en sus inabarcables 104 de existencia. “Tiene un marcapasos, pero por lo demás, está como un roble”, sonríe con total complicidad su hija Cristina y asiente su nieto, siempre a su lado pendientes durante el tiempo que se realiza este reportaje en su vivienda en el corazón de Bilbao, en Rodríguez Arias.

Díez fue al colegio con Luis Bergareche, el primer león que marcó un gol en la liga creada en 1929 y exdirector de la Vuelta a España. La mente de Pepe funciona a la velocidad de un chaval de 80 años menos. Su padre tenía un comercio donde se empezaron a fabricar los célebres y deliciosos polvorones Felipe II, que no eran asequibles para todos los bolsillos pero supusieron toda una revolución en la época. Sus ojos lanzan un brillo especial cuando recuerda cómo iba con su padre a los partidos, “por entonces eran los domingos a las 12:00”, mientras su madre se quedaba atendiendo la tienda.

El fútbol ha cambiado mucho en este siglo que ha pasado por sus ojos. Y también la vida. “Antes todos éramos católicos, pero no como los de ahora, de verdad”, sentencia mientras manosea un par de álbumes repletos de fotos históricas del Athletic que son un verdadero tesoro. “Los fotógrafos las exponían en un escaparate de la Gran Vía y podías comprar las copias”, e intercala una anécdota que ahora encajaría en el papel cuché: “De Moyua a la plaza Circular iban paseando las chicas de 'posibles', así conocí a mi mujer”. En efecto, su corazón pasó a dividirlo entre el Athletic e Inés Larrañaga, nacida en Argentina. Su padre jugaba de defensa derecho en el club rojiblanco, pero la familia Olaso le compró una finca en Bilbao y le ofreció irse hasta la Patagonia para administrar una gran hacienda.

La vida pasaba mucho más despacio por entonces. Exhibe fotos con terrenos de juego como patatales. “El clima ha cambiado, antes había sirimiri todos los días, el balón pesaba un montón, había que tener mucha fuerza para pegarle y unas botas que lo aguantaban todo. El lanzamiento de falta se denominaba ‘free kick’ y cada uno era medio gol”. El joven Pepe era de los que se subía a aquel viejo tren rebosante de aficionados en dirección a Las Arenas, para un partido con enorme rivalidad en el origen del fútbol en España. Justo antes de avistar el campo del Arenas (Ibaiondo, que tenía velódromo), el convoy desplegaba su potente sirena, ralentizaba la marcha y el hormiguero se iba apeando, de uno en uno.

Dos horas de conversación con Pepe dan mucho de sí. Por desgracia, la Guerra Civil le alejó de sus dos grandes pasiones “porque se puede decir que soy más aficionado a los toros que al fútbol”. Combatió con el Tercio de Requetés. El recuerdo de ese punto de su vida que le asalta le hace torcer el gesto preocupado. En el frente del Ebro estuvo a punto de caer en batalla. Pero pronto lo aparca y remonta. De vuelta a casa, comenzó un camino de idolatría hacia Panizo y Larraza, que murió en un accidente y le hicieron un monumento que hoy se enseñorea en Lezama. “Mira cómo llevaba el balón Gorostiza, con la punta de la bota, ¡qué clase!”, se relame. La relación de jugadores que admiraba también abarca a Lafuente, Iraragorri, el portero Manuel Vidal “que puso una tienda de muebles” y Legarreta “que tenía un negocio de chocolates”. El caso es que el Athletic tenía mucha fama internacional y “los catalanes querían mucho a los bilbaínos”. Díez echa mano de uno de sus carnets, el de vuelta al hogar tras la guerra, fechado en 1941, en el que se lee ‘Atlético Bilbao’. “Iba donde podía, no había numeración”, aclara ante una de esas estampas clásicas del pasado con miles de paraguas apiñados en la tribuna en un día gris.

Los recuerdos se amontonan en su cabeza y la traen mucha nostalgia. Siente debilidad por un entrenador que marcó una época: Míster Pentland. “Era un caballero un gran hombre, con su sombrero y su puro... ¡aunque no hablaba ni papa de español!", lanza con una sonrisa pícara. El fútbol de antes para él era pura distinción: “Había que pedir permiso de la elegancia que destilaban. Los dueños del Athletic eran señores, con su abrigo, gabardina...”.

Díez sigue revisando fotografías. Y repara en una de Samitier y otra de Sagi-Barba, ambos del Barça y este nacido en Argentina y de padres catalanes. “¡Qué extremo izquierdo!”, salta como un resorte. “No ha habido un portero como Zamora”. Era una época en la que José hizo amistad con algunos jugadores. Como Antonio Ortiz, Tolín, centrocampista de Basauri de los 40 que llegó a jugar en el Madrid. “Cuando acababan los partidos, me daba un paquete con ropa y las botas y lo llevaba a casa para lavarlo”. Así es, porque los chavales de entonces se buscaban la vida como podían y él ejercía de recadista. Iba a por jabón Chimbo y por cada cuatro reales de trabajo, le daban una entrada para el cine. En muchas ocasiones las camisetas se pasaban por el agua y jabón frente a San Mamés, donde hoy se levanta un hotel. “La de antes era la verdadera, la azul y blanca”, hila al respecto. También tuvo simpatía hacia Chirri II. Eran dos hermanos, ambos ingenieros. En cierta ocasión jugaba el Alavés en La Catedral y el león se equivocó y se llevó al campo las botas de su hermano. El caso es que Pepe andaba por la zona en bicicleta y llamaron por teléfono a la casa del jugador Colón de Larrategui, "y fui a buscarlas". Llegó a tiempo.

Desde su localidad en el estadio, Díez analiza el fútbol actual. No se pierde ni un partido, tal vez cuando hace un frío de perros y LaLiga pone un horario muy nocturno. Está en Tribuna Principal y el médico en ocasiones le regaña por el esfuerzo que emplea en ir al campo. Hay otras localidades, en su grada, habilitadas para personas con problemas de movilidad, pero claro, si cambia, perderá la suya, y no está por la labor. Hace poco recibió la placa que las directivas suelen otorgar a los socios que cumplen 75 años en el club. “A Urrutia le vi poca ilusión, casi me echa”, protesta. Tuerce el gesto al asistir a alguna pitada a los jugadores rojiblancos. “No me gusta que les silben, ¡qué más quieren ellos que hacerlo bien!”, se revuelve, al tiempo que valora que “antes había más amor hacia los colores” y destapa su disconformidad con el VAR. Vio los recientes Clásicos y no le acaba de cautivar el juego actual: “El fútbol de ahora no me llena, no chutan a puerta, parece que no tienen fuerza. Hay que tener más contacto con la gente. San Mamés no puede pensar más que en el Athletic, no cabe la política ni otras cuestiones”.

Hace muchas décadas, para conocer las gestas de los leones fuera de Bilbao la afición se arremolinaba junto a las oficinas de la calle Ayala. Allí recibían las noticias por teléfono. Se abría la ventana, salía un empleado del club y ejercía de lo que ahora vienen haciendo los carruseles radiofónicos. Luego el Café Bernabé, en la esquina de Alameda de Urquijo, solía organizar tertulias de alto copete en las que estaba Indalecio Prieto y el secretario del club Antón Gorostiaga. “Eran buenos tiempos”, se recuesta José. Palabra de un notario de la historia del Athletic durante 104 años.