Sergio González, el vecino estrella de Campo Grande
En seis meses ha pasado de ser undécimo en Segunda a aspirar al coliderato de Primera. Los informes que pasó el Espanyol sobre él ralentizaron su vuelta a los banquillos.
En el barrio de Campo Grande de Valladolid, al otro lado del estadio José Zorilla y del Pisuerga, Sergio González es el vecino estrella desde que la temporada pasada obró el milagro del ascenso. De sus ocho partidos de Liga regular, ganó cinco, perdió dos y empató uno. Se metió en el playoff a última hora, viniendo en carrera y su leitmotiv caló en el vestuario. “El último que entra es el que asciende, chicos”. Y vaya si ascendió. Vapuleó al Sporting con dos victorias y liquidó al Numancia con un 0-3 definitivo en Soria. Ya en Primera, el técnico catalán suma cuatro victorias seguidas y ha colocado al Pucela, el equipo con menos presupuesto de la categoría, en zona europea. De hecho, el Valladolid-Espanyol de mañana puede definir el liderato del campeonato. Sergio vive un sueño.
Cuando aterrizó en Valladolid cambió el gélido aire que se respiraba en la plantilla. Con su carácter desacomplejado y humano, el técnico retocó la manera de jugar del equipo dirigido anteriormente por Luis César. Se percató de que sus centrales corrían 11,5 kilómetros por partido y de que cometían demasiados errores defensivos. Les acortó las distancias y ganaron confianza y seguridad. Encontró en su 4-4-2 cobijo, orden y el equipo empezó a sumar victorias. La rueda empezó a girar y aún no se ha detenido, prueba de ello la perfección defensiva que rozaron los castellanos ante el Betis (0-1).
Pero desde que en diciembre de 2015 fue despedido como entrenador del Espanyol, cuando el equipo era el duodécimo, a seis puntos de la Europa League y tres por encima del descenso, Sergio ha vivido en la inseguridad. Pasó dos años y medio sin prácticamente propuestas, y las que llegaron finalmente no se concretaron. Los antecedentes del extécnico perico eran cuanto menos suficientes: un décimo puesto y unas semifinales de Copa del Rey con el Espanyol en su primer año y un duodécimo puesto hasta su despido el segundo, un curso en el que el equipo perico empeoró con Constantin Galca y se salvó a última hora. Un curso en el que desaparecieron los pilares de la anterior campaña: Kiko Casilla, Héctor Moreno, Lucas Vázquez y Sergio García.
El clima ese verano quedó enturbiado por el mercado de fichajes y por el caso del Pape Diop, una llegada que dio tantas vueltas y fue tan surrealista que desgastó al entrenador y quebró la confianza en el vestuario. Después, ya en la primera jornada ante el Getafe y pese a ganar 1-0, la afición silbó el juego del equipo, agravada la situación en el segundo encuentro en casa, el 0-6 ante el Real Madrid. La temporada había empezado con el pie izquierdo hasta que acabó con el despido del entrenador, quien no lo terminó de entender. En esos momentos, se estaba gestando la compra del club por parte de Chen Yansheng.
Y aquella erosión hizo daño. Algunos informes que pasó el Espanyol del entrenador no fueron los mejores, lo que ralentizó su vuelta a los banquillos. El tiempo lo cura toda. En abril le llegó la propuesta del Valladolid. Aceptó y esta semana recibirá en su fortaleza de Pucela a su Espanyol, el club que le dio la oportunidad en Primera como jugador y entrenador.
Cuando Cornellà está a punto de cumplir diez años, pocas noches vivió tan mágicas y tristes como la vuelta de semifinales de Copa del Rey ante el Athletic Club. Y fue con Sergio en el banquillo, ahora hombre milagro de un Valladolid que aún se rasca los ojos cuando ve la clasificación. El 20 de abril era undécimo en Segunda. Mañana llega sexto a la décima jornada en Primera. Y puede ser colíder.
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