Marcar, sufrir y ganar en Ipurua
Un solitario tanto de Gameiro en el primer tiempo dio los tres puntos al conjunto de Simeone, superado en la segunda por un Eibar que siempre se topó con Oblak.
Sin Costa, el Atleti regresó a los tiempos preCosta: marcar y levantar frontón. Brilló veintiséis minutos, los primeros, y después resistió las embestidas de un Eibar que mereció más tras una primera parte maniatado. Salieron los rojiblancos en tromba, escapándose rapidísimos hacia la portería de Dmitrovic. En la primera contra que armaron, minuto tres, Correa no terminó ni de chutar ni de centrar pero ahí quedaba, la tarjeta de visita. No tardaría el Atleti en volver para dejar otra.
Robaba en la medular y corría endiablado, como si tuviese ruedas en las piernas. Las había atornillado el día anterior Simeone con una orden: “Rapidez en las transiciones de ataque y defensa”. Ahora sus jugadores disponían en Ipurua. Y la lluvia afilaba el balón, capaz de cortar la hierba de camino a portería si los pies que lo dirigían eran rojiblancos. Las ocasiones se iban deshojando.
La segunda también fue de Correa y la tercera la lanzó alta Koke, tras otro centro con sello de gol de Vrsaljko. El Eibar se encogía bajo la lluvia, desnudo, sin ninguna de esas prendas cerca (fútbol directo y rápido aliñado con sudor, mucho) que tan bien le cuentan. Los chispazos de Ivi ante un gran Lucas eran su única resistencia y un partido de fútbol es una guerra. O matas o te matan. Tenía Simeone el arma: Griezmann.
Crecido en Zubieta, bajo los cielos cargados de agua en Donosti, Ipurua ayer, tan mojado y rápido, era su hábitat. Y moviéndose por detrás del punta, con libertad, llenaba de peligro cada brizna que pisaba. Encendió su mecha Koke, buscándole con un pase en largo tras una mala entrega rival. Se escapó el francés y al llegar al área levantó la cabeza buscando a otro francés: pase de la muerte y gol de Gameiro. La llegada de Costa parece haberle devuelto ese medio pie que, a veces, en el Atleti, siempre le faltaba.
Simeone ya tenía su gol pero, al regresar del descanso, Mendilibar volcaría el partido con un cambio: en la ducha se quedó Ivi; al campo, Orellana, que hacía una semana ya había debutado con gol. Todo, pronto, tuvo otro aire. Fue evaporándose el Atleti, fue creciendo el Eibar por la izquierda, sobre los pies de Cote. Simeone detectó pronto el lunar y quitó a Correa, de más a menos. En su lugar entraría Carrasco pero nada cambiaría. Mendilibar tenía en las bandas a Inui y a Orellana con intención de morder. El Eibar ya se reconocía en el espejo del partido.
Ahora quien se defendía era el Atleti, empecinado en levantar el muro, en el paso atrás, que eso también es cholismo. El Eibar no tardaría en sumarle ocasiones a su dominio de balón.
En el primer disparo a puerta, Enrich obligaría a Oblak a abrazarse a la pelota en la línea. Simeone echaría más paladas al frontón (Augusto) mientras Griezmann se topaba con el pie de Dmitrovic, en la única ocasión rojiblanca de la segunda parte, antes de dejarle su sitio a Torres. Cuando al partido le quedaban diez minutos, toda la tormenta se anunciaba sobre la portería de Oblak, que de nuevo salvaba en la línea un cabezazo, ahora de Oliveira.
De repente el Eibar parecía correr con fauces en los pies. De repente hacía más frío. De repente la lluvia calaba aún más. Inui remataba y Oblak respondía con un salto de gato y repelente de balones en los guantes. Mendilibar seguía llenando el césped de sudor y papeletas para el empate. Los últimos tres minutos fueron de los que envejecen.
Se quedaba sin aire el Atleti, sin cuerpo ni hombres para tapar tanto. Sobrevivió, sin embargo. Porque Kike García cruzó demasiado un cabezazo. Y falló Enrich. Y falló Oliveira. Y Mateu se llevó al silbato a la boca, pero no para castigar penalti una mano de Augusto, sino para detener el agua sobre el Cholo en Ipurua: al abrir la mano la tenía blanca, de tanto apretarla, pero con tres puntos más.