Griezmann: la plantilla va por un lado, la afición por otro
Sus compañeros y entrenador cerraron filas en torno a él tras la pitada que recibió al ser cambiado en el derbi. “Estamos a muerte con él”, declaró Juanfran. Real Madrid - Atlético, el derbi: LaLiga
Cuando Griezmann saltó al césped ayer, para jugar el derbi, algo había cambiado. Su pelo. Adiós al largo. Ese look con el que era inevitable identificarle tras este verano. Ese ‘largo Beckham’ que al francés parecía hacerle el efecto Sansón pero a la inversa: entre más largo, menos goles. Pero si el corte se hizo con intención de cambiar algo, esta vez no surtió: no hubo goles (el octavo partido sin ellos, su peor racha desde que es rojiblanco, desde que es “delantero”), ni tan siquiera un chut de su bota a Casilla. Simeone, además, volvió a cambiarle a diez minutos del final con 0-0 en el marcador, como en Riazor, pero ahora en casa, Wanda Metropolitano, esa grada que, hace no tanto, en mayo, estaba a sus pies: le pitaron, sonoro. Quizá el partido era la última gota, esa que rebasaba el vaso.
Comenzó a llenarse dos días después del último partido del Calderón, dos días después de los saltos de Griezmann al escuchar “madridista quien no bote” en los actos de adiós al viejo estadio. Un gesto que parecía confirmar aquello que decían sus palabras, las entrevistas, que no, que no se iría, pero al llegar a Francia, en un programa le preguntaron sobre su futuro y contestó con porcentajes, insinuando por primera vez de verdad que, puede, que no fuera rojiblanco: “Seis sobre diez, United. Siete sobre diez, Atleti”. Plic. Primera gota al vaso. Y venía cargada de hiel, sonaba a traición del ídolo, del héroe.
El Atleti volvió a hacer otro esfuerzo económico porque se quedara, por espantar las dudas, la posibilidad de cualquier otro porcentaje en su cabeza que no fuera rojiblanco. Se le subió la cláusula, 200, el sueldo. Cuando el TAS confirmó la sanción FIFA al Atleti de no poder inscribir jugadores, Griezmann dijo públicamente que se quedaba, que ahora, así, no podía abanadonar al Atleti. Pero lo del programa de la televisión francesa seguía ahí, plic, plic, plic, llenando el vaso. Cada cosa que, a partir de ese momento haría, ya no sería la misma. Como si Griezmann hubiese dejado de ser Grizi para ser solamente Antoine.
Comenzó la temporada. Primer partido y expulsión dos. Se estrenó el Wanda Metropolitano y marcó. Brillaría en Bilbao, volvería a hacerle gol al Sevilla, y al Chelsea, en Europa, primer partido de Champions de la historia en el nuevo campo, y, después, la nada en el juego le apuntaría a él. Esas genialidades que siempre salían de sus botas, que resolvían partidos, no estaban, el Atleti empataba y empataba. Griezmann, que ya tenía sueldo de mesa de Cristiano y Messi, de pronto, no estaba. Plic, plic, plic. Su pelo crecía y crecía y todos, conscientes de una realidad: Griezmann vive sus últimos meses en el Atleti sí o sí, se hablaba más de que si parecía descentrado, si parecía pensar en otra cosa, que de sus carreras hacia atrás como siempre, fajándose en defensa. Y, encima, Simeone, siempre con un halago (“las palabras no alcanzan para describir a un jugador que tiene ilusión, más allá de lo bueno que es, trabaja, corre, se mete dentro del área. Cuando un jugador se entrega como lo hace Griezmann, es un doble placer ver cómo hace las cosas”, decía en abril precisamente tras un derbi), un encomio (“Griezmann es un jugador distinto”) en la boca para Griezmann, hace dos ruedas de prensa se los arrebataba: “No tengo un jugador que resuelva partidos”. Ese que, hasta hace nada, era Griezmann.
Plic, plic, plic.
Cholo corroboró sobre el verde de Riazor lo que dijo en sala de prensa. 0-0 a diez minutos del final y Griezmann, fuera, cambiado, casi como pasaba cuando llegó al Atleti, en el verano de 2015, ya como estrella de la Real Sociedad: le tocó ganarse el sitio, minuto a minuto, partido a partido.
El parón vino acompañado de otro paso de Griezmann por la tele francesa. Eso y su respuesta a la pregunta de si soñaba con jugar con Mbappe y Neymar (ambos en el PSG). Su “sí” fue como el estallido de una presa que se rompe. El plic, plic, plic convertido en riada. El agua casi al borde.
Y llegó el Madrid, el derbi, el primero en el Wanda Metropolitano y Griezmann, en el hotel, la noche, mañana anterior, se cortó el pelo. No hubo redención sino pitada. Y un cambio en el discurso de su entrenador: Simeone, en la rueda de prensa posterior, volvió a protegerle. “A mí me enseñaron desde chico que, por la familia, hay que bancarse a muerte. Y Griezmann es de la familia y, hasta que esté, hay que defenderle”. El Cholo sólo sería el primero: después hablarían Koke, Saúl y Juanfran. Todos igual, con lo mismo en la boca: defender a Griezmann. Ese su jugador diferente, aquel que siempre estaba de bromas en los entrenamientos, tras Godín, poniéndose conos en la cabeza, sonriendo, comprometido, risueño, su líder. Mejor con cariño que no silbando.
La misión es recuperarlo, entre todos. “Nos ha dicho que está comprometido al cien por cien con nosotros. Todos tenemos que ayudarle”, aducía Juanfran. “Estamos con él a muerte”, añadía. “Está trabajando bien, cuando no haga eso será el momento de decirle las cosas”, esgrimía Saúl. “Al final la gente tiene que animar más que sacar los pitos. Griezmann es un jugador increíble para nosotros y tenemos que apoyarle siempre”, añadía. “Antoine está tranquilo. Entrarán los goles, llegará el buen juego”, afirmaba Koke. “Hay que estar tranquilos”, añadía. Cerrando filas en torno a Griezmann. Con la esperanza de que, en efecto, en cuanto vuelva su baile de manos Griezmann volverá a ser Grizi para la afición, ese que en aquella tarde ya lejana de mayo, cuando el Calderón cantaba lo de “madridista el que no bote”, pues botaba.