Asumido que el Barcelona ha dejado de ser una orquesta barroca para pasar a ser una cadena de montaje que cumple escrupulosamente planes quinquenales a base de metalurgia pesada, el rendimiento del equipo de Valverde es tan fiable como difícil de digerir. Pero la efectividad del líder es incontestable. En Leganés, en un nuevo capítulo de “A mí no hay quien me tosa”, el Barça resolvió por la vía de la percusión con Suárez como solista al bombo un partido que le permitió ver el derbi madrileño con la cerveza y el bol de palomitas tras ganar en Butarque por 0-3 en la tarde en la que el ‘9’ uruguayo se reencontró con el gol en asociación inverosímil con Paco Alcácer, un jugador impredecible. El tercero, lo firmó Paulinho en el último minuto resolviendo, cómo no, un lío en el área más propio de una película del Gordo y el Flaco que de un equipo aseado.
Valverde dejó muy clarito ya con la alineación que en Leganés el Barça no estaba dispuesto a regalar nada. Ni asomo de reservar centrales por las tarjetas, ni rotaciones tras jornada de selecciones con quince días sin competir ni mandangas. Salió el once de gala con una misión entre ceja y ceja y la cumplieron con más efectividad que brillantez. Pero al fin y al cabo fueron tres puntos de una importancia incontestable. Fieles al estilo de Shankly, el Barça pensó primero en meterla dentro de la portería y luego ya discutiría las opciones sobre la estética.
Normalmente, el Barcelona vive de la producción de Messi, ya sea en la sala de máquinas o en la finalización. En Butarque, el argentino tuvo uno de esos partidos que cuentan en el registro estadístico, pero que perfectamente podrían computar como día de asuntos propios. A cambio, reapareció el cazador Suárez en una extraña ‘buddy movie’ de la mano de Paco Alcácer, un jugador tan vertical como imprevisible. Tras sus dos goles al Sevilla, Valverde decidió seguir confiando en el delantero valenciano que con la misma facilidad te para un contragolpe por no ir al espacio como se saca un centro chut inverosímil que sorprende al portero rival que deja la pelota muerta en el área para que, al filo de la media hora de juego, Suárez rompiera su maleficio de cara al gol. 478 minutos llevaba sin marcar.
Hasta ese momento en el que el Barcelona logró el 0-1 en su primer disparo entre los tres palos, tuvo más sentido colectivo el Leganés, liderado por un Amrabat sensacional en ataque que a los 29 minutos ya le había sacado a Piqué una tarjeta amarilla que le costará no jugar en Mestalla la próxima semana.
Bien parapetado atrás con un Ter Stegen que a veces da la sensación de que nadie le va a marcar un gol ni que se juegue durante seis horas el Barça fue transitando por el partido como un operario que aprieta tuercas esperando su momento. Un instante que llegó en cuanto Alcácer se asoció con Messi forzando un paradón de Cuéllar que rechazó el balón dejándolo en la zona de ataque de Suárez, que en colaboración con un defensa marcó el segundo y lo celebró en la cara del portero, con el que había tenido sus más y sus menos hacia unos minutos.
Con el partido absolutamente controlado en base al estilo de ‘no le llame regate, llámele percusión’ llegó el tercer gol en una jugada que ni pintada para un pánzer como Paulinho, que apareció en el campo como un Huruk Hai para darle brillo en el marcador a un triunfo que mantiene al Barcelona en los plazos de su plan quinquenal.
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