Antonio Calderón, entrenador del Fuenlabrada. Jesús RubioDIARIO AS
Antonio Calderón disimula bien que es entrenador. Todavía luce apariencia de futbolista. En la mesa, es el único sin camisa. Jersey de cuello redondo y camiseta blanca. Sencillo. Como sus explicaciones futboleras, envueltas en un acento andaluz que denota su origen gaditano. El técnico del Fuenlabrada no puede ocultarlo. Más allá de las exigencias del guión, su corazón es amarillo. Amarillo Cádiz. Allí jugó. Allí conoció a Mágico González. “Lo mejor que he visto en mi vida”, confiesa junto a un puñado de anécdotas del mito salvadoreño. Ninguna soporta el test periodístico del off the record. Algunas son de tres rombos.
Algo parecido al fútbol ofensivo que suele practicar el míster azulón. “A veces lo mejor para atar un partido apretado es hacer una sustitución atacante. Por eso no me gustan algunos cambios de Simeone”, confiesa. Sí. A Calderón la verticalidad le encanta. La de Asensio, por ejemplo, le fascina. “Esa conducción en carrera… ¡No se cansa! Y luego la pone donde quiere”, comenta. Entonces, ¿será mejor que no juegue? “¡Que va! Yo quiero que Zidane ponga el equipo de lujo”, responde clavando sus ojos azules. “Cuando yo era futbolista (en Cádiz, Rayo, Lleida o Mallorca) y te tocaba un pequeño en Copa del Rey era un marrón. Pero los suplentes… Esos vendrán con ganas y correrán más”. En motivación habrá empate.“Ese día los míos corren todos. Lo difícil será convencerles para que corran contra el Cerceda, el domingo”, se carcajea.
Precisamente de los suyos habla poco. No quiere desvelar secretos. Sólo rompe la norma para avisar a los madridistas presentes en la sala. “Será un partido ajustado”, comenta con la misma sonrisilla con la que recuerda que él ya sabe lo que es ganar al Real Madrid y provocar una hecatombe en el Santiago Bernabéu. En 1995 el Rayo Vallecano en el que él jugaba forzó la destitución de Valdano como técnico del equipo blanco tras vencer 1-2 con doblete de Guilherme. Ahora su objetivo es repetir. Pero con el Fuenlabrada. Y en el banquillo.
