Blokhin, 'La flecha de Kiev': la gran joya del fútbol soviético
Podía haber sido atleta, como su madre y su amigo Bubka, pero el fútbol le atrapó, ayudado por ‘El Zorro’ Lobanovskyi. Balón de Oro en 1975, fue el mejor jugador de la URSS.
La extinta Unión Soviética tenía 15 repúblicas, todas unificadas en una dictadura comunista que se prolongó durante 74 años, en las que el deporte tenía como principales características el rigor y la disciplina, desarrolladas en las selecciones que representaron a la hoz y el martillo sobre la bandera roja tanto en Juegos Olímpicos como en los Campeonatos Mundiales de Fútbol. En Ucrania, la decimocuarta república soviética, sobresalía el Dinamo de Kiev, un conjunto que sorprendió durante las décadas de los 70 y de los 80 como uno de los principales símbolos del Telón de Acero. El estilo de juego de este equipo se desarrollaba gracias a una alta velocidad en el movimiento del balón y proporcionó la aparición de uno de los mayores valores del fútbol en el Este europeo: Oleg Blokhin. Nacido en la capital ucraniana el 5 de noviembre de 1952 e hijo de una famosa velocista, Yekaterina Adamenko, eligió seguir su propio camino, que no era el deseado por sus padres. “Ellos aspiraban a que fuera atleta”, explicaría posteriormente. Sin embargo, la cantera del Dinamo y, sobre todo, la determinación de Valeriy ‘El Zorro’ Lobanovskyi tuvieron un mayor poder de seducción sobre el joven, cuyo potencial podría haber ayudado a pasar a la historia al atletismo ucraniano, entonces soviético, junto con su compatriota y amigo Sergei Bubka, el eterno vencedor en saltos con pértiga.
Una gran estrella
La trayectoria de ’La flecha de Kiev’ no iba a seguir la ruta de las grandes figuras del momento: no jugaría en ningún gran club europeo. Tal aspecto no puede ser menospreciado, ya que en 1975 contaba con 23 años de edad y su juego ya era reconocido a nivel continental. Fruto de ese estilo marcado en el frío ucraniano obtendría su gran recompensa: el 30 de diciembre de 1975, fue proclamado Balón de Oro por la revista ‘France Football’. Obtuvo 122 puntos, superando en la votación a estrellas consagradas como Franz Beckenbauer (segundo, con 42, al que le sacó una diferencia de 80 puntos) y Johan Cruyff (tercero, con 27, y su gran espejo). Fue el primer jugador que superó la barrera de los 120 puntos en la votación final. Un total de 20 periodistas le otorgaron su total confianza (es decir los 5 puntos que le podían otorgar al primer jugador que eligiesen), algo sorprendente para un futbolista del Este europeo. Precisamente, Blokhin tenía como modelo imitar los regates, fintas, amagos y goles del as holandés. Eso sumado a su punta de velocidad le confirió la gran ventaja de ser un excelso extremo izquierdo, que Lobanovskyi pulió hasta ser considerado uno de los grandes diamantes en bruto del panorama europeo.
El escenario político que le tocó vivir siempre le acompañó y le impidió dar vuelos más lejanos en su trayectoria deportiva. Por dos veces tuvo la posibilidad de haber fichado por el Real Madrid. En 1978, tras el Mundial de Argentina, el conjunto madridista se puso manos a la obra con la intención de hacerse con sus ser vicios. Sin embargo, en octubre de ese mismo año se publicó un reportaje en una edición de la revista Cambio 16 donde se relacionaba a Ramón Mendoza, entonces directivo madridista, con la KGB soviética. Mendoza presentó su dimisión y como consecuencia se enfrió el presunto interés del club merengue en contar con sus cualidades.
Sin embargo, tres años más tarde, se produjo una nueva tentativa por par te de la directiva blanca en acoger al jugador más brillante de aquella espléndida generación rusa. Ramón Mendoza par ticipó otra vez más como conductor de la negociación. Dos reuniones –una en Madrid y otra en Moscú– y una condición suficientemente decisiva para frustrar tanto el sueño de Mendoza como del presidente del club en aquellos tiempos, Luis de Carlos, en contemplar la rapidez del ucraniano desfilando por el césped del estadio Santiago Bernabéu: fue ascendido a coronel del Ejército soviético por parte del gobierno del Kremlin. Al fin y al cabo era otorgarle una compensación financiera debido al bajo sueldo que recibía como jugador. En el fondo, era la manera más sutil de mantenerle bajo el dominio del gobierno soviético y, de paso, fortalecer el discurso moscovita ante la común ciudadanía.
Pero no fue únicamente objeto de deseo del equipo madrileño. También la directiva del Bayern de Múnich se posicionó con más realismo ante la posibilidad en ficharle. “Pagaríamos un millón de marcos en metálico sin dudar, pero él jamás saldrá de URSS”, explicaría bajo este triste lamento un directivo alemán.
Blokhin era la gran figura de la URSS. Marcó una tendencia de juego, como afirmó después del Mundial de España 1982: “Todo se debe a la velocidad. El fútbol de hoy es rápido y esto quiere decir que hay que ser veloz. En los entrenamientos y en los partidos siempre procuro hacer las combinaciones técnicas con la máxima celeridad. Siempre existe una ocasión de meter un gol y lo importante es no desperdiciar esa oportunidad”. Blokhin marcó el segundo gol del partido del triunfo soviético sobre Nueva Zelanda (3-0), de la primera fase del Mundial en España, en La Rosaleda. Corría el minuto 48 y Blokhin aprovechó un fallo de la defensa neozelandesa y el hueco dejado por el portero Van Hattum para rematar libre de marca desde el área pequeña.
En México, cuatro años más tarde, el dorsal nº 11 de la URSS jugaba su segunda y última participación en Mundiales. Hizo también el último gol. El conjunto canadiense, que hacía su primera participación en mundiales (Canadá debutó perdiendo todos sus par tidos y no marcando un gol) sería la última víctima de ‘La flecha’ ucraniana. Se trató del partido que cerraba la primera fase del Grupo C, que contó además con las selecciones de Francia y Hungría. Durante la segunda parte, el marcador del estadio Sergio León Chávez, en Irapuato, anunciaba el minuto 58 y el fin de la monotonía sin goles. Cansados por desperdiciar oportunidades y por el fuerte calor que hacía sobre el césped, los soviéticos buscaron superar las adversidades con una postura aún más agresiva que acabó con el resultado del gol de Blokhin, que aprovechó con mucho oportunismo, tras una bella jugada ejecutada por el centrocampista Henadiy Lytvochenko por la banda derecha. La clasificación a la siguiente fase del mundial mexicano y el primer puesto del grupo era sólo una cuestión de tiempo. Dieciséis minutos más tarde, Zavarov consagró el paso soviético a los octavos colocando una vaselina a la portería defendida por Lettieri. Fue desde el banquillo donde Blokhin vio el triplete marcado por el delantero Igor Belanov, su compañero de ataque en el Dinamo de Kiev, y también la eliminación ante Bélgica en la prórroga por 4-3.
Su capacidad en correr los 100 metros en apenas 11 segundos era la misma en expresar sus inquietudes. Daba declaraciones con la precisión de una saeta que realizaba en el frente del ataque desde su propia zona defensiva. Cuando la participación rusa en el Mundial español sucumbió ante la fuerza dinámica de la igualmente comunista Polonia –empate entre ambas selecciones (0-0) en el Camp Nou–, clasificándose los polacos por diferencia de goles –estos habían vencido a Bélgica (3-0), mientras que los rusos sólo lo hicieron por un exiguo (1- 0)–, el seleccionador, Konstantin Beskov, no tuvo dudas en rechazar su temperamento e intentó explicar la frustración causada por su principal futbolista. “Blokhin se dedicó a protestar y a hablar, y se olvidó de jugar al fútbol”. Esa frase de Beskov explica, y hasta un cierto punto justifica, el carácter polifacético que Blokhin adquirió a lo largo de su trayectoria deportiva: protestó, se quejó, habló y, en la mayor parte de las ocasiones, no se olvidó de ejercer su función de capitán, de peso pesado, en todos sus equipos. Pero su popularidad no decrecía. Es más, aumentó tras casarse con Irina Deriuguina, la única gimnasta rítmica soviética que logró cuatro títulos mundiales en 1977 y 1979. Ese bagaje, sumado a una titulación en la Escuela de Cultura Física de Kiev, le permitió ingresar como entrenador tras retirarse de los terrenos de juego en 1990.
Su estantería personal se rellenó con un palmarés de tronío: 8 ligas de Primera División de la URSS, 5 Copas (torneo similar a la Copa del Rey) y 3 Supercopas soviéticas. 2 Recopas de Europa. En 1975, contra el Ferencvaros de Hungría, en Basilea, Blokhin sentenció el partido en el minuto 67 con el tercer gol; y en 1986, en Lyon, en el Estadio Gerland, donde juega el Olympique de Lyon, logró su segunda Recopa de Europa contra el Atlético de Madrid (3-0): Blokhin hizo el segundo tanto de la victoria. La construcción de la jugada empezó desde la banda izquierda hasta llegar a la banda derecha, donde Blokhin despegó en diagonal para rematar en la salida del portero argentino Ubaldo Fillol. Fue un cambio de balón tan eficiente y bien ejecutado por la línea ofensiva del Dinamo que la afición colchonera les aplaudió en pie desde la grada en el minuto 85. También consiguió con el Dinamo una Supercopa europea: en 1975, contra el Bayern de Múnich. Blokhin marcó los tres goles que dieron el título al conjunto ucraniano (2-0 en el partido de ida, en el Olímpico de Kiev, y 0-1 en el de vuelta, disputado en el Olímpico bávaro donde, tres años antes, conquistaba su primera medalla olímpica, de bronce). En aquella ocasión, Blokhin hizo un hat-trick en el último partido de la primera fase, contra México, y la selección soviética venció por 4-1 y terminó como líder de su grupo. Marcaría tres goles más en el torneo olímpico de verano de 1972: en la segunda fase de grupos dejó su sello en las porterías de Polonia (sin embargo, la URSS perdió por 1-2 y le desplazó de la lucha por la medalla de oro), en la goleada por 4-0 contra Dinamarca y estrenó el marcador del partido que terminó en empate (2-2) ante Alemania Oriental. Ambas selecciones compartieron medallas. En el torneo siguiente, en Montreal 1976, estaba Blokhin una vez más entre los 17 seleccionados para la disputa por la gloria olímpica. Marcó un gol en todo torneo, en la victoria rusa por 3-0 ante la igualmente comunista Corea del Norte. La URSS se colgó la medalla de bronce tras ganar a Brasil por 2-0, en el encuentro por el tercer y cuarto puesto.
Tras retirarse
Los años vividos bajo el régimen comunista y la locuacidad forman parte de la voracidad del animal político que se despertó dentro de su faceta social. En 2002 fue elegido diputado para el Parlamento por el Par tido Social Demócrata Unido de Ucrania. La renuncia al sueldo de parlamentario para poder entrenar al conjunto de Ucrania quizá ha sido la principal hazaña política del eterno símbolo de la selección de fútbol y del Partido Comunista soviético.
Quedaba un año para el Mundial de Alemania 2006 y la Federación Ucraniana de Fútbol se convenció de que sus 16 años como delantero estrella de la selección soviética y los 13 años como entrenador en Grecia componían el currículo ideal para intentar clasificar a Ucrania por primera vez para el máximo acontecimiento del fútbol. En su paso por tierras griegas logró dos títulos con el Olympiacos: una Copa y una Supercopa en 1992 antes de regresar a su país de origen para consolidar en su carrera en los banquillos las glorias que le hicieron sobresalir como jugador.
Gran amante de la velocidad en sus tiempos como delantero, Blokhin asumía igual velocidad para superar retos. Tras un comienzo arrasador (cinco victorias y dos empates en los siete primeros partidos), un accidente de coche y la incertidumbre sobre el futuro como entrenador de Ucrania, llevó a la selección de su país por la primera vez a una fase final de Mundial. Pero apenas unos meses antes del campeonato se vio salpicado por un turbio asunto: fue acusado de ser racista. El motivo fueron unas polémicas declaraciones en las que afirmaba preferir jóvenes jugadores ucranianos a jugadores extranjeros, y mucho menos africanos: “Cuantos más ucranianos jueguen en la liga local, más ejemplos habrá para las jóvenes generaciones. Que aprendan de Shevchenko o de Blokhin y no de un Zumba-Bumba al que encontraron en un árbol, le dieron dos bananas y ahora juega en la liga ucraniana”. Estas declaraciones fueron muy criticadas en la prensa deportiva occidental por su racismo implícito. Con esa etiqueta llegó al Mundial de Alemania. Su primer partido fue crítico. Debutó ante España, que goleó (4-0). Empezar así la participación en un Mundial no podría haber sido más doloroso para el pueblo ucraniano. Y para su seleccionador. Prometió que harían más de lo que habían realizado ante ‘La Roja’. Era lo que se esperaba, ya que el siguiente adversario, Arabia Saudí, era más asequible. La goleada ante la selección saudí dio un giro radical en cuestión de días. Blokhin, gallardo, no dejó pasar la oportunidad y subrayó el deber cumplido: “Prometí lucha y lo han hecho”.
Cerró la primera fase midiéndose a Túnez. Era la oportunidad de hacer historia una vez más –clasificarse para los octavos de final en su primera y enriquecedora participación–. El partido rompió los pronósticos de una victoria tranquila de Ucrania. Un penalti señalado en el minuto 70 y convertido por Schevchenko garantizó a la tercera generación del Dinamo Kiev el pase de la selección ucraniana a los octavos de final. También consagró más aún a la estrella de la primera constelación: Oleg Blokhin, aunque esta vez desde el banquillo.
Su rival en los octavos de final fue Suiza. Blokhin preparó su equipo basándose en el contragolpe, pero el partido concluyó sin goles, dando paso a una prórroga en la que el marcador tampoco se movió. La suerte estaba echada. El pase a los cuartos de final se dirimiría desde el punto de penalti. Schevchenko vio cómo su penalti era detenido por Zuberbuhler; dos paradas de Shovkosky a tiros de Streller y Cabanas más el balón al larguero de Barnetta dan a Ucrania créditos en la disputa de los cuartos de final. Ni el propio Blokhin lo creía: “Para nosotros llegar a los cuar tos de final es un sueño”.
Estar entre las ocho mejores selecciones del Mundial ya era una realidad para el país que fuera hasta 1991 la decimocuarta república soviética. La misión no era tan sencilla, pues se iban a enfrentar a la siempre molesta y campeonísima Italia. Bastaron seis minutos para que el sueño de Blokhin en llevar a Ucrania a las semifinales de un Mundial se convir tieran en una temible pesadilla: un zurdazo de Zambrotta desde fuera del área abrió el camino para la victoria transalpina. El triunfo se consolidó en la segunda parte con dos tantos más de Luca Toni. Las tres estrellas cosidas en el pecho de los hombres de Lippi pesaron y mucho al final.
Dimisión y regreso
Sin embargo, la labor de Blokhin fue mantenida por la federación ucraniana: permaneció en el puesto e intentaría obtener una clasificación más con la selección del Este europeo, pero diversos altibajos marcaron el rumbo ucraniano a la Eurocopa de Austria y Suiza 2008. La selección ucraniana cayó en el mismo grupo de Francia e Italia. La misión fracasó y Ucrania se quedó fuera del torneo continental. Blokhin no soportó la presión y cesó en su cargo, asumiendo toda la responsabilidad por el mal resultado, tras cuatro años en el puesto. “Todo el equipo de entrenadores empezando por mí como seleccionador presentamos nuestra dimisión”. Posteriormente, experiencias efímeras sin éxito alguno como entrenador en el FC Moskva de Rusia y como director deportivo en el FC Chernomorets Odessa, de su país, no aportaron nada a su trayectoria profesional entre las eliminatorias de la Euro 2008 y abril de 2011.
La Federación Ucraniana, una vez más, recurrió al futbolista soviético más brillante de todos los tiempos. Le concedieron una nueva oportunidad. Era una ocasión propicia para restaurar el orgullo tocado de una selección que se había quedado sin acudir a la cita de 2008. Y el lugar elegido era fundamental: La Eurocopa de Polonia y… Ucrania que se disputaría en 2012. Blokhin no podía fallar en su propia casa. Ni a él ni a los millones de compatriotas que deseaban ansiosamente la conquista del título bajo el cielo de Kiev.
El sorteo que determinó las selecciones y sus respectivos grupos podría beneficiar de alguna manera a uno de los anfitriones, pero Ucrania quedó emparejada en la primera fase al lado de Inglaterra, Francia y Suecia. Primer partido, contra Ibrahimovic y compañía. El delantero del PSG llevó la preocupación a Ucrania al marcar el primer gol del encuentro, pero Ucrania remontó con dos goles de Andriy Schevchenko, que llevó el delirio a todo el pueblo ucraniano; una ola de inmensa felicidad inundó las tierras de la antigua república soviética. Blokhin no se contuvo y golpeó al aire. El país del este europeo celebró como nunca una hazaña de un país ya independiente y autónomo. Era el primer paso de una nueva era gloriosa en el ámbito deportivo.
El segundo paso era osado y al mismo tiempo necesario: ganar a Francia. Blokhin decidió mantener el equipo que venció los suecos. En seis minutos, ante Suecia, Ucrania demostró en Kiev que es posible remontar un marcador adverso. Francia mostró en Donetsk que se puede liquidar un partido en 180 segundos. Menez y Cabaye resultaron con sus goles un jarro de agua fría sobre las pretensiones de Ucrania. La misión para salvar el papel de anfitrión era dura. Ganar sí o sí el partido siguiente ante Inglaterra. Fue más duro el golpe final. Un solitario gol de Rooney confirmaban la eliminación prematura, el fin de la era Blokhin en la selección.
Al origen
Todo este camino recorrido por La flecha ucraniana le volvió a dirigir al club donde todo empezó hace más de 40 años. En septiembre de 2012, Oleg blokhin firmaba un nuevo contrato con el Dinamo de Kiev. Daba así comienzo a un capítulo más de su rica trayectoria dentro del fútbol. Sin embargo las cosas no le fueron bien y en 2014 fue despedido por los malos resultados. Pero Oleg siempre mira al horizonte, como cuando cabalgaba por los verdes céspedes de los grandes estadios mundiales...