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ALEMANIA

Berlín, fútbol a ambos lados del muro

Con numerosos clubes pero sin un referente en Europa, la historia del balompié berlinés viene marcada por las trayectorias, llenas de altibajos, del Hertha, el Dynamo y el Union.

La historia del fútbol en Berlín está llena de altibajos.

Si vas paseando y miras a la derecha del mercadillo de Mauerpark, en Berlín, cualquier domingo por la mañana, atestado de gente, entre baratijas, muebles antiguos, ropa de diseño, música y salchichas orgánicas, encontrarás en lo alto de una ladera una pared llena de grafitis. Es la tapia que delimita el Friedrich-Ludwig-Jahn-Sportpark, el feudo del BFC Dynamo, que juega en la Regionalliga, la cuarta división del fútbol alemán, pero que en un pasado no tan lejano fue un conjunto imbatible en su país. En su mismo grupo, el cuarto, también hay otros equipos berlineses, como es el caso del FC Viktoria 1889 (dos veces campeón alemán a principios del siglo XX) o del Berliner AK 07, pero el Dynamo, habrá que insistir, forma parte históricamente de una terna de clubes, junto con el Hertha BSC (de la Bundesliga) y el 1. FC Union (de la 2. Bundesliga), que explica la complejidad a lo largo de décadas del balompié de la capital alemana, la misma complejidad de una ciudad que se pasó, muy a su pesar, 28 años dividida por un muro en dos partes antagónicas ideológicamente. Una complejidad balompédica que no puede entenderse, precisamente, sin una perspectiva social y política (también sin la perspectiva de la multiculturalidad de la ciudad), sin recurrir una y otra vez a la división de Alemania en dos países diferentes durante la Guerra Fría, y que sirve también para intentar analizar la antítesis paradigmática del fútbol en la capital alemana: la enorme proliferación de equipos berlineses (además de los cinco ya mencionados, habría que citar, entre otros muchos, al VSG Altglienicke, al SV Lichtenberg 47, al Tennis Borussia, al Hertha Zehlendorf, al CFC Hertha 06, todos ellos de la Oberliga, la quinta categoría del fútbol germano; o al BFC Preussen, al Berliner Sport Club, al BSV Al-Dersimspor, al SV Empor y al SV Tasmania, todos ellos de la Berlin-Liga, en la sexta división alemana) junto a su condición de ser una de las pocas capitales importantes europeas que no cuenta en la actualidad (y a lo largo de la historia) con un club de primera línea en el fútbol continental. "Podemos ser héroes solamente por un día", que cantaba Bowie en aquel himno maravilloso de su Trilogía de Berlín. Y a veces ni siquiera eso.

En el oeste, en la 'extinta' República Federal Alemana, entre los wessis (y también entre muchos ossis, que cruzaban la frontera para ver sus partidos hasta la construcción del muro), el equipo de referencia era el Hertha casi por exigencia gubernamental: cuando se creó la Bundesliga, allá por 1963, las autoridades occidentales no podían permitir que no hubiera un representante de la antigua capital alemana en la nueva liga de fútbol. El elegido fue La vieja dama ("Die Alte Dame"), que había sido fundado en 1892, gozaba de gran popularidad, había ganado dos campeonatos nacionales a principios de la década de los años treinta y que iba a abandonar el Stadion am Gesundbrunnen (conocido como el "Plumpe") para jugar en el majestuoso (¿e infausto?) Olympiastadion que Hitler mandó construir para los Juegos Olímpicos de 1936. Pero una historia que habla sobre Berlín en el siglo XX no puede ser alegre y el Hertha pronto encontró razones para defender la condición de sufridores de sus aficionados: en 1965, la Bundesliga decidió descender administrativamente al equipo berlinés al descubrir que había realizado maniobras financieras irregulares en la contratación de jugadores. Como las autoridades estaban convencidas de mantener a una escuadra berlinesa en la máxima categoría, y tras las quejas de otros clubes, la competición se aumentó a 18 conjuntos y, después de las renuncias del Tennis Borussia y el Spandau de Berlín, el elegido para reemplazar finalmente al Hertha fue el SC Tasmania 1900 (desaparecido en 1973 por una deuda de 800.000 marcos y precursor del actual SV Tasmania), que militaba por entonces lleno de futbolistas aficionados en la cuarta división alemana y que ha pasado a la historia por ser el peor equipo de todas las temporadas de la Bundesliga: el que menos puntos ha sumado, el que menos victorias ha conseguido (y eso que empezó ganando su primer partido), el que más derrotas ha tenido, el que ha tenido peor diferencia de goles (15 a favor y 108 en contra), el equipo que ha sufrido la derrota más abultada en su casa y el conjunto con menor asistencia a su estadio en un partido (827 espectadores, a pesar de que en su primer encuentro de la temporada fueron 81.000 espectadores). Más sufrimiento para el tradicional sufrimiento del balompié berlinés. Mientras, el Hertha recuperó la máxima categoría en el curso 1968/1969 y llegó a ser subcampeón en la temporada 1975/1976, pero comenzó con graves problemas financieros que le llevaron hasta la tercera división alemana mediada la década de los ochenta e, incluso, a tener que abandonar momentáneamente el Estadio Olímpico por la poca asistencia de público. En la actualidad, la situación en la Bundesliga es más que óptima para el Hertha, un club que cuenta entre su trayectoria con otra anécdota necesaria para entender el fútbol en Berlín. Pero todavía no es el momento de contarla.

Aficionados del Hertha (REUTERS).
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Aficionados del Hertha (REUTERS).

El Dynamo, el equipo odiado por un país entero

Porque, primero, en un ejercicio similar a la ostalgie, hay que mirar al Este, a ese otro lado del muro, al fútbol que salió derrotado con la reunificación alemana de 1990 (en la actual Bundesliga únicamente hay un equipo de la antigua RDA, el multimillonario RB Leipzig, que poco o nada recuerda a los equipos de esa Alemania comunista, que ganaron competiciones europeas en su época pero que, acostumbrados a ser gestionados por organismos estatales, no supieron amoldarse a la gestión capitalista de los clubes, al tiempo que sus mejores jugadores se marchaban a escuadras occidentales puesto que la Bundesliga únicamente permitió la entrada de dos conjuntos de la Oberliga comunista en la unión de ambas competiciones en 1991) y en esa mirada sobresale el Dynamo, el todopoderoso equipo campeón odiado prácticamente por un país entero (apenas 5.000 personas acudían a ver sus partidos). En realidad, ese sentimiento contra el conjunto berlinés es fácil de explicar: creado en 1966, ganador de diez campeonatos consecutivos de la Oberliga de Alemania del Este, semifinalista de la Recopa en el curso 1971/1972 y dos veces cuartofinalista de la Copa de Europa en las temporadas 1979/1980 y 1983/1984, sus títulos se empequeñecen ante su innegable y absoluta condición de ser el equipo del régimen y, especialmente, de la Stasi, los sanguinarios y poderosos servicios de inteligencia de la RDA. Y, más concretamente, de Erich Mielke, el temido y opresor dirigente del Ministerio de Seguridad del Estado, aficionado al balompié y presidente del club berlinés. "El éxito del fútbol resaltará aún más claramente la superioridad de nuestro orden socialista en el área del deporte", manifestó por entonces el dirigente alemán, tal y como recoge el periodista Stephen Evans en un reportaje de la BBC. Y para lograr su objetivo, todo, absolutamente todo, estaba permitido: desde que se firmara un decreto que obligaba al SG Dynamo Dresden, el mejor equipo de la Oberliga, a transferir a sus jugadores al Dynamo de Berlín hasta dar específicas instrucciones a los árbitros para favorecer al club berlinés, desde tener las mejores instalaciones para entrenar (incluso volaban en el avión oficial de Mielke) hasta arrastrar una fortísima y cada vez más certera sombra de la utilización del dopaje para mejorar el rendimiento de sus futbolistas. "Quizá tuvimos una pequeña ventaja en la parte posterior de la mente de los árbitros, en cuanto a que tomaran decisiones de manera más relajada en algunas situaciones que si hubieran estado en algún otro lugar, pero uno no puede decir que todo estaba manipulado", rebatió la tesis anterior Jörg Lenz, excentrocampista del Dynamo, en conversación con el periodista David Crossland en un reportaje el año pasado para CNN. Y añadió: "Tú no puedes manipular 10 títulos de Liga. Tuvimos el mejor equipo en términos de habilidad, aptitud y mentalidad. Teníamos jugadores excepcionales". Sean totalmente ciertas o exageradas las sospechas sobre el equipo berlinés, lo que sí que es seguro es que el azar suele ser sarcástico con lo incuestionable: el 8 de noviembre de 1989, en la jornada 10 de la Oberliga, el campeonísimo BFC Dynamo no pudo pasar del empate a cero en casa ante el modesto Stahl Eisenhüttenstadt. Un día después, tras 28 años interminables, cayó el muro de Berlín. Era el fin de una era.

Quizá, ahora, ya sí que sea el momento de regresar a la anécdota del Hertha que dejamos atrás, una anécdota que bien puede explicar la razón por la que el fútbol berlinés está formado por muchos equipos con sus propios aficionados y no por un conjunto que sume por unanimidad el amor de toda una ciudad. Sucedió días después de que el muro, el omnipresente muro, hubiera desaparecido, cuando La vieja dama, que esa temporada se proclamó campeón de la 2. Bundesliga, disputó su segundo encuentro como local en la capital alemana y por segunda vez aficionados del Este podían ver en el Estadio Olímpico a su equipo, al que tuvieron que animar durante años al otro lado de la frontera. Para celebrar esa reunificación, la directiva del Hertha decidió invitar al partido a los dirigentes del Union (equipo hermanado con el Hertha a partir de la década de los setenta de la Berlín dividida debido a su odio común a la Stasi, incluso sus aficionados compartían cánticos –"Union Hertha: una nación"–, parches con mensajes –"El muro de mierda no nos puede separar"– o viajes clandestinos, como en la famosa visita del Hertha al Dukla de Praga en los cuartos de final de la Copa de la UEFA 1978/1979)... y, precisamente, a los del Dynamo, los antiguos miembros de la citada Stasi. La idea no pudo haber sido peor: los aficionados ossis del Hertha nunca perdonaron esa decisión, la de compartir recinto con aquellos dirigentes que habían ordenado torturas y asesinatos en su país, y decidieron no animar más al máximo representante del balompié en Berlín occidental. Y, prácticamente acto seguido, la hermandad entre el Hertha y el Union, tal y como era entendida, también se acabó: pese a que realizaron dos partidos amistosos de fraternidad entre ambos conjuntos para celebrar la reunificación berlinesa (el 27 de enero y el 12 de agosto de 1990), con el paso de los años sus aficionados se fueron distanciando, en parte por una novedosa y artificial rivalidad deportiva (ambas escuadras únicamente han coincidido dos temporadas en la misma categoría), en parte por unas maneras totalmente dispares de entender el fútbol, en parte porque el rival número uno de ambos, el Dynamo (su rechazo era lo que más les unía), ha pasado a ser un equipo minoritario y casi sin importancia en la cuarta división germana. Y, además, porque, claro, el Unión también tiene su propia historia.

Aficionados del Union Berlín (Getty Images).
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Aficionados del Union Berlín (Getty Images).

Unión de hierro

"Wir wollen keine Stasi schweine". Con ese cántico recibían al Dynamo los aficionados del Union en los tiempos de la RDA. Traducción: "No queremos a los cerdos de la Stasi". Meridianamente rotundo. Fundado en 1966 sobre la base del FC Olympia Oberschöneweide, que había sido creado en 1906 (ya con la Guerra Fría, en 1950, el club sufrió una primera escisión, que dio lugar al nacimiento del SC Union 06 Berlín, en la parte occidental de la ciudad), el FC Union, que tenía la particularidad de no contar entre sus dirigentes con ningún miembro del Partido Socialista Unificado de Alemania, siempre fue un equipo de civiles, de disidentes, de outsiders, de perdedores, de punkies (su himno, 'Eisern Union' –"Unión de hierro"– es cantado por la icono punk Nina Hagen), de rebeldes, de enemigos del régimen: en el pasado, de la dictadura comunista (es conocidísima la frase de la Alemania del Este que decía aquello de "Todos los partidarios del Union no son enemigos del Estado; sin embargo, todos los enemigos del Estado son partidarios del Union Berlín"); en la actualidad, de la dictadura del capitalismo. Un equipo sencillo, de humildes obreros del barrio de Köpenick, que no tiene un palmarés destacable pero sí cosas de las que sentirse orgulloso: su filosofía de club, la algarabía y apoyo de su fiel afición y, sobre todo, su estadio. Se llama Stadion An Der Alten Försterei ("El estadio de la vieja caseta del guardabosques"), tiene capacidad para casi 22.00 espectadores y está situado en medio de un bosque a la orilla del río Spree. Hace unos años, el Union tenía graves problemas económicos y vender su estadio parecía la mejor solución. Pero no en un equipo en el que sus aficionados cantan las estrofas del Always look on the bright side of life de La vida de Brian por los campos de la geografía alemana. La solución estaba en casa: el club hizo 10.000 participaciones de 500 euros para que los propios aficionados del Union compraran trozos de su estadio (ninguno podía comprar más de 10 participaciones, aunque sí que podían comprar sus participaciones a plazos) y llenó Berlín con vallas publicitarias con los rostros de, entre otros, Blatter y Berlusconi, y un lema: "Estamos vendiendo nuestra alma, pero no a cualquiera". La respuesta de sus hinchas fue inmediata: el primer día había filas en el estadio para comprar participaciones y, en la primera semana, ya se habían vendido más de 4.000 de ellas. No era la primera vez que los aficionados del equipo berlinés respondían a la llamada de auxilio de su club: apenas unos pocos años antes, cuando fueron obligados por la Federación de Fútbol Alemana a renovar su estadio, los directivos del Union comprobaron que no tenían dinero para llevar a cabo la remodelación. La solución, de nuevo, estaba en casa: más de 2.000 socios del conjunto berlinés invirtieron 140.000 horas de trabajo para acabar con las obras. Gratis, por supuesto. Únicamente por amor a su club. Mira siempre el lado positivo de la vida, silbaba Eric Idle en la película de los Monty Python.

Escribe el periodista Quique Peinado en su libro Futbolistas de izquierdas que "cuando crecemos, enterramos nuestra inocencia en dinero y obligaciones" y que "en el fondo, Lucarelli nos vengó a todos" porque rechazó mil millones de liras del Torino para poder cumplir su sueño de infancia: jugar en la Serie A con la escuadra de su ciudad natal, el AS Livorno Calcio, que actualmente milita en la tercera división italiana, la Lega Pro 1. Posiblemente no hay ninguna historia más auténtica en el mundo del fútbol más puro, el del eslogan del odio eterno al fútbol moderno, que la del ariete livornés, pero esa sentencia del periodista vallecano en su libro también se podría utilizar para el Union Berlín. Porque, en el fondo, los hinchas del conjunto berlinés nos vengaron también un poco a todos salvando a su equipo de tener que vender su estadio por sus apuros económicos. Y, sobre todo, vengaron nuestros sueños más infantiles, aquellos de rasguños en las rodillas, balones y mochilas sobre la hierba como palos de porterías. Esos sueños utópicos que ningún muro podía detener. Ni siquiera en Berlín.