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Hubo un tiempo en el Bernabéu, allá por mediados de los 80, donde una pareja de delanteros asombraba al viejo continente por su eficacia ante las defensas rivales, su enorme calidad y, sobre todo, por sus movimientos y compenetración dentro del área. Se entendían con solo una mirada. Hablamos, cómo no, de Emilio Butragueño y Hugo Sánchez. El Buitre y el mexicano eran como el Yin y el Yang, opuestos y complementarios a la vez. Mientras uno, el rubito del barrio Salamanca, pedía perdón por ir al suelo tras la nueva embestida de Giner, Koeman o Andrinúa, el otro, el azteca, escupía y menospreciaba sin pudor alguno a sus rivales, que le temían. Mientras el 7 disfrutaba asistiendo y celebraba sus goles con insultante timidez, el 9, que los metía de todos los colores, hacía de ello todo un ejercicio de propaganda y yoismo, y no, no estamos hablando de Karim Benzema y Cristiano Ronaldo, pero no me negarán las similitudes. Vaya por delante que adoro a Butragueño y a Hugo Sánchez, pues forman parte de mis primeros recuerdos sólidos como aficionado a este deporte, pero convengamos que Benzema y Cristiano son respectivamente mejores futbolistas, aunque nunca, ni por asomo, mejor pareja.
Si tienes como compañero de área a Cristiano Ronaldo, es inviable hacer una buena dupla donde ambos se retroalimenten, más que nada porqué el portugués exige que la relación sea unidireccional, es decir, la ruta tiene que acabar en él, con él, por y para él. Siempre él. A Cristiano no le interesa nada que no le tenga a él como protagonista absoluto. En un nuevo entorno futbolístico donde los números priman sobre lo intangible y los análisis superficiales sobre disecciones más detalladas, el luso agranda su ya legendaria figura porqué entre otras cosas, el binomio Ronaldo-Mendes entiende este nuevo paisaje mejor que nadie.
Alberto Salamanca