La odisea de Di Stéfano en el Sporting de Lisboa
En 1974 La Saeta estuvo a punto de convertirse en el entrenador de los leoes. Joao Rocha, mítico presidente del club lisboeta, llegó a viajar a Benidorm para convencerle.
Sporting-Real Madrid en directo
Verano de 1974. Alemania está de moda en el panorama futbolístico. Los aficionados hablaban del poder germano en el mundo del balompié: había ganado el Mundial celebrado en sus estadios, el Bayern había ganado la Copa de Europa (derrotó al Atlético de Madrid), Breitner fichaba por el Real Madrid. Pero bubo un hecho curioso, llamativo y hasta sorprendente. Un equipo portugués, el Sporting de Portugal estuvo a punto de tener como entrenador a Alfredo Di Stéfano. Ese verano de 1974, a Joao Rocha, mítico presidente de los leoes, se le enciende la bombilla: "Necesito un fichaje de impacto". Y ese fichaje no fue otro que el de la Saeta para el banquillo del Alvalade. Se puso manos a la obra. Viajó a Benidorm, donde veraneaba el otrora mito del madridismo. Las conversaciones duraron un par de días, pero al principio, Di Stéfano no lo veía claro: "Me ofrecían tres millones de pesetas al ano, y yo les decía: ¡¿Cómo que al ano?! En portugués no se utiliza la eñe, y eso a mí me mosqueaba", diría tiempo después.
Dicho y hecho, la Saeta viajó a Lisboa. No sabía lo que le esperaba, pero lo intuía. Cuando Di Stéfano, todo lo que vio le pareció desalentador: había un delantero argentino, Héctor Yazalde, que le puso al corriente nada más poner un pie en la capital portuguesa. Él no había firmado contrato porque quería un aumento de sueldo y tenía problemas para mantener a la familia, y en su estado había otros compañeros. "Mal asunto", pensó Di Stéfano. Pero no sólo eso. Había jugadores que no pensaban que la figura de Di Stéfano era buena para ellos: creían que era una idea del presidente para que no se sublevasen por la falta de dinero. Estaban retenidos: ellos querían irse a otros equipos, pero el club, poseedor de sus derechos, no les daba vía libre.
Así fue pasando los primeros días, hasta que empezó la pretemporada. Se habían puesto muchas expectativas en una temporada, pero las cosas no acababan de arrancar. A los problemas económicos, le seguían conflictos de otros tipos. A Di Stéfano le cansaba que le estuvieran dando largas tanto para hacerle contrato como para darle de alta en la Federación portuguesa… Un día, a su llegada al hotel, vio discutir a un directivo con el director. Di Stéfano se acercó y sorpresa: el club no le estaba pagando el alojamiento. El propio Di Stéfano pagó el hotel y se mudó a otro, más barato, el hotel Roma.
La situación del club era de caos absoluto. La indiferencia empezó a hacer acto de presencia. Di Stéfano convocaba a los jugadores para los entrenamientos, y se presentaban cinco, siete, cuatro… Nunca todos a la vez. En medio de ese descontrol, llegó una gira por Brasil. Participaría en un torneo con el Benfica, el Cruzeiro y el Atlético Mineiro. El día de la salida, el aeropuerto lisboeta era todo un poema: "Había jugadores que era la primera vez que volaban. Y antes no era como ahora, que te dan todo hecho. Llegabas con tu pasaporte y allí tenías que rellenar tus documentos. Muchos de los jugadores no sabían hacerlo…", explicaría el argentino.
Así las cosas, el Sporting llegó a Brasil. Jugó varios partidos, pero no ganó ni uno solo. Los propios jugadores prefirieron que viajase Oswaldo Silva en vez de un utillero. ¿Quién era Oswaldo Silva? Brasileño, había sido un antiguo jugador del Sporting, y por entonces se dedicaba a entrenar en las categorías inferiores. Llevaba mucho tiempo en Portugal y no tenía dinero para pagarse un pasaje a su país natal. Querido por los jugadores, todos reunieron dinero para que pudiese viajar en la expedición.
En Brasil explotó Di Stéfano. Alojado en el mismo hotel que el Benfica, exigió que sus jugadores no se mezclasen con los benfiquistas. Víctor Damas, mítico portero del Sporting (luego jugaría en España, en el Racing de Santander) y Yazalde intentaron mediar sin éxito alguno. Ya dentro del viaje, Di Stéfano se convirtió en un controlador: él era el que servía el vino en las comidas, decía lo que tenía que comer cada uno, lo que debía hacer cada uno… Los jugadores, envueltos en una espiral autodestructiva, se negaban poco a poco.
El punto culmen fue en Sao Januario, el estadio del Vasco da Gama. El Sporting juega un amistoso en el que vuelve a perder. En el vestuario, los jugadores se van quitando la ropa hasta que irrumpe el presidente, Joao Rocha. Éste ve la camisetas en el suelo y se apresura a recogerlas y meterlas en una bolsa. Di Stéfano ve la escena y se dirige a Yazalde: "Este es el único club del mundo en el que el presidente también es el utillero". Lo que provocó una sonora carcajada del delantero argentino… justo en el momento en el que un silencio sepulcral recorrió toda la estancia. Todo el mundo oyó el comentario…
El Sporting regresó a Lisboa. Todo marchaba mal. Comenzaba la Liga. La primera jornada había sido benévola para los lisboetas. Habían quedado emparejados con el Olhanense, un equipo del sur del país que nunca había ganado a los franjiverdes. Cuando la expedición está a punto de volar, aparece un directivo, que aparta a Di Stéfano y le dice: “Usted viaja, pero no se va sentar en el banquillo. Por usted lo hará Silva”. La respuesta de Di Stéfano fue la siguiente: ¿Por qué? ¿Por qué no me lo dijeron antes?”. El directivo responde: "Todavía no hemos presentado su contrato a la Federación.
En Faro, el Sporting perdió 1-0. Era el primer triunfo del Olhanense en su historia sobre los lisboetas. Di Stéfano, que vio el encuentro, se mostró muy pensativo. A la vuelta, recogió sus pertenencias, pagó el hotel. Llamó a su mujer y le dijo: "Fracaso". Acto seguido cogió su coche y puso rumbo a Madrid. Eso sí, sin dinero en los bolsillos.