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El logotipo de la Eurocopa de Portugal de 2004.
Diario AS

La organización de la Eurocopa de 2000 les fue concedida conjuntamente a Bélgica y Países Bajos. Era la primera vez que se hacía así, y la decisión se consideró audaz, pero se daban las condiciones para ello: distancias cortas, buenos transportes, las fronteras ya no eran lo que tiempo atrás, dos equipos locales, gran animación, reparto de gastos en mejora o construcción de nuevos estadios entre dos países. De hecho, resultaría luego un éxito. También el Mundial de 2002 fue encargado por la FIFA a dos países, Corea y Japón. Animado por esta nueva línea, el gobierno de Portugal se lanzó a proponerle a España la aventura conjunta para la edición de 2004. El gobierno español lo consideró interesante y la entonces ministra de Cultura y Deportes, Esperanza Aguirre, lo consultó a la Real Federación Española de Fútbol, que ya presidía Villar desde años atrás. Pero Villar no fue partidario. Prefería organizarlo en solitario. Se sentía fuerte en la UEFA y pensaba que era hora de que España volviera a organizar un gran evento. Pero a solas. ¿Para qué necesitábamos a Portugal?

Y a eso fuimos, a competir con Portugal, que ante nuestro rechazo se aplicó, a su vez, a presentarse en solitario. El otro rival era una candidatura conjunta entre Austria y Hungría. Portugal lanzó un eslogan sencillo, pero que llegaba: «Nosotros amamos el fútbol». De paso, inyectó en la UEFA la idea de que la concesión de la Eurocopa haría que se aceleraran las inversiones en estadios y en infraestructuras del país, y que eso daría lugar a que el fútbol dejara una generación completa de portugueses agradecidos a este deporte. España, confiada, trabajó menos. Lo teníamos todo: los campos, apenas necesitados de algunas reformas, mejores carreteras, mejores trenes, mejores aeropuertos. Nos dimos importancia. La elección tuvo lugar un 12 de octubre, Día de la Hispanidad. Buena señal. Se recordó aquí que a Estados Unidos se le había concedido el Mundial de 1994 justamente el Independence Day. Nunca Villar estuvo tan confiado. Pero Johansson, el presidente sueco de la UEFA, debía de tener otros planes. Él y su secretario, Gerhard Aigner, recogieron en persona los votos de los quince miembros de la comisión (el presidente, Egidius Braun, se abstuvo de votar) y sin dar parte a nadie los contaron y anunciaron la victoria de Portugal. No dijeron por cuánto, no se supo cuántos votos había obtenido cada candidatura. Solo que había ganado Portugal y que la decisión se había atenido a diez puntos, en todos los cuales Portugal sacaba nota alta: infraestructuras, estadios, seguridad, transportes, comunicaciones, apoyo financiero, apoyo político, apoyo de los medios, garantías por parte de las autoridades y garantías financierojurídicas.

Entonces fue el llanto y el crujir de dientes. Mientras Guterres, primer ministro de Portugal reelegido en las urnas el domingo anterior, se felicitaba por el éxito «de un país moderno y prestigioso», en España todos nos escandalizamos. Villar se lamentaba («La UEFA se ha equivocado»), el secretario general de la Federación iba más lejos («Ha sido un insulto a España») y la prensa española en general hablaba de pucherazo por la opacidad del método. Y porque en varios de los puntos citados Portugal lo tenía todo por hacer. Pero a la hora de la verdad Portugal lo tuvo todo a tiempo y organizó una gran Eurocopa. Magníficos estadios, magníficos transportes, magnífico ambiente, magnífico todo.