Ni Alves para a este Atlético
El meta del Valencia detuvo dos penaltis al Atlético, pero un gol de Griezmann y otro de Gameiro hicieron justicia. Torres y Carrasco reactivaron a los rojiblancos.
Los primeros llegan temprano. A las 11:00, los alrededores del Calderón ya son rojiblancos, aunque el Atleti juegue a 357 kilómetros de distancia. Juan envuelve bocadillos en la cocina del Chiscón y, mientras la gente va entrando por las puertas 26 y 27 al estadio. “Ay, cuánto lo vamos a echar de menos, ¿sabes?”, dice y mira la mole de marmol rosa y cristal azul. Es lo que ve los días de fútbol desde hace 13 años. Los goles llegan antes que la tele. “Y no sabes cómo se escuchan, no sabes...”. En ese momento, como si alguien le hubiera oído, en el estadio atrona el himno.
Son las 12:00. El Calderón cumple 50 años. Mismo rival, Valencia. Casi la misma hora. La diferencia, que se juega en Mestalla y no aquí. El hombre que en ese momento entra por la puerta 5 no lo nota. Va con su abono y su bufanda, a pesar del calor. Se sienta en la cuarta fila, justo enfrente de una pantalla. El balón rueda en Mestalla. El Calderón siente en Madrid.
Ellas cuentan el fútbol. Frías. No se meten. Ellas, las pantallas. Y lo que cuentan gusta en el Calderón. El Valencia apenas ataca. Una carrera de Nani que frena Lucas en el albor del partido y ya. Gabi y Koke toman el balón, anulan a Parejo y el Valencia desaparece. Prandelli, en el palco, suelta el boli. Ante sus ojos, los mejores minutos del Atleti. Todo pasaba en el campo del Valencia. Más allá era como el césped que en ese momento relucía en el Calderón, detrás de ellas, las pantallas, hierba virgen, por pisar. Griezmann, Gameiro y Correa combinaban, mezclaban y las ocasiones del Atleti empezaron a caer. En el 25’ Griezmann acarició el gol con un zurdazo desde la frontal. Prandelli se ponía las gafas de sol.
Son las 12:44 cuando en el Calderón se detiene el tiempo. Los niños dejan de comer palomitas. Los padres, pipas. La grada contiene el aliento. Nani empuja a Correa en el área y el árbitro pita penalti. A las 12:45, justo a la hora al que, hace 50 años este estadio se inauguró, Griezmann coge el balón y se dirige al punto de penalti. Es el regalo perfecto. Como un cuento. El balón parece que va dentro, fuerte y ajustadísimo al palo derecho de Alves. Alguien el Calderón se levanta. “Papá...”, dice el niño. Pero de pronto el portero saca una mano imposible y rechaza. El silencio de Griezmann, ese que cuenta tantas cosas, es el silencio del Calderón.
José María Domínguez mira al frente, a esa grada, la de preferencia, cuyo suelo baja en pendiente como un gran canalón, esa que aún se mantiene de aquel primer Calderón que conoció este hombre. Voro mueve banquillo, entra Mina, el Valencia mejora, achucha un poco. En el 53’ Lucas (espectacular) salva un gol cantado de Mina. Simeone agita su banco. Entra Carrasco. Entra Torres. En el primer balón que toca El Niño llega el gol. Centra Carrasco, dispara Torres abajo, Alves detiene pero no bloca, Gameiro se hace con el rechace, pase atrás y Griezmann le pega con la izquierda, arriba, con rabia. Ese balón sí toca la red.
Son las 13:22. El gol resuena en los en los vestuarios del Calderón, hoy vacíos, como si lo cantara Gárate, en esa foto que es la primera que los rojiblancos se encuentran cuando salen a un partido. Su eco reverbera en el túnel que sigue, el de las calderas le llaman. Allí todo sigue como entonces, como cuando quien marcaba era Luis y el gol que se gritaba era el primero del Calderón. Su pared fría, de cemento oscuro, rugoso, los guarda todos. Este, el de Griezmann, también, aunque se viviera tan lejos. Ya es suyo. Del Calderón.
Las pantallas siguen su relato. Nadie es capaz ya de quitarle los ojos de encima. El partido, intenso. Los dos equipos golpeando. Gameiro se va en velocidad, Alves repele y, cuando Griezmann va a rematar Mario le derriba. Penalti. Ahora es Gabi el que camina al punto de penalti. El Calderón contiene el aliento. “Venga, venga...”, dice un niño. “Shhh”, un padre. Gabi lo tira ajustado al palo izquierdo de Alves y allí aparece de nuevo su mano para pararlo. Mestalla se viene arriba. El Calderón, abajo. Pero los rojiblancos no. El propio Gabi rozó el 2-0 con un derechazo desde fuera del área que se fue al palo. Después lo haría Torres, con un remate de cabeza que dejó un uy en el Calderón. Prandelli ya se había quitado las gafas en el palco, cuando Mangala, como delantero centro, remataba de cabeza desde el punto de penalti que Oblak atrapaba. Y, de pronto, aparece él, Gameiro, para espantarle los nervios a Simeone en el banquillo y a la afición en Madrid. Una carrera, un quiebro y gol. El Calderón estalla.
Las briznas de hierba que aún quedan del día del Bayern en esas escaleras que suben casi directas del vestuario al banquillo del Atleti, parecen temblar. También los azulejos blancos y rojos que aún quedan del primer estadio en el vestuario visitante. Y la sala Hamburgo. Y la Bucarest. Y También el córner donde crecen las flores de Pantic. Bufandas al aire. El viejo hormigón parece sonreír.Juan ya no cocina. Los alrededores del estadio se van vaciando. El hombre de la quinta fila ahora lleva la bufanda en la mano. Las pantallas se apagan. El mármol reluce al sol de mediodía. Ni Alves ha podido parar a este Atleti que le ha regalado, el día de su cumpleaños, un liderato al viejo estadio. Al menos durante ese mediodía en el que cumplía 50.