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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 26 DE AGOSTO

El hombre que nunca quiso matar a Stalin (1942)

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El hombre que nunca quiso matar a Stalin (1942)

Nicolái Starostin era el mayor de cuatro hermanos, muy deportistas todos. Por su impulso, todos fueron jugadores de fútbol y de hockey sobre hielo, y se convirtieron en el armazón del Spartak de Moscú, el gran equipo soviético. Alcanzaron fama, en los años treinta y los primeros cuarenta, en un equipo que dominaba a sus rivales. Los dominaba muy a pesar del número dos de Stalin, Laurenti Beria, jefe de la policía secreta y, en función de tal, presidente del Dinamo de Moscú, el equipo de la policía. Para complicar más las cosas, Beria, procedente de Georgia, había jugado contra Starostin en su juventud, y ambos habían tenido un rifirrafe en el partido. Beria era un tipo vengativo, que, además, a aquella afrenta unió la de que el Spartak ganara siempre el título a su Dinamo. Para 1942, Starostin, con cuarenta años, ya no jugaba, pero era el presidente del club y uno de los grandes ídolos futbolísticos del país. Beria, por su parte, era uno de los tipos más repugnantes de la historia. Cuando no estaba en su despacho firmando deportaciones para mantener vivo el estado de terror, patrullaba la ciudad en su limusina, en busca de chicas jóvenes a las que secuestraba para disfrutar de ellas.

Un buen día, sin más, decidió que ya había aguantado bastante y detuvo a Starostin acusándolo nada menos que de haber formado parte de una conspiración para matar a Stalin. Una pura invención basada en una foto tomada seis años atrás con ocasión de un partido de exhibición en la Plaza Roja, en el llamado «Día del Deporte», para complacer a Stalin. Debía haber sido un Spartak-Dinamo, pero a última hora renunció el Dinamo por miedo a que algún jugador propio le diera un balonazo a Stalin, así que jugaron los titulares y los suplentes del Spartak. El partido gustó tanto a Stalin que hizo jugar un tercer tiempo, lo que enfureció más a Beria, que al cabo de los años acudió a una foto de este partido, en el que se veía a un personaje próximo a Stalin del que dijo que pretendía matarlo en connivencia con los Starostin.

Los cuatro fueron juzgados y enviados a un gulag, donde se salvaron de ser fusilados por su inmensa popularidad. Pasado el tiempo, Starostin fue llamado por el hijo de Stalin, Vasili, que dirigía las fuerzas aéreas y quería formar un equipo sólido, y contaba con él para entrenador. Así volvió Starostin a Moscú. Vasili Stalin detestaba a Beria. Este trató varias veces de detener y deportar de nuevo a Starostin, que vivió bajo la protección del joven Stalin. Pero al fin Beria lo consiguió, en un descuido de Vasili Stalin, y esta vez le envió a una ciudad del desierto en Kazajistán. Solo cuando Stalin murió, en 1953, y se acabó su época de terror, pudo volver por fin Starostin. Beria, que trató de hacerse con el poder, no lo consiguió y fue juzgado por múltiples delitos, entre ellos los de agente del imperialismo, traición al Estado y crímenes contra el pueblo. Fue condenado a muerte y eso permitió el regreso de millones de exiliados, entre ellos Starostin (luego, muchos años presidente del Spartak de Moscú). Y también un tal Martyn Merezov, un árbitro que había tenido la mala ocurrencia de expulsarle de un campo de fútbol en un partido en 1920.