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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 25 DE JULIO

Una medalla por frenar a Ferreyra, la Fiera (1932)

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Una medalla por frenar
a Ferreyra, la Fiera (1932)

Bernabé Ferreyra fue uno de los jugadores más célebres de Argentina en la preguerra, si no el más célebre. Había nacido en el pequeño pueblo santafesino de Rufino, por lo que uno de sus apodos fue el «Mortero de Rufino». Otro, la «Fiera». Con quince años ya jugaba en la primera del Jorge Newberry, el equipo de su pueblo. Fue progresando: Junín, Tigre, pruebas en Huracán y Vélez, hasta llegar a River Plate. Era un jugador primitivo pero con un disparo sensacional. Su torpeza había echado para atrás a los técnicos de Huracán y de Vélez, que lo habían incorporado para giras y partidos amistosos sin decidirse a ficharlo, e hizo dudar también a los de River. Pero el presidente, Antonio Vespucio Liberti, impuso su criterio tras ver cómo en cuatro minutos daba la vuelta a un partido de Tigre contra San Lorenzo de Almagro, convirtiendo un 0-2 en un 3-2 con sus tremendos disparos.

Y su aparición en River fue demoledora. Empezó la liga (el mismo día que River se puso por primera vez la banda roja en partido oficial) con dos goles a Chacarita Juniors. En la segunda jornada marcó uno, en la tercera, dos, en la cuarta, otros dos… Luego siguió marcando de manera ininterrumpida en las quince primeras jornadas, varias veces más de un gol, alguna incluso tres. Sus cañonazos fueron el único tema de conversación en Buenos Aires en esos meses. La cancha de River (y las que visitaba River) se llenaron a reventar, de modo que pronto se recaudaron (cada entrada valía un peso) los 10 000 pesos que costó. Su único valor era la potencia descomunal de su disparo, pero de eso se hizo leyenda. Algunos decían que se metía una placa de metal entre la bota y el empeine. Otros, que tenía una deformidad en los huesos de este, de manera que formaba un ángulo recto. Se supo que era cierto que trucaba los balones para que pesaran más: los abría y les metía otra goma: con ese peso y la velocidad que les imprimía doblaban las manos a los porteros.

El periodista Hugo Marini, de La Crítica, le apodó la Fiera y desde la octava jornada anunció que el periódico regalaría una medalla de oro al primer portero que consiguiera salir imbatido ante él, lo que añadió emoción al caso. Cada partido era un suceso, y más cuando se enfrentaba a los porteros más acreditados del momento, como Bossio, de Talleres (décima jornada), o Bottaso, del Racing (duodécima). Para esas alturas ya llevaba 19 goles. En la jornada siguiente, ante Huracán, el partido va 1-1, no ha marcado, pero se suspende, así que no cuenta. Al fin, en la jornada decimosexta Sangiovanni, de Independiente, le para todos los taponazos y consigue la medalla. Independiente gana además por 5-0, resultado sorpresa. Después de eso, cuando se completa el partido contra Huracán, la Fiera tampoco consigue marcar ante De Nicola, de modo que este reclama a su vez su medalla. (El partido acabó después que el de Independiente, pero había empezado antes.) Y La Crítica, con buen sentido, le entrega también su medalla.

Fueron los únicos partidos en los que no marcó. Consiguió en ese campeonato un total de 43 goles, récord absoluto en el fútbol argentino hasta aquel momento. Baste señalar que el segundo en la tabla de goleadores, Francisco Varallo, se quedó en 23. Pero luego solo se mantuvo cuatro años en el primer plano. Algún descuido en su vida (fumaba mucho), los golpes que recibió y su resistencia a escuchar a los médicos acortaron su carrera. Su último año a buen nivel fue 1937, precisamente el mismo en que Arsenio Erico batió su récord, elevándolo a unos inconcebibles 49 goles. Pero rara vez se ha producido un suceso en el fútbol argentino como aquella demoledora aparición del primario goleador de Rufino.