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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 13 DE JULIO

Echa a rodar la Copa del Mundo (1930)

Los jugadores de Uruguay.
Getty Images

Jules Rimet, presidente de la FIFA, asistía desde hacía tiempo al rechazo que en el mundo olímpico empezaba a tener la competición de fútbol por las acusaciones (fundamentadas) de profesionalismo que caían sobre este deporte. De hecho, a los de 1928 muchas selecciones (entre ellas España) ya no enviaron a su mejor equipo, sino uno realmente amateur, en el que no estaban los mejores. Otras fueron con profesionales encubiertos, lo que haría que para 1932 no se aceptara la inscripción del fútbol. Así que Jules Rimet concibió la idea de que este deporte tuviera su propia Copa del Mundo, al margen de los Juegos Olímpicos. Sería también cada cuatro años, pero a contrapié con los Juegos, los años pares no bisiestos.

En el Congreso de la FIFA de Barcelona, los días 18 y 19 de mayo de 1929, sacó adelante su idea. Como Uruguay había ganado los dos últimos torneos olímpicos, los de 1924 y 1928, con un fútbol que asombró a todos, consiguió que las otras aspirantes (España, Holanda, Italia y Hungría) retiraran su candidatura. La decisión era justa, pero penaría por ella.

Porque a la hora de la verdad Europa falló. Aunque Uruguay ofreció unas magníficas condiciones: pagaba el pasaje en primera clase, y el alojamiento y comida una vez en Uruguay para la expedición completa por los días precisos más ocho complementarios, más una dieta de dos pesos diarios por persona durante la travesía y cuatro durante el campeonato. Aun así, solo, y gracias a los esfuerzos de Rimet, asistieron cuatro equipos europeos: Francia, Bélgica, Rumanía y Yugoslavia. Uruguay, que celebraba su centenario como país, recibió el desplante general como una bofetada. Sobre todo sentaron fatal las ausencias de España e Italia, países de procedencia de gran parte de su población. Sí fue masiva la presencia de selecciones americanas: México, Argentina, Chile, Bolivia, Brasil, Perú, Paraguay, Estados Unidos y, por supuesto, Uruguay.

Así que todo siguió adelante. Uruguay construyó un gran estadio con capacidad para 80.000 espectadores, llamado Centenario, que desgraciadamente no se pudo utilizar en la jornada inaugural. Las fuertes lluvias de esos días tenían inundado el campo, recién sembrado, y tampoco habían dejado que se secase del todo el cemento. El partido inaugural, pues, fue trasladado al campo de Pocitos, también en Montevideo, y allí inauguraron la competición Francia y México. El primer saque lo hizo el mexicano Dionisio Mejía, entregando en corto a su compañero José Ruiz.
El primer gol lo marcó el francés Laurent (que hasta pasados los ochenta seguía jugando al fútbol en un equipo formal, con amigos) en el 19’. Ganó Francia por 4-1. El Centenario podría por fin inaugurarse cinco días después, en el Uruguay-Perú (1-0).
A la postre, el torneo resultó bien. Lo ganó Uruguay, lo que venía a suponer, en puridad, su tercer título mundial consecutivo, pues hasta entonces el torneo olímpico había sido considerado como tal. Pero quedó muy herido por la ausencia de europeos y respondería no viajando a los de 1934 (Italia) y 1938 (Francia). Volvería en 1950, al de Brasil, que también ganó con el célebre «Maracanazo», lo que elevó al máximo su leyenda de
invencibilidad.

Por cierto, en la final, Uruguay-Argentina, al árbitro, el belga Langenus, le volvieron loco en los prolegómenos. Cada equipo quería un balón distinto. Se decidió utilizar uno en cada tiempo. La primera parte, con balón uruguayo, la ganó Argentina, 1-2. En la segunda, con balón argentino, Uruguay le dio la vuelta hasta el 4-2 definitivo.