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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 3 DE JULIO

Italia-Argentina y Maradona la lía (1990)

Italia-Argentina y Maradona la lía (1990)

Aquel Mundial se disputaba en Italia, donde Maradona estaba triunfando. Más concretamente, en Nápoles, que le colocaba al lado de san Genaro. «¡Ho mamma, ho visto Maradona, ho visto Maradona eh, mamma, innamorato son!», cantaban los napolitanos. El genial jugador solo se sintió de verdad a gusto en dos equipos, el Boca Juniors y el Nápoles, para el que obtuvo el primer Scudetto de su historia. Era una pasión en el sur de Italia, siempre receloso del norte rico y tenido por opresor, que les trataba como a ciudadanos de segunda clase. O al menos eso es lo que entendían ellos que ocurría, y seguramente con mucha razón.

El campeonato avanzó y pronto se advirtió que Italia y Argentina estaban en trayectoria de colisión. Italia era la selección local y tenía un buen equipo, con un goleador revelación, Schillaci, un jugador modesto que tuvo un estallido tardío tras jugar bastantes años en categorías inferiores. «Está en tal estado de gracia que le bastaría con tocar a un enfermo para curarlo», comentó Baggio. Él a su vez declaró: «Ser delantero centro es un oficio duro, pero siempre resulta mejor que trabajar». Argentina era la campeona del mundo y mantenía a Bilardo como entrenador, con su estilo rácano y eficaz. Maradona estaba muy golpeado, vigiladísimo, pero todavía era Maradona.

Un cierto revuelo se armó ya cuando, en vísperas de su partido de cuartos contra Yugoslavia, Maradona visitó la concentración de Italia para hacerse ver por el médico de la selección italiana, que era el mismo que le cuidaba habitualmente la rodilla, poniéndole en un serio compromiso. El caso es que en cuartos de final pasan los dos, Italia y Argentina. Argentina elimina en los penaltis a Yugoslavia, Italia gana a Éire con un solitario gol de Schillaci. Han de enfrentarse en las semifinales. Y para más inri, el partido ha de jugarse en el San Paolo de Nápoles, el templo de Maradona. Y este se equivoca. Trata de dividir a los italianos. Exhorta a los napolitanos a que apoyen a Argentina, por él. Les recuerda que en el norte les llaman «terrones» (paletos, destripaterrones, diríamos en español), que no les quieren. Sus palabras crean conmoción. Al partido acuden algunos con pancartas «promaradona», pero la mayoría del público aprieta por Italia. Marcan Schillaci y Caniggia, hay prórroga y penaltis. Maradona marca el cuarto. Goycochea para el cuarto y el quinto, a Donadoni y Serena. Es la segunda tanda consecutiva de penaltis que pasa y cuenta un secreto, que suena a burla grosera: «Antes de todo, los compañeros me hacen corrillo; decimos que es para conjurarnos, pero yo orino en el césped. Me da suerte».

Italia es una furia contra Maradona cuando se llega a la final, en Roma, frente a Alemania. El himno argentino es abroncadísimo. La cámara enfoca a Maradona, en cuyos labios se lee «Hijos de puta, hijos de puta». Luego gana Alemania en un partido feo, resuelto por un penalti riguroso marcado por Brehme. Maradona llora de rabia con su medalla de plata entre una monumental bronca. Su relación con Italia está irremisiblemente rota.