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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 11 DE JUNIO

Presidente del Torino 33 años después de matar a Meroni (2000)

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Presidente del Torino 33 años después de matar a Meroni
(2000)

En la segunda mitad de los sesenta el Torino parecía rehacerse por fin de la catástrofe de Superga, de la mano de un genial jugador, Gigi Meroni, una réplica del inglés George Best. Poeta, músico, amante de los Beatles y del jazz, melenudo, rebelde, icono social, gafas amarillas, ídolo de las masas. El seleccionador, Fabbri, le amenazó con no llevarle a la selección si no se cortaba el pelo. No se lo cortó, pero aun así tuvo que llevarle. Antes de llegar al Torino había jugado en el Como y en el Génova. La Juventus trató de ficharlo, incluso llegó a un acuerdo con el presidente del Torino, pero se formó tal revuelo en la ciudad (una manifestación multitudinaria y amenaza de huelga de los numerosísimos hinchas del «Toro» que trabajaban en la FIAT de Turín) que el fichaje se deshizo. La «mariposa grana», como le apodaban, se quedó en el Torino.

Tras el cuarto partido (4-2 sobre la Sampdoria) del campeonato de 1967-1968, un 15 de octubre, Meroni paseaba por un bulevar del centro de Turín junto a su compañero Poletti. Cruzó imprudentemente, y un FIAT Coupé 124 le atropelló; salió rebotado contra una moto Aprilia que pasaba muy rápido, que le enganchó y le arrastró casi cincuenta metros. La pequeña moto la conducía un muchacho llamado Attilio Romero, de diecinueve años, que resultó ser un tremendo fan de Meroni. Vivía a tres portales de él, tenía un gran póster suyo en la cabecera de su cama junto a una bandera del Torino y hasta una foto en el manillar de la moto. Llevaba el pelo como él y hasta imitaba su forma extravagante de vestir y sus gafas.

Un coche trasladó rápidamente a Meroni al hospital, pero falleció antes de la medianoche, para desesperación del joven fan motorista.

El siguiente partido era justamente un clásico, ante la Juventus, y fue una extraordinaria demostración de duelo. Su número siete lo llevó el francoargentino Combin, a quien pareció inspirarle desde el más allá el espíritu del desaparecido, porque marcó tres fabulosos goles, los tres primeros de un partido que terminaría ganando el Torino por 4-0. Una noche emocionante, cargada de dedicatorias al genio desaparecido. Más adelante, Attilio Romero se enfrenta a un proceso del que sale absuelto. Meroni y Poletti habían cruzado fuera de la zona habilitada para ello, Romero tenía los papeles en regla, si bien su licencia era muy reciente. Con el tiempo, su nombre fue olvidado.

Hasta que treinta y tres años después alcanza la presidencia del Torino. Sí, el mismo Attilio Romero que un fatal día 15 de octubre había atropellado a Meroni y provocado su muerte, convertido ahora en importante ejecutivo de la FIAT, llega a presidente del club de sus amores. Una increíble pirueta del destino. Y puede comprobar que «aquello» no le ha sido perdonado del todo. La novia del jugador empieza a aparecer en programas de televisión, a quejarse de que Romero y el club tienen olvidada la tumba de su amado, en la que no obstante suelen aparecer cada poco siete rosas rojas (el siete era su número). Y en las malas tardes, cuando las cosas no salen bien, parte del público se encargaba de recordarle que fue él quien mató a Meroni. Así que lo tiene que dejar al cabo de un año. La sombra de Meroni le persiguió.