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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 30 DE MAYO

Di Bartolomei se suicida a los diez años de una derrota (1994)

El jugador de la Roma, Di Bartomei, lanzando una pena máxima contra el Liverpool.
Diario AS

Justo diez años antes, el Roma había jugado su única final de Copa de Europa, después de ganar su primer Scudetto en cuarenta años. El partido lo jugó en el propio Olímpico de Roma, cuestión de suerte, pues estaba designado muy de antemano, como se suele hacer. Quizá no debía haberlo jugado, porque en las semifinales el presidente del club, Dino Viola, había pretendido sobornar al Dundee. Pero eso se supo más tarde. Y ahí estaba el Roma, con Agostino Di Bartolomei, Ago para los tifosi, como capitán, ante el Liverpool. Un buen Liverpool, que atravesaba los mejores años de su historia y en cuya delantera jugaba entre otros Michael Robinson, hoy tan conocido entre nosotros como popular figura de la televisión.

Di Bartolomei era un centrocampista de clase, aunque algo frío. Un chico de Roma cuya ilusión de niño se había cumplido: jugar en el Roma. Había empezado su carrera como media punta, con bastante facilidad para el último pase y para el gol, pero en esos años el entrenador de su equipo, Liedholm, había retrasado algo su posición, lo que le alejaba del gol, aunque servía para aprovechar la precisión de sus pases largos. Ese día, sin embargo, no estuvo bien. El partido acabó en empate, 1-1, no hubo goles en la prórroga y en los penaltis se impuso el Liverpool. Fue aquel día en que Grobelaar hacía como que temblaba, moviéndose como borracho sobre la línea de gol, para desconcertar a los rivales. Di Bartolomei tiró el primero de los suyos y marcó, no obstante. Pero la tanda de penaltis la ganó el Liverpool, que fue el campeón. Robinson y sus compañeros (los Dalglish, Souness, McDermott y demás) se retrataron felices con la copa.

Y ya nada fue igual en su vida. Un nuevo entrenador, Eriksson, decidió prescindir de él en el club en el que llevaba quince años, desde los catorce. Fue al Milán, a un gran proyecto, con Wilkins y Hateley, pero no resultó. El ambiente le excedió. Además, se echó en contra a sus viejos fieles aficionados del Roma y hasta polemizó con otros compañeros. Dejó el fútbol y las inversiones no le fueron bien. Los préstamos solicitados para montar una escuela de futbolistas le agobiaban. Y el día exacto en que se cumplían los diez años de aquella final con derrota, salió descalzo a la terraza de su villa. Eran las 10.50 de la mañana. Apuntó su Smith & Wesson del 38, recién comprada, y se disparó al corazón. Su hijastro oyó el disparo, acudió a reanimarle, pero no se podía hacer nada. Pronto apareció una carta en la que razonaba su decisión porque se sentía desesperado al no ser capaz de encontrar un hueco en el mundo del fútbol. «Me siento encerrado en un agujero.»

Los tifosi que no le habían olvidado le despidieron con una esquela en los periódicos: «Niente parole… solo un posto in fondo al cuore. Ciao Ago».