REAL MADRID - ATLÉTICO DE MADRID
Cerezo: “Me piden muchas más entradas que para Lisboa”
El presidente del Atlético visitó ayer la redacción de AS y bromeó con Tomás Roncero. No tiene favorito en Milán: “Puede ganar cualquiera”.
Nada más pisar la redacción de AS, la visita de Enrique Cerezo se convierte en un ten con ten con Roncero. Faltan tres días para la final de Milán. Ayer hacía, justo, dos años de la de Lisboa. Tomás recibe al presidente con una camiseta que lo recuerda. “Lisboa 2014. Minuto 92:48”, dice, con la silueta de Ramos rematando.
Ésta no pasa desapercibida para el presidente del Atleti. “Tú vete poniéndote de luto el viernes, que no te pille de sorpresa el sábado…”, bromea. “Hombre, Enrique, te digo una cosa: para los madridistas hubiera sido más terrible perder en Lisboa. Quedarnos sin la Décima y que vosotros os cachondearais de nosotros toda la vida… Ahora ya es diferente. Las diez ya las tenemos...”, se justifica Tomás.
Ahora. 2016. Milán. De nuevo otra final de Champions Madrid-Atleti, como entonces. “Pero el fútbol no son revanchas, son resultados”, esgrime el presidente. Y aquí se acabó la broma: esto lo dice muy serio. Una final, ésta, que para Cerezo comenzará el jueves, cuando viaje a Milán con el equipo. El Atleti se alojará en el Meliá Milán, el mismo hotel que lo hizo cuando, en la Champions 2013-14, ganó al Milán en la fase de grupos. Porque eso, las cábalas, también forman parte del Método Simeone. Si se gana, se repite hotel. Si se pierde, se cambia. “El estadio, la verdad, también se nos da bien”, confiesa Cerezo y dispara directo a Roncero: “¿Vosotros habéis ganado ahí?”. “No, empatamos. San Siro no se nos da muy bien...”, replica éste, apesadumbrado. Entonces los dos se ponen serios. Entonces Lisboa vuelve a llenar la sala.
Lisboa. “Cada partido es diferente. Aquello pasó, es historia. Nuestro partido, y el del Madrid, es el sábado y una final o la ganas o no. No hay otra”, explica Cerezo, tranquilo. “¿Tú eres supersticioso?”, le pregunta alguien. “Todo el mundo que va a ir al campo lo es”, contesta Cerezo. “Yo tengo un amuleto, pero no se puede decir”, dice. En la sala se hace el silencio. El presidente, mientras, se mesa la corbata. Pero si su cábala es secreta, la de Gil Marín, consejero delegado, se sabe: volar cuando el Atleti juega. Lo hizo en Múnich y funcionó. ¿Y en Milán? ¿Verá la final? “No, no. Come con nosotros y después se va”.
“Yo en Múnich sólo lo pasé mal en los últimos diez minutos. Cuando Torres no marcó el penalti pensé: ‘Nos van a matar aquí, en 15 minutos’. Pero no. Afortunadamente salió bien”, confiesa el presidente quien, por cierto, no suele pasar nervios en un partido. “Sólo cuando empieza y depende de cómo lo vea: a veces lo veo bien y no tienes por qué ponerte nervioso, a veces es complicado y el gol no entra y no entra y...”. Y ahora, para Milán, su sensación es clara: “Puede ganar cualquiera”. Tomás, a su lado, levanta la ceja a lo Ancelotti y escucha, interesadísimo. “Así, a simple vista, es imposible que nadie sensato pueda decir: ‘Yo voy a ganar y tal’. El partido está muy igualado. Cincuenta, cincuenta”, continúa Cerezo.
“Tú le tienes mucho temor a Pepe y a Ramos, eh”, le pica Tomás. “Sí, son fantásticos. Fíjate si es bueno Ramos que os solucionó el problema en el minuto ese que llevas ahí...”, bromea el presidente. Otra vez ahí la camiseta de Roncero, Lisboa, el pasado. Y lo que manda es el presente. El ahora. Esta temporada que, para el presidente del Atleti, ya resume en una palabra: “Excepcional”. “No acabamos la Liga segundos, empatados con el Barça, por un partido (Levante). Si no, hubiéramos sido co-campeones”, dice, y a su boca regresa de nuevo la Champions: “Estamos en la final, y no lo digo con segundas, tras eliminar en octavos, cuartos y semifinales al campeón de Holanda, España y Alemania...”. “Oye, y una pregunta, cuando el Kun Agüero hizo ese tiro en el Madrid-City que casi entra, ¿hubieras querido que fuese gol y evitar al Madrid en la final?”. Ahora el que ha disparado es Roncero.
Zasca. Pero el presidente no vio aquel remate, esa semifinal. “Estaba cenando en casa de un embajador extranjero y no tenía televisión. Pero siempre que juegas una final de Champions es mejor enfrentarte con un equipo extranjero. Te da más sensación de todo esto. Aquí, afortunadamente, son dos equipos de España, los dos de Madrid”. Manuela Carmena, su alcaldesa, viajará a Milán. “Va con el Madrid, vuelve con nosotros”, explicó Cerezo. “Mira, Tomás, lo nuestro será: llegamos y cenamos, al día siguiente comida y cena y, el sábado, comida y partido y la Copa para casa”, añade, guiñándole un ojo. “¿Y no puede ser que el año que viene juguéis de nuevo la final contra Barça o Bayern y ya ganéis la Primera?”, replica éste. “Tu confianza en tu equipo es muy alta, eh. ¿Si nosotros jugamos la final, vosotros que vais a hacer?”, contesta, rápido, el presidente. La carcajada es general. Tomás queda tocado y hundido. Los nombres propios empiezan a llenar la sala.
El primero, Oblak. “Es buenísimo y sólo tiene 22 años. ¡Le quedan 40 bajo la portería!”, le encomia el presidente. El segundo, Griezmann: “Es un magnífico jugador y muy joven, tiene seis años por delante de fútbol fantástico”. El tercero, Saúl. “Su gol al Bayern fue un gol importante. Y bonito además. Con este gol se consagra”. “¿Ya le habéis renovado, ¿no?”, inquiere Tomás. “Sí, sí”. “¿Y a Torres? ¿Cómo va eso?”. “Estamos en negociaciones, pero tranquilidad. Ahí no hay ningún problema: los dos queremos que siga”.
La Peineta. Otro nombre propio. “El estadio estará para la 2017-18”, fecha el presidente. La M-30 no se soterrará. “Pondrán una especie de visera, un parque elevado”, explica Cerezo. “El Calderón llegará un momento en que tendrá que desaparecer para cabreo, o lo que sea, de mucha gente, entre ellos yo”, continúa y, a su cabeza, un partido de tantos en el viejo estadio. “El del 4-3 al Barça. Fue impresionante. Pierdes 0-3 al descanso y, al final, sales y le metes cuatro al Barça, con Romario y todo aquel equipazo...”.
Para el partido que viene, Milán, Cerezo cuenta que han sido “muchas más” las llamadas para pedirle entradas que en Lisboa. “Infinitamente más. Sólo lamento no tener diez mil más. La cantidad de gente que se va a quedar aquí...”. Y, justo, como si quiera confirmarlo, en ese momento su teléfono suena. Cerezo lo silencia. “Es el representante de Ronaldo”, se excusa. La carcajada vuelve a ser general. Todos ríen. Todos menos Roncero. “Presi, no me pegues esos sustos que...”. El tiempo se acabó. El presidente debe irse. Sólo queda una pregunta: “¿Le gustaría que Torres hiciera el gol en Milán?”. “Claro. O Griezmann. ¡U Oblak!”, exclama Cerezo levantándose, despidiéndose, dejando a su espalda otra camiseta en la que no ha reparado: aquella con la que Torres ya hizo el gol de otra final que cambió la historia de un equipo, La Roja, en la Eurocopa 2008.