366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 17 DE MAYO
Las fatales consecuencias del gol de Schwarzenbeck (1974)
San Isidro, santo madrileño, se fue a la cama un poquito antes de lo previsto dos días antes de esta fecha. Porque el día de su santo, el 15 de mayo, el Atlético había jugado su primera final de la Copa de Europa. Enfrente estaba el Bayern de Múnich y aquel era un buen Atlético, con sus «tres puñales» en punta. Había llegado a aquel partido después de una dura trayectoria, sobre todo una semifinal en la que se quedó con ocho en el partido de ida, en Glasgow. Pasó, aunque con algunas bajas para este partido: Panadero, Quique y Ayala (uno de los puñales) todavía estaban sancionados. Pero el entrenador, Juan Carlos Lorenzo (un tipo simpático, que en las conferencias de prensa decía aquello de «¡Ché! ¡Entre bomberos no vamos a pisarnos la manguera!»), alineó un gran equipo: Reina; Melo, Heredia, Eusebio, Capón; Adelardo, Luis, Irureta, Salcedo (Alberto, 88’); Ufarte (Becerra, 68’) y Gárate. Enfrente está el Bayern, en su primera final de Copa de Europa, a punto de inaugurar su serie de tres títulos consecutivos. Aún no es tan temido, pero ya están ahí Maier, Beckenbauer, Breitner, Müller y Hoeness, que harán historia.
Pero el Bayern no es superior al Atlético, el partido es de dominio alterno y termina sin goles. Y se va a la prórroga. Ya en el segundo tiempo de la misma, cuando quedan seis minutos para el final, Luis lanza el mejor tiro libre de su vida, desde el callejón del diez, con la derecha, que vuela sobre la barrera y se le cuela a un estupefacto Maier, inmóvil. España salta ante el televisor. Solo queda encajarse atrás y aguantar las arremetidas de un fatigado Bayern. Hasta san Isidro lo ve tan hecho que se va a dormir. Entonces, cuando quedan veinte segundos, el central Schwarzenbeck (que jamás marcaba un gol) aprovecha que Gárate está caído en el suelo para avanzar. Nadie le sale al paso, tampoco ve a quién entregar y, a unos diez metros del área, lanza un disparo que le sale perfecto, fuerte y al palo derecho de Reina, que no llega. Nadie lo puede creer. Empate. Hay que repetir el partido dos días después, allí mismo, en el viejo Heysel de Bruselas.
Y aquello es una matanza. El Atlético no supera el golpe moral, ni el agotamiento físico. Para los alemanes, al revés, el desempate es una bendición. Sus jóvenes jugadores, con mejor asistencia farmacológica además, se sienten felices ante la nueva oportunidad. El Atlético sale con Reina; Melo, Heredia, Eusebio, Capón; Adelardo (Benegas, 61’), Luis, Alberto (Ufarte, 65’), Salcedo; Bezerra y Gárate. No hay nada que hacer. El Atlético es arrollado con dos goles de Hoeness y dos de Torpedo Müller. El Bayern empieza su serie de tres títulos consecutivos, todos los cuales estarán marcados por un patrón común: bastante suerte y una firme resistencia a la derrota, una fe casi fanática en sus posibilidades que le hace recuperarse de situaciones difíciles.
Al regreso, el gran público culpa a Reina, pero aquel gol no fue ni tan de lejos ni tan parable como se ha dicho. Fue una fatalidad. Y el presidente del club, Vicente Calderón, lanza la expresión que tantas vueltas ha dado luego: «Somos el Pupas F. C.».