El Madrid murió de pie
Dos goles de Cristiano le dieron la decimosegunda victoria consecutiva, que sólo le vale para el subcampeonato. Durante 14 minutos fue campeón. El Depor no puso reparos.
El Madrid murió de pie, cumpliendo el compromiso que adquirió Zidane en un invierno fatal, pero la dignidad de su final no debe confundirle. No cabe la celebración en el fracaso, aunque este haya tenido una trastienda didáctica. Al menos sabe por qué perdió esta Liga y cuál es el camino de salida. También que una remontada épica no es más que corregir a la tremenda una gran equivocación. A Zidane cabe atribuirle la primera, en grado de tentativa, y al club y la plantilla la segunda, consumada.
La sinfonía incompleta del Madrid, recopilada en doce victorias consecutivas para morir en la orilla, culminó en un partido fantasma en Riazor. Un partido monocolor, con sometimiento excesivo del Deportivo, pero que se jugó siempre en función de las noticias muy desesperanzadoras de Granada. El Madrid, en cualquier caso, completó un trabajo profesional que durante 14 minutos le hizo campeón y mantuvo la estabilidad emocional conforme fueron llegando los goles de Luis Suárez en Los Cármenes. Jugó con ese fatalismo blaugrana, que viene y va como la moda de la minifalda, hasta que ya no hubo remedio.
El Deportivo, que pierde el tiempo lavando en público la ropa sucia en lugar de saborear la salvación, fue muy poca cosa. Víctor premió a los que han jugado menos y le brindó una despedida de lujo a Manuel Pablo. Bale se la hizo inolvidable. A los siete minutos le sacó de pista para preparar el primer gol. El remate fallido de Benzema fue estación de paso para el certero de Cristiano. Bale-Benzema-Cristiano fue la secuencia, de izquierda a derecha, una ordenación natural de la que reniegan el galés y el portugués, a quienes les gusta presumir de goles.
A partir de ahí el Madrid cocinó el partido a fuego lento y con un punto de sal. Modric, fantástico director de operaciones, Casemiro, Kroos y dos laterales de campo ajeno llevaron el partido al área del Depor y ahí se jugó el duelo mientras le importó al equipo de Zidane. No hubo riesgo de que el Madrid saliera herido más allá de dos disparos sin puntería de Fede Cartabia. Cualquier conclusión, vista la falta de incentivos, de titulares y de ánimo del adversario, debe tomarse como provisional, pero se intuye que Bale llega de punta en blanco a la final de la Champions, que Cristiano sigue bien relacionado con el gol (dos más ayer, para 51 en el curso) y que Benzema ha amortizado el disgusto de pasar el verano sin Eurocopa.
En el descanso, Zidane dio el partido por ganado y la Liga por perdida y le quitó 45 minutos a Cristiano, que había encontrado en el duelo un buen pasatiempo: dos goles y dos palos, el primero de ellos precedido de un control extraordinario, material didáctico para las escuelas de fútbol. Sólo entonces el Depor abandonó esporádicamente su rutina de quemar calorías persiguiendo sombras y Zidane comenzó a moverse entre la política y el ahorro: minutos para James, Isco y Jesé, suplentes que decoran muy bien al equipo pero que dejaron pasar otra tarde, y oxígeno para Cristiano, Kroos y Bale. La cabeza del técnico y la de sus jugadores ya andaba en Milán, sede del juicio final de la temporada. Y a medida que el Madrid fue desactivándose tuvo sentido la alineación de Keylor, que no se dejó fusilar por Rober. Otra parada milagro en su historial, la última de una Liga que el Madrid perdió en invierno y maquilló con oficio y dignidad en primavera. No consuela pero limpia la conciencia.