“No vi jugar a mi padre... ¡Me dijeron que pegaba mucho!”
Gianluca es el segundo hijo del Cholo. Tiene 17 años y es delantero. Sueña llegar al primer equipo de River y jugar algún día jugar en el Atleti.
—El Atlético ganó al Bayern en Múnich y lo primero que hizo su padre fue llamarles... ¿Qué les dijo?
—Lo hace siempre desde que estamos lejos. ¿El mensaje? El de siempre. Que nos quiere mucho y que se ha dado un gran paso pero que aún no se ganó nada.
—Y, a usted, ¿qué le parece que el Atleti eliminara al Bayern? ¿Le ilusiona que pueda tomarse la revancha de Lisboa?
—Sí, mucho. No le teníamos miedo al Bayern y queremos tener la revancha de aquella final con el Madrid.
—¿A qué edad decidió que quería ser futbolista?
—A ver, empecé a tocar una pelota a los 5 o 6 años. Ya vivía en Buenos Aires y papá jugaba en Racing. Pero cuando empecé a jugar en la escuelita de River me picó el bichito. Te diría que a los 13 o 14 años ya sabía que quería ser jugador.
—Es delantero, ¿porqué no eligió el puesto de su padre?
—Empecé de 5, como papá. Pero cuando empecé a ver a mi hermano (Gio) de 9, me animé a probar y me quedé (ríe).
—¿Es una mochila pesada ser el hijo de Simeone?
—Papá entrenaba en River y Gio y yo ya jugábamos en inferiores. Al principio fue mochila. Te decían: “Vos jugás porque sos el hijo de tal”. No fue fácil, pero con el tiempo te vas a acostumbrando.
—¿Cómo se describe en el fútbol?
—Soy un 9 de área, no me muevo de ahí. Soy muy luchador y cabeceo bien. Estoy trabajando para jugar mejor de espaldas. Soy fanático de Costa. Me encanta, siempre lo veo, todos los partidos.
—¿Lleva muchos tatuajes ya?
—No. El único es las tres G, por la letra de mi nombre y el de mis hermanos.
—¿Extraña mucho a su padre?
—Sí, muchísimo. Tener a papá lejos, en España es jodido. Al principio fue mucho más, no te voy a mentir. Pero siempre cuesta. Siempre se le extraña. Aunque tratamos de estar muy conectados, por skype, y nos hablamos siempre.
—Entre entrenamientos y escuela, ¿puede ver al Atlético?
—Sí. No me pierdo ningún partido. El del Barcelona fue hermoso. Casi me pongo a llorar.
—¿Le sorprende todo lo que ha conseguido su padre? ¿Es una inspiración para usted?
—Todo lo que papá logró es muy lindo. Como jugador no lo vi. Me dijeron que pegaba mucho (ríe). Ahora disfruto de sus logros como entrenador. Sé todo lo que luchó para llegar hasta acá y es un ejemplo para mí.
—¿Le gustaría que su papá lo dirija?
—Ojalá. Pero también pienso que sería muy jodido: mi viejo es muy exigente, eh, con el Profe... ¡te mata! (ríe).
—¿En su casa se habla de otra cosa que no sea fútbol?
—Casi te diría que no. Es imposible no hablar de fútbol en casa. Cuando nos retan nos sacan tarjeta. Cuando alguien se cae gritamos: “¡Penal!”. Somos todos enfermos de fútbol. Siempre hablamos de fútbol. Todos tenemos cábalas.
—¿El recuerdo más bonito que tiene del Atlético?
—Cuando mi padre se fue como jugador. Me acuerdo de los cuatro dando la vuelta a la cancha y toda la gente gritando: “Ole, ole, ole, Cholo Simeone”. Buf. Cada vez que vuelvo al Calderón y escucho esa canción se me pone toda la piel de gallina. Somos los tres muy, muy fanáticos del Atleti. Enfermos te diría, como de River.
—¿Qué es lo que más le gusta?
—El corazón que tiene el grupo, la entrega. Lo dan todo, se sobreponen a todo. No bajan nunca los brazos. Es increíble.
—¿Cuál es su sueño?
—Llegar a la primera de River. Soy muy fan de River. Pero mi meta es un día jugar en el Atlético de Madrid.