366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 1 DE ABRIL
Juanito se estrella al regreso de un Madrid-Torino (1992)
Aquella noche el Madrid jugó con el Torino, partido de la Copa de Europa. Partido con un interés especial, porque en el Torino jugaba Rafael Martín Vázquez, el miembro de la Quinta del Buitre que tenía nombre de torero y que no llegó a cuajar en el equipo según sus condiciones. Para entonces, Juanito, Juanito Gómez, era entrenador del Mérida. Juanito había hecho una singular carrera en el fútbol. Bernardino Matallanas, un viejo y sabio técnico del Atlético, lo había descubierto en las playas de Fuengirola. Llegó al club rojiblanco como fulgurante juvenil. Apenas apareció en el primer equipo cuando sus lesiones y su descontrol le hicieron estrellarse. Se fue al Burgos, primero cedido, después traspasado. Que el Atlético se desprendiera de él le hizo reaccionar, se aplicó y sacó de su interior la estrella que llevaba dentro. Triunfó, fichó por el Madrid, fue internacional… Su forma apasionada de vivir el fútbol arrebató a la afición madridista, que hizo de él un gran ídolo. A caballo entre la época inmediatamente anterior (la de Stielike y Santillana) y la de la Quinta del Buitre, vivió días gloriosos con el Madrid. Quedó para la historia su imagen dando saltos de incontenible alegría cuando le cambiaron el día del Madrid 4, Borussia 0, la más imposible de las remontadas de la Copa de la UEFA en aquellos días.
Cuando los años le pesaron se fue a terminar su carrera futbolística a su tierra, en el Málaga, donde aún rindió buenos partidos. Al final hasta jugó algunos partidos en Los Boliches, junto a Fuengirola. Pronto empezó su carrera de entrenador, de la que se esperaba mucho. Había sido un jugador intuitivo, pero también analítico. Tenía pasión por el fútbol, de modo que se creía que haría una gran carrera como entrenador. José Fouto le confió la dirección del Mérida, en Segunda. Allí, su primer gran acierto había sido rescatar a Cañizares, prometedor meta del Castilla, que se estaba perdiendo en el fútbol menor. Juanito le devolvió la confianza y eso le permitió completar una gran carrera, con paso por el Celta, Real Madrid, Valencia y hasta la selección nacional.
Aquel día, Juanito, que llevaba al Madrid y al fútbol en el alma, viajó desde Mérida para ver el partido de Copa de Europa ante el Torino. Le acompañó el preparador físico del equipo, Miguel Ángel Jiménez. En otro coche también acudieron al partido tres jugadores del equipo, Ricardo, Echevarría y Pepe Pla. Al regreso, los jugadores iban en su coche delante del que conducía Miguel Ángel Jiménez, a cuyo lado iba Juanito, dormido. Vieron unos troncos en la carretera, que se le habían caído a un camión, los esquivaron como pudieron y pensaron en los que venían detrás. Justo un poco más allá de los troncos (que luego se supo que se le habían caído a un camión que iba en dirección a Madrid) había un camión parado en el arcén, con los intermitentes encendidos. El coche en el que venía Juanito no tuvo tanta suerte: Miguel Ángel Jiménez perdió el control al encontrarse con los troncos y se fue a estrellar en la trasera del camión detenido. Juanito murió en el acto, con el cráneo destrozado. El conductor resultó conmocionado, pero sobrevivió. La noticia provocó un impacto imponente. Juanito, con su forma sincera, generosa y descuidada de vivir, había llegado al corazón de todos los españoles. Sus errores habían sido notorios (pisar la cabeza de Matthäus, dar un cabezazo a un árbitro, escupir a Stielike…), pero, como me dijo una vez Valdano, todas sus maldades juntas no sumaban ni un minuto de su vida. El resto del tiempo hizo el bien. Vivió deprisa, se entregó a todos. Por eso su muerte provocó aquella conmoción.