366 Historias del fútbol mundial | 22 de febrero
Puskás decide exiliarse y no regresar a Hungría (1957)
El 4 de noviembre de 1956 se produce la irrupción de los tanques soviéticos en Budapest. Fue algo así como un adelanto de aquello de la Primavera de Praga. Algunos movimientos surgidos en Hungría para liberarse del control de la URSS provocaron que Kruschov decidiera cortar aquello por lo sano. Por entonces, Hungría tenía una fabulosa selección, basada en el Honved y el Vörös Lobogó (luego MTK). Pero sobre todo en el Honved, cuya perla era Puskás. Probablemente el mejor jugador del mundo en la primera mitad de los cincuenta. Puskás llevaba marcados 85 goles en 84 partidos con la selección húngara, que había ganado los JJ OO de 1952 y había perdido la final del Mundial 1954 ante Alemania, en una de las grandes sorpresas de la historia del fútbol. La invasión pilló al Honved fuera de Hungría, en Viena, camino de Bilbao, donde tenía que jugar un partido de ida de la Copa de Europa.
Los jugadores húngaros esperan acontecimientos. Su peripecia empieza a adquirir dimensión internacional cuando una radio húngara anuncia que Puskás ha muerto luchando junto a los patriotas en los tiroteos que se producen por las calles, y le eleva a la condición de mártir de la revuelta. Pero no, Puskás no ha regresado, ni el Honved tampoco. Siguen fuera a la espera de ver cómo se resuelve finalmente la situación. El Honved juega un amistoso en Madrid, organizado por la Asociación de la Prensa, contra un combinado Real Madrid-Atlético (la delantera es Miguel, Kopa, Di Stéfano, Peiró, Gento) que acaba empate a cinco y maravilla al público. Es la primera vez que en Madrid se ve a un portero, Farago, que saca con la mano, en lugar de al voleón usual de la época, a fin de que el equipo salga jugando desde la defensa. El Honved juega el partido de vuelta con el Athletic de Bilbao en Bruselas y queda eliminado.
La mayoría de los jugadores resuelven volver entonces, pero no así Puskás, que, como Kocsis y Czibor, prefiere quedarse fuera. Puskás ha hecho gestiones mientras para que su mujer, Elizabeth, y su pequeña hija, Aniko, puedan salir hasta Viena, y allí se reúne con ellas. El bar Munchenenhorr, en la Mariahilfestrasse, se convierte en su cuartel general, donde se reúne con otros exiliados, recibe a periodistas y medita sobre su futuro. Intenta mantenerse en forma entrenándose con el Rapid de Viena. Pero la situación en Budapest no mejora, la revuelta local es definitivamente aplastada y finalmente el día 22 Puskás anuncia que no regresará a Hungría. Aunque es mayor del Ejército (los jugadores del este de Europa figuraban como amateurs y se les pagaban sueldos por empleos simulados en el Estado), no está para guerras. Su guerra es el fútbol. Intenta fichar por el Rapid de Viena, el Milán le hace una oferta descomunal, pero su fuga provoca que la Federación húngara solicite para él una sanción de la FIFA, que le suspende hasta el 15 de agosto de 1958. Kocsis y Czibor, que le han seguido en su estrategia a la espera de los acontecimientos, se encuentran en el mismo caso. Puskás se traslada entonces a Bordighera, en la Riviera italiana, donde pasa ese tiempo escribiendo para periódicos y contratándose para partidos amistosos, con cierta dificultad, porque ni la FIFA ni el entonces fuerte Partido Comunista italiano veían bien que jugase. Por fin, cumplida la suspensión, ficha por el Real Madrid en el verano de 1958 (véase el día 11 de agosto), pese a las reticencias del entrenador, Carniglia. Kocsis y Czibor ficharán por el Barcelona. El régimen de Franco les concedió la nacionalización rápidamente, por su estatus de apátridas y por su valioso papel en la propaganda anticomunista de la época.