366 Historias del fútbol mundial | 21 de enero
Duncan Edwards, el James Dean del fútbol (1958)
Bobby Charlton siempre dijo que jamás vio a un jugador como él. Ni Di Stéfano ni Pelé, contra los que se enfrentó y a los que tanto admiró. «Tenía estatura, visión, técnica. Sabía parar el balón con el pecho y enviarlo con precisión a sesenta metros, con una pierna o con otra. Y eso con los balones pesados y mojados de la época. Nunca me sentí inferior a ningún futbolista salvo a él.» Duncan Edwards sobrevivió quince días al accidente aéreo del Manchester en Múnich, días en los cuales tuvo a toda Inglaterra en vilo. Se informaba al detalle sobre su estado, sobre sus raros ratos de conciencia, en uno de los cuales recibió el regalo de un reloj de oro que le envió el Real Madrid. En otros, preguntaba a su compañero de cama sobre el próximo partido: «¿A qué hora empieza el partido con los Wolves, Jimmy? Hay que estar preparados».
Su muerte aplazada fue el peor epílogo posible a la catástrofe del Manchester, porque había sido el jugador más querido de Inglaterra. Su posición preferida era la de medio izquierda, en la tradicional WM. Desde allí cortaba y repartía, en corto y en largo, y acudía al remate o disparaba desde lejos. Pero jugó ocasionalmente en varios puestos más, incluidos los de defensa central y delantero centro, cuando hubo necesidad de ello. Tenía una estatura y una fuerza privilegiadas, además de un dominio de balón propio de los superclases.
Nadie había debutado tan joven como él en la selección hasta entonces. Tenía dieciocho años y 183 días cuando se produjo la sensacional noticia de su debut con Inglaterra, en un sonado encuentro ante Escocia, ganado por los ingleses por 7-2. La precocidad era su divisa: con once años juega en la categoría de los de quince, con dieciséis debuta en Primera División, con el Manchester United, el mismo día que cumple los diecisiete firma su contrato profesional. Con veinte años ya ha ganado dos campeonatos de liga y su exhibición en el Alemania-Inglaterra es comentada en toda Europa. Alemania había ganado la Copa del Mundo de 1954, en Suiza. Inglaterra la visitó, en Berlín, en mayo de 1956. Duncan Edwards fue la estrella del partido, que ganaron los ingleses por 1-3, con el primer gol marcado por el propio Edwards. La prensa alemana le apodó «Boombomm »: «Lleva un Gran Berta en cada una de sus botas», publicó un periódico.
Su entusiasmo por el fútbol no tenía límites. En la temporada 1956-1957 jugó 95 partidos, entre el United, la selección y el equipo del Ejército. «Podría jugar todos los días del año si hubiera partidos suficientes », decía de él Jimmy Murphy, el ayudante de Busby. Billy Wright destacaba de él su entusiasmo contagioso en el túnel, antes de salir al campo. Su muerte desoló a Inglaterra. Frank Taylor, un periodista de los que viajaron con el equipo, que resultó herido pero sobrevivió, hizo amistad con un íntimo amigo de Edwards, que les visitó en el hospital de Múnich, y publicó unas declaraciones de este: «Quizá haya sido mejor así. Los médicos me habían dicho que ya no podría jugar más si hubiera sobrevivido, y él no hubiese resistido eso». Cinco mil personas atestaron los alrededores de la pequeña iglesia de Dudley, su ciudad natal, el día del funeral, y lo mismo ocurrió tres años después, cuando se celebró un memorial al que acudieron todos los supervivientes. Aun en 1993, treinta y cinco años después del accidente, su madre, ya anciana, declaró que cada semana recibía visitas de personas que venían a interesarse por los recuerdos de «mi pequeño Duncan».