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LA INTRAHISTORIA

El domingo de Gabi: de las urnas a la tarjeta roja en 15 horas

Estaba citado como segundo suplente de una mesa electoral. Da igual que sea capitán de un equipo que se juega ser líder de la Liga, que debe presentarse (no hacerlo se castiga).

El domingo de Gabi: de las urnas a la tarjeta roja en 15 horas

El domingo, el despertador de Gabi sonó a las 06:00 horas. Y lo hacía en su casa, en Boadilla del Monte, Madrid, y no en el Hotel Barceló, Málaga, donde al Atlético aún le quedaban, al menos, dos horas y media de sueño (el equipo suele desayunar a las 09:00). Pero es que este domingo de Gabi no era un día cualquiera. Era el 20-D, día de elecciones generales, y una carta en su buzón le había citado como segundo suplente de una mesa electoral. Y, si uno recibe esa carta, da igual que sea futbolista y capitán de un equipo que se juega ser líder de la Liga a 529 kilómetros de casa, que debe presentarse (no hacerlo se castiga).

Eran las 07:30 cuando Gabi llegó en coche a la puerta del colegio Federico García Lorca, edificio de fachada gris y enorme cristalera. Fuera un grupo pasaba lista: “Éste sí, aquel no...”. Él entró directo y estuvo 15 minutos: a quien debía suplir se había presentado, así que firmó y se fue. “Hay que cumplir las obligaciones que te tocan”, dijo a Cuatro antes. El destino era otra vez su casa, pero no la cama para dormir. No. Gabi volvía para hacer la maleta e irse, en el primer tren que pudiera, a Málaga.

Viaje. A las 11:35, Gabi estaba ya con Caminero, director deportivo rojiblanco, montado en un AVE en Atocha. Éste llegó a las 14:17 a la estación de María Zambrano, pegada al hotel del equipo, que le esperó para comer. Quedaban seis horas para el partido. Gabi se incorporaba 18 más tarde a la concentración del Atleti, allí desde las 21:00 del día anterior. “Algo así te puede afectar, claro. Te saca de tu rutina de trabajo. Distrae”, explica el psicólogo deportivo Carlos Rey, director de la UPAD. Y es que las concentraciones no son caprichos. Son rituales. “Y necesarias para crear sensaciones, seguridad y ambiente para sacar adelante un partido”, añade.

Las elecciones no son excusa. Gabi jamás las utilizaría como tal. Diría que jugó mal y ya. Pero lo cierto es que algo pudo influir porque el Gabi que saltó en La Rosaleda no era Gabi, uno de esos jugadores que siempre se dejan sobre el césped la piel y el alma por el escudo que visten. El de La Rosaleda era medio Gabi, otro Gabi; impreciso en la primera parte, en la segunda vio dos amarillas en seis minutos. La segunda por una mano impropia de un jugador de 32 años ya con tarjeta. Algo impropio en él. Mateu sacó la roja.

A las 21:45, Gabi, cabizbajo, dejaba a su equipo con 10 y el Atleti perdía el partido a 4’ del final. Y cuando el avión del Atleti arribó en la T4, Barajas, Madrid, eran las 00:45 y el capitán seguía cabizbajo. Y cuando llegó a su casa, a Boadilla, habían pasado 20 horas desde que saliera por primera vez, y era el final de un domingo raro, larguísimo, pero le costó dormir. Porque si esa noche hubo un atlético al que le dolió esa roja, esa derrota, no lo duden, ese fue Gabi. Más que a nadie.