GRUPO C | ATLÉTICO 4 - ASTANA 0
Jackson y Carrasco reaparecen
Saúl abrió el marcador y Jackson anotó el de la tranquilidad. Óliver salió por Tiago y marcó un golazo. El cuarto fue en propia puerta.
Sonreía Simeone y lo hacía de corazón. Sonreían sus jugadores y se abrazaban, una piña en el borde del área kazaja. Alguno, como Siqueira, incluso, palmeaba la cabeza del futbolista que estaba en el centro y que no era otro que Jackson. Pero no importaba. Había motivos, porque era el minuto 28 y el momento, al fin, había llegado: su segundo gol con la rojiblanca. Y lo necesitaba el colombiano. Muchísimo. Porque cuando marcó el primero todavía era agosto y, aunque por fuera se mostrara sereno, por dentro, su cabeza era como ese cuadro de Munch, un grito.
Su gol fue el segundo de una noche en la que el primero lo marcó Saúl, de espuela, tras un saque de esquina en corto de Gabi y jugada de Carrasco, y necesitó tres oportunidades para hacerlo. La primera fue en el minuto 3: Jackson recortó hacia dentro, en el área, buscó con la zurda la escuadra pero el balón se fue, milímetros, por encima del travesaño. La segunda fue en el 27’: remató de cabeza (mal), rechazó el portero y pateó el balón, con rabia, al fondo de la red, pero el árbitro lo anuló. Y bien: Griezmann estaba en fuera de juego. La última fue la del 28’, la tercera, la del gol: disparó casi cayéndose, a la media vuelta desde el punto de penalti y, con potra, el balón rebotó en Dedechko para entrar como a cámara lenta. Pero entró y de eso se trataba. Si en su viaje al 21 de octubre de 2015, Marty McFly hubiera pasado por el Calderón se lo habría dicho: “Bienvenido al futuro, Jackson”.
Es verdad que la historia tiene asterisco. Que un Astana con ocho titulares viendo el partido por la tele, porque el domingo se juegan su liga en Kazajistán, no fue rival: Stoilov, con sólo tres cambios en el banquillo, se dejó dominar, sin pegas, como si el partido fuera de exhibición y no de Champions. La noche, estaba claro, olía a goleada rojiblanca desde el minuto 1. Lo intentaron todos, Griezmann de chilena, Godín, que en 20 minutos había rematado ya cinco córners... y en todas las jugadas de peligro, un nombre; el de Carrasco, que anoche enamoró al Calderón. Todo lo que hizo fue perfecto: asistió en los dos primeros goles, regateó, robó, presionó, combinó, tiró caños y, hasta levantó a la grada con un regate maradoniano. Bienvenido, Yannick, también; un gusto.
El Astana, viendo que con fútbol no hacía ni cosquillas al Atleti, pasó al plan B, el de las faltas. Akhmetov casi trincha a Juanfran y, un minuto después, a Siqueira. Pero eso a los de Stoilov sólo les brindó una amarilla, cinco minutos y un remate a bocajarro de Kethevoama que blocó Oblak; siempre atento, felino, soberbio. Óliver, que había entrado por Tiago al descanso, apagó todo el ímpetu kazajo al marcar el tercero. Su gol fue el mejor gol de la noche y la mitad se lo debe a Gabi, que robó, montó la contra y se la cedió para que la picara ante la salida del portero. Preciosa vaselina. Imperial capitán.
Porque el de ayer no sólo fue el partido de nuevos como Jackson y Carrasco, también de veteranos como Juanfran (llevó peligro siempre por la derecha) y Gabi. Sólo faltó el gol cien de Torres para que la noche fuera completa. El Niño casi lo tuvo en el 88’, pero Dedechko se la quitó de los pies para marcar en propia meta. Una pena. Hubiera sido el final perfecto de un partido sin historia, pero lleno de comienzos.